Atacar un problema social requiere más que una visión filantrópica, requiere que los nuevos emprendedores tengan una visión general de cómo resolverlo de raíz.   Por Samantha Méndez   Las necesidades de la sociedad internacional se han incrementado con el tiempo, las demandas no dejan de escucharse insistiendo en la mejora de la calidad de vida, educación, salud, medio ambiente, etc. Los programas gubernamentales aún carecen de la visión necesaria para cubrir el amplio panorama de carencias que se deja ver en sus poblaciones. Dada esta situación, la sociedad civil ha adquirido un papel de actor político en la toma de decisiones con miras a verdaderos cambios y soluciones de los problemas que la aquejan. Hoy por hoy, la participación de la sociedad civil a través del emprendimiento social se erige como una alternativa real para incidir directamente en el mejoramiento de las políticas públicas. Un emprendedor social, según Ashoka, es la persona que tiene las mismas características, temperamento y espíritu que un emprendedor de negocios, en términos de: visión, creatividad, determinación y ánimos para tomar riesgos. Aunque, al contrario del emprendedor de negocios, aplica sus cualidades para solucionar problemas sociales en vez de buscar una ganancia económica a cambio. Llegado este punto, también habría que reconocer que no cualquier acción con respecto a un problema social a nivel nacional o internacional nos convierte en emprendedores sociales. El problema del hambre por ejemplo, es una constante que aqueja a todo el mundo, y existen iniciativas por parte de la sociedad civil para erradicarla. Sin embargo, la mayoría de las acciones se ocupan en mitigar el problema y no en eliminar las causas del hambre. El fundador de Ashoka, Bill Drayton, dice que “Los emprendedores sociales no se conforman con dar un pescado o enseñar a pescar a la gente. Ellos no descansarán hasta que hayan revolucionado la industria pesquera.” En este sentido, no basta con generar proyectos filantrópicos que “ayuden” al prójimo por humanidad, empatía o solidaridad a sobrellevar sus carencias, a través de donaciones; ya que esto sólo sería “tapar el sol con un dedo” y seguir fomentando las relaciones de desigualdad y opresión sistémica. Si bien es cierto que la solidaridad se erige como un valor esencial para establecer vínculos colectivos, esta solo puede alcanzar su potencial total si se encamina a la concientización de la humanidad. Por ende, los emprendimientos sociales se caracterizan por estar orientados a atacar las causas originarias de los problemas que aquejan a la sociedad internacional y no en paliarlos mediante puro filantropismo. No es que la ayuda al otro sea una acción equivocada y sin resultados positivos, sino que esto debe ser rebasado por una voluntad de cambio. Las relaciones opresoras y desiguales que generan pobreza, injusticia, hambre y polarización social nos habla de un sistema económico y político que permite que estas proliferen. Los emprendedores sociales han caído en la cuenta de esta situación, y se encuentran en la incesante búsqueda de alternativas que generen cambios profundos y de raíz que modifiquen no solo un segmento de la desigualdad imperante, sino que también repercutan en todas las aristas de la vida social. Sin embargo, la transformación sistémica no la alcanza una sola persona o un grupo de organizaciones, se requiere que la sociedad en su conjunto se asuma como agente de cambio.

 

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