- En la vida moderna, los ciudadanos están más hechos a tomar decisiones por sí mismos; no les gusta el intermediarismo. A la sociedad le gusta sentirse libre, flexible, crítica y fiscalizadora. Cada vez las organizaciones civiles se muestran más firmes y sólidas; existe un amplio catálogo de grupos que, al margen del gobierno y los partidos, han sabido afrontar los problemas de su comunidad sin burocracia ni complicaciones.
- La tendencia es que los electores buscan incidir, comentar, influir en los temas a debate. Evidentemente, no están satisfechos con los resultados que ofrecen los partidos políticos; esperan más y ya no se conforman con la demagogia de siempre.
- Muchas formas de comunicación actual permiten la interacción y retroalimentación de los ciudadanos en tiempo real. Los debates y discusiones de los partidos políticos se ven muy lejanos de la vida cotidiana; los problemas de la agenda social están muy lejos de los intereses y prioridades de los partidos, o al menos ésa es la percepción generalizada.
- La democracia partidista siempre fue una forma indirecta y representativa de democracia, cierto, pero pierde sustento cuando se aprecia como una forma de representación directa y perpetuación de intereses de grupo, cuando el canal para legitimar dichos intereses se establece como un instrumento de control y alineamiento ciudadano.
- Para forjar el triunfo de los candidatos independientes y de los partidos políticos se requiere siempre de movilización ciudadana, hombres y mujeres hablando, comentando, transmitiendo una idea, organizando, ganando la calle casa por casa, convenciendo, compartiendo, apoyando una causa y un liderazgo en que creen, se sienten identificados y están dispuestos a depositar su confianza mediante el voto. La representatividad radica en ese vínculo de reciprocidad, cercanía y adhesión que faltó construir en los meses previos a las elecciones.
- Los movimientos sociales que han logrado grandes transformaciones surgieron en la calle, se basan en la fe pura, la motivación, el compromiso mutuo y el sometimiento del interés particular en favor del bien común superior. Hay un déficit creciente de estos insumos en los partidos políticos.
- La apertura y diversificación de los medios y canales de comunicación facilita la creación de corrientes de opinión, de organización, fondeo y contacto ciudadano. Al ser flexibles e inmediatos actúan con ventaja sobre las estructuras partidistas.
- La credibilidad y la buena fe están del lado ciudadano. Los partidos no marcaron diferencias; sus propuestas se volvieron banales y superficiales. Asociados siempre a la corrupción por acción y omisión, por escándalo y silencio, por pasividad y complicidad, los políticos tienen ante sí un largo camino para quitarse los estigmas que pesan sobre ellos.
- Cuando no hay contrapeso partidista, el voto de castigo, el utilitario, el divergente, el cambiante, similares y conexos encuentran un vehículo de expresión, y todos los elementos de la evaluación negativa ciudadana explotan a favor de quienes se presentan como opciones ciudadanas. El triunfo de algunos candidatos independientes –sin demerito alguno– también se benefició de este fenómeno.
- En los ciudadanos, el efecto ¡sí se puede! es muy atractivo y estimulante. Quienes ganaron de forma independiente tienen ahora la gran responsabilidad de demostrar que valió la pena, deben hacer un ejercicio ejemplar de gobierno, generar condiciones de cambio, cumplir a cabalidad, demostrar que la voluntad ciudadana es innegociable, el castigo ejemplar para los corruptos, resultados concretos; en suma, corresponder a la expectativa ciudadana.
- En las siguientes elecciones, seguramente vendrá un gran número de prospectos, sin duda, con sus aspiraciones y méritos, de todos niveles, sectores, preferencias e ideologías; hay tiempo para prepararse, para forjarse una trayectoria que lleve dignidad a la política, que enriquezca y sirva para enaltecer la democracia. Ahí hay una asignatura de calidad y calificación que nos conviene a todos.
- Lo que menos se vio en las campañas del 2015 fueron los programas y las propuestas; los partidos y sus candidatos se centraron en los bailes, canciones, demostraciones ridículas de talento y sucumbieron al dispendio de recursos en medios que ni siquiera fue rentable. No sería extraño que consideraran una vuelta a lo básico, el trabajo constante, la recuperación de los principios, la ejemplaridad y la lucha permanente del lado de la sociedad.
12 reflexiones: ¿la política es posible sin partidos?
¿Puede haber democracia sin partidos políticos? ¿La sociedad, el Estado, el gobierno, la economía y la convivencia pueden ser viables sin estructuras partidistas? Veamos.
En las pasadas elecciones, las notas más relevantes, las que más lectores y comentarios generaron, fueron aquellas relacionadas con los triunfos de candidatos independientes. Que los ciudadanos tuvieran su atención puesta en ello sirvió para disminuir el impacto de un hecho evidente: los principales partidos políticos obtuvieron las votaciones más bajas en los últimos años.
Las reacciones locales e internacionales pasaron por la sorpresa, el desconcierto, la cerrazón y las expresiones de hartazgo ciudadano. Sin embargo, existe el consenso de que las expectativas de grandes grupos de ciudadanos apuntan ya hacia el 2016, cuando se elegirán 12 gobernadores y algunos otros ya armando escenarios hacia la sucesión presidencial del 2018. Algunos analistas y académicos han planteado, incluso, que más temprano que tarde, comenzará el declive de los partidos políticos, al menos en las formas y estructuras que tienen actualmente. Más aún, funcionarios, personajes y figuras públicas relacionadas con los partidos se han pronunciado ya por ir construyendo proyectos y candidaturas ciudadanas e independientes.
¿Es esto posible? ¿Puede haber democracia sin partidos políticos? ¿Pueden la sociedad, el Estado, el gobierno, la economía y la convivencia ser viables sin estructuras partidistas?