Alguna vez el célebre economista Milton Friedman hizo popular un viejo adagio que dice: “No existe tal cosa como un almuerzo gratis”. Aunque se trata de un aforismo económico, creo que también refleja una valiosa lección que nos advierte de creer que podemos ir por la vida sin que nuestros actos tengan consecuencias. No obstante, las consecuencias de los mismos actos pueden variar en función del país donde se realicen. Por ejemplo, México se caracteriza hoy por ser un país con altos grados de impunidad que incentivan la corrupción y diluyen sustancialmente el nivel de responsividad de nuestras instituciones políticas y de gobierno. Contrasta que tengamos un vecino al sur del continente, Brasil, con problemas muy similares a los nuestros, pero que ha logrado castigar a figuras de altos mandos políticos y económicos como no ha podido México. Comienzo por una anécdota. Hace un par de años, en una reunión del Council of the Americas, con políticos y empresarios en Nueva York, me tocó conocer a un singular personaje dentro del mundo de los negocios. Se trataba de un hombre de negocios que se había hecho famoso por la expansión sumamente agresiva y aparentemente exitosa de la empresa que su padre y su abuelo le heredaron. En su mejor momento, su empresa hizo negocios en 28 países del mundo. Hoy, ese “heroico” empresario (“bisnero”, para ser preciso), llamado Marcelo Odebrecht, está tras las rejas y fue condenado a 19 años de prisión, por haber sobornado a la mayor parte de las autoridades de los países donde su empresa se había expandido. Tan sólo por los daños en esquemas de corrupción masiva en los que se sobornó a muchos políticos y ejecutivos de Petrobras, en su natal Brasil, se le exigió a su empresa una compensación por 2,000 millones de dólares (mdd). Pero el escándalo también les ha cobrado factura a los políticos que han permitido e invitado a continuar con estos esquemas de corrupción. Tanto Lula da Silva como Dilma Rousseff se encuentran contra las cuerdas, y han tenido que hacer malabares para sobrevivir políticamente a la crisis que enfrentan. Ante esto, la gran pregunta que debemos hacernos es: ¿Por qué en Brasil los políticos no son intocables y en México sí? Pienso en al menos tres hipótesis: Primera: Brasil cuenta con mayor independencia del Poder Judicial que México. En Brasil, a diferencia de México, los jueces son vitalicios, inamovibles, y los políticos no tienen posibilidad de bajarles el salario. Estas tres condiciones, en conjunto y apuntaladas por verdadera autonomía operativa y presupuestal, son la clave del éxito de los juicios para procesar a los responsables de corrupción en Brasil. Segunda: En Brasil hay mecanismos institucionales que posibilitan la articulación ciudadana. La figura del impeachment funciona como un horizonte de acción con el cual el movimiento puede medir su éxito o fracaso. Cabe decir que Brasil ya ha pasado por un proceso parecido: en 1992, tras varios escándalos de corrupción y la amenaza frontal de su destitución, Fernando Collor de Mello decidió renunciar a la presidencia. En México carecemos de mecanismos institucionales similares. Tercera: La crisis en Brasil no sólo es política sino también económica. El país tiene severos problemas económicos que han reducido de manera drástica el nivel de vida de su población (el año pasado, la economía se contrajo 3.8% y la inflación fue de 10.67%). Esto implica que la gente está asociando sus problemas económicos con los escándalos de corrupción que han estallado en los últimos años. Nada mal. En México, la “crisis de corrupción” de finales de 2014 no coincidió con una crisis económica. Por supuesto, puede haber más explicaciones que respondan a por qué Brasil ha logrado enarbolar amenazas creíbles de castigo a un “bisnero” corrupto y dos de sus socios políticos más poderosos. Lo importante es que establezcamos con certeza la causalidad y logremos importar y tropicalizar el modelo. Todos los actos tienen consecuencias, incluso los actos de corrupción; el grave problema en México es que quien paga realmente esos “almuerzos gratis” de los que hablaba Milton Friedman no son los políticos, sino todos los ciudadanos que los permitimos y de los cuales solemos ser cómplices. Mientras no generemos contrapesos y mecanismos institucionales que den voz a la ciudadanía, todos seguiremos pagando la factura.   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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