Hay en el país un grupo peculiar, los que enarbolan la creencia de que “a México le puede ir bien con Donald Trump”. La recién difundida cena entre Carlos Slim y el presidente electo (ya confirmado como tal por el Colegio Electoral estadounidense) ha dado mayor impulso a ese club de optimistas. Ojalá, por supuesto, pero recuerdan un poco la ilusión que tenía Elizabeth Taylor al casarse por enésima vez.   Xenófobo, misógino, mitómano… La vida de Trump ha sido ya lo suficientemente escudriñada, aparte de su comportamiento en la larga campaña, para conocerlo a fondo. Es xenófobo, misógino, mitómano, sexista, tramposo y vulgar, entre otros inconvenientes personales. Y en lo xenófobo tiene a un blanco preferido, o más bien dos: México y los mexicanos. La distinción es importante, porque ha enfocado su odio (y debe buena parte de su éxito político) a ambas vías. Trump puede atacar al gobierno chino, por ejemplo, pero nunca se refirió a los chinos como violadores y criminales. El club pro-Trump destaca que los ataques a México han brillado por su ausencia desde que ganó la elección. Es cierto, pero el momento de la verdad arrancará el 20 de enero, cuando tome posesión, y por supuesto en los primeros meses de gobierno. Varias promesas electorales que enardecían a su base (como encarcelar a Hillary Clinton) han sido ya repudiadas por el presidente electo. No ha hecho nada parecido con respecto a México. Sobre todo, sigue en el aire lo que quizá es la promesa más famosa: un muro a lo largo de la totalidad de la frontera común, y a ser pagado por México. El gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, fue lapidario al respecto esta semana en Guadalajara: lo que hemos visto hasta el momento son los cortos; la película, que puede ser de terror para el país, iniciará ese 20 de enero.   Ninguna reunión Peña-Trump Hasta el momento no ha habido puentes visibles entre el entrante gobierno de Trump y la administración Peña Nieto. La larga tradición de encuentros entre mandatarios de los dos países se ha mantenido por más de 70 años. Desde Ronald Reagan (electo en 1980) el presidente electo de Estados Unidos siempre había sostenido encuentro con el Ejecutivo mexicano (igualmente electo o en funciones). No fue el caso con el texano George W. Bush, pero este realizó su primera visita de Estado a México a pocas semanas de iniciar su mandato. La “tradición” era que el mexicano viajara a Estados Unidos para reunirse con el recién elegido. Y hubo reuniones muy fructíferas, como la realizada entre George Bush (padre) y Carlos Salinas en 1988 (ambos como presidente electo) en Houston, Texas. Todavía puede tener lugar una reunión bilateral, pues falta un mes para la toma de posesión, pero nada indica que el presidente Peña Nieto vaya a hacer antesala en la Trump Tower de Nueva York (ni tampoco que sea convidado a cenar en Mar-a-Lago, Florida, como fue el caso de Slim). La paradoja es que Trump visitó México en plena campaña, una visita tan breve como desastrosa, al menos para el gobierno peñista (y que cobró la cabeza política del poderoso titular de Hacienda y artífice de las Reformas Estructurales, Luis Videgaray). Lo indudable es que no se logró lo que se pretendía: transmitir cierta tranquilidad ante la posibilidad de un gobierno Trump. Sólo llevó a dimes y diretes posteriores entre Trump y el gobierno mexicano sobre quién dijo qué.   La evidencia del Gabinete ¿Qué señales ha mandado Trump con los nombramientos para su gabinete? Muy poco para entusiasmar a aquellos que creen que el neoyorkino puede ser positivo para México. Como titular de Seguridad Nacional designó al general John F. Kelly, quién encabezó el Comando Sur. Kelly podrá inyectar a Trump cierto realismo sobre la viabilidad (y utilidad) del cacareado muro, pero también se ha expresado con dureza sobre los peligros que implica México (como los cárteles de la droga) para Estados Unidos. ¿El designado para la Secretaría de Justicia? Jeff Sessions, senador por Alabama, duro crítico de la migración ilegal. El titular de Comercio, Wilbur Ross, es un entusiasta de las medidas proteccionistas. Si bien ha enfocado sus ataques sobre todo a China, también ha hablado de deshacerse de “malos acuerdos comerciales” (y es importante recordar que, para Trump, el TLCAN es el peor de todos). Otro proteccionista que ha atacado las prácticas comerciales de China, Dan DiMicco, es mencionado como el futuro encargado de la Oficina de la Representación Comercial (USTR en inglés). ¿Hay realmente alguien entusiasta del libre comercio en el futuro gobierno Trump? Hasta el momento sólo uno: el vicepresidente Mike Pence, quien al parecer no ha tenido gran influencia sobre las designaciones ministeriales.   Los casos de Ford y Carrier La evidencia hasta el momento es clara: Trump hará lo que pueda por desviar inversiones y empleos dirigidos a México. Ello ha llevado a peculiares engaños (o mentiras) como cuando presumió que una planta de Ford Motor Company se mantendría en Kentucky en lugar de moverse a México –pero realmente lo que frenó fue que se trasladara a Chicago. Sobre empleos que la empresa Carrier iba a llevar a México la realidad fue igualmente confusa: algunos empleos se quedarán en Indiana (el estado de Mike Pence) con un apoyo fiscal del gobierno, otros serán automatizados, y otros sí se moverán a Monterrey. Se puede decir que la buena es que Trump no ha tenido mucho éxito frenando el traslado de empleos al país. Cierto, pero se puede decir que la mala es que Trump todavía no es Presidente.   Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @econokafka   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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