México tiene bateristas increíbles, de perfil discreto o luminarias, experimentales o jazzeros. Rock, blues o abstracciones feroces, los buenos batacos se distinguen.

  Existen muchos clichés, estudios serios y mitos en torno a los bateristas. El lugar común los ubica como personalidades que sobresalen del promedio, y se dice recurrentemente que son subvalorados, que pese al color y peso tan relevante que tienen en la música, se encuentran relegados del reflector por estar comúnmente hasta atrás y no tener el carisma de un frontman guapo con una siempre flamante guitarra. Seguro Ringo Starr y Phil Selway saben de esto. Sin embargo, tal vez Dave Ghrol o Art Blakey han llegado a conocer más ese otro lado de la moneda, o bateristas como Dave Lombardo que ni si quiera piensan en ello, sólo le pegan más fuerte a los tambores y revientan en pedazos los platillos. Históricamente, los bateristas más destacados son vistos con admiración y merecido respeto; coordinar tiempos, tener una resistencia física suficiente y llevar la base rítmica de los ensambles por horas no es una tarea sencilla, y menos aún lidiar con personalidades muchas veces tendientes a la minucia, al ansia, los nervios y el estrés, entre otras cosas. Es también un poco por lo anterior que un baterista con lenguaje propio y destacado sea un suceso poco común en la música: desarrollar una personalidad particular y trascendente en las baquetas es un bien escaso para la tradición musical popular de nuestro país. Escaso, aunque tampoco inexistente. Siempre he pensado que México es muy percusivo, pese a no estar impregnados al cien por ciento por el Caribe o África como principal influencia rítmica popular, nuestro país es muy percusivo, a veces a niveles totalmente neuróticos. Desde roqueros y experimentales amantes del noise, el metal y la abstracción violenta en las percusiones, pasando por el jazz más virtuoso y refinado, o los malabares propios de un baterista clavado académico, la tradición de bateristas mexicanos memorables no es tan corta como parece, y sí muy rica, única y de primerísimo nivel. México tiene bateristas excepcionales, sin duda. Algunos dirán que aquel huesero de renombre es el mejor, o que fulano de tal que casi hace piruetas arriba de su armatoste de doble bombo y  jungla de platillos es el mejor. Argumentarán que si los sesenta, que si el rock progresivo, el buen pop o el blues. Por fortuna o desventura, en toda lista interviene el bagaje, gusto y criterio un tanto caprichoso de quien la confecciona, evidenciando sus límites, afinidades y demás síncopas de criterios, denunciándose, un poco. Aunque la idea principal sea compartir. Que el fan de Elohim Corona no se ponga triste por no ver el nombre de su baterista mexicano favorito desfilar en la lista, o aquel al que le pesa que la gente no conozca a Víctor Baldovinos de Iconoclasta, no sienta que esta lista no lo honra. Hay muchos bateristas poderosos, increíbles; unos que pese a que no poseen una técnica muy depurada o impactante a nivel de precisión, lo compensan en energía, sentimiento o estilo a la hora de tocar. La batería está siendo releída y reescuchada por muchos públicos; a últimas fechas su reconocimiento ha llegado a otras disciplinas como el cine (el soundtrack de Birdman, Wiplash), o ha sido estudiada hasta rebasar los límites de la cantidad y el estruendo (Boredoms). Por ejemplo, la camada nueva de grupos de metal en México trae en sus percusiones unos titanes que te cambia el verlos en vivo, o los jazzistas mexicanos que siguen siendo semillero de bateristas de cepa excelsa. Estos diez bateristas mexicanos no son los únicos ni los mejores. Sólo es una selección de músicos  increíbles, excepcionales, no sólo por su desempeño técnico o despliegue de rapidez, elegancia y precisión. También son únicos en el mapa musical por su aporte particular, su color. Sus limitantes se transforman en virtudes y características primordiales para trascender las repeticiones estilísticas. Bateristas memorables. Con redoble, contras cerrados y despliegue brutal de doble pedalera, recordemos por siempre a estos titanes percusivos. 10. Fernando Toussaint La dinastía Toussaint tiene presencia respetable tanto en el jazz como en el rock. A Fernando se le recuerda por su participación a mediados de los setenta en Sacbé, grupo fundamental para el jazz mexicano, que fusionaba el cosmos latinoamericano con el jazz contemporáneo, al lado de sus hermanos Enrique y Eugenio, además del saxofonista Alejandro Campos. Su carrera y participación con otros músicos ha sido casi siempre de niveles muy sólidos, en la que la particularidad de sus solos hipnotiza, asombra, al tiempo que lleva las melodías e improvisaciones a niveles realmente deliciosos. 9. Pacho A José Luis Paredes se le conoce actualmente por dirigir el Museo Universitario del Chopo, por llevar una labor importante de gestión cultural en nuestra ciudad por ya varios años,  así como por estar ligado a propuestas musicales de vanguardia, eclécticas y multidisciplinarias. Sin embargo, Pacho fue, por cerca de 20 años, el baterista de uno de los combos más poderosos del rock mexicano: Maldita Vecindad. Quien ha escuchado ese tatuaje cultural llamado El Circo (1991) sabe de lo que hablo. El estilo de Pacho no era el más depurado y elegante, pero sí uno de los más frenéticos y vertiginosos del rock mexicano. Un estilo callejero, influenciado de demasiadas cosas: desde el punk más férreo, pasando por el ska y los sonidos del caribe, hasta asimilar influencias de Medio Oriente (Baile de Máscaras, 1994). Sin duda, cuando su batería dejó de sonar, la Maldita perdió algo importantísimo en su sonido.
8. Alfonso André El baterista de Caifanes tiene un lugar en la historia por imprimirle sus mejores ideas al que para muchos es la banda más importante de rock en México. Aunque no tan virtuosos y más bien discreto, el estilo de André es sobre todo peculiar, complejo al tiempo que elegante y agreste. Jazz, música mexicana, distintas estructuras y texturas son algunos de los pigmentos percusivos que Alfonso emplea para tocar. Ya sea en la Barranca, Jaguares, o con el doctor Fanatik, o tocando con su familia, cuando uno lo escucha sabe que no es nadie más que él. Progresivo y Narrativo, elementos que empataron con el cosmos de Saúl Hernández para crear historia.
7. Carlos “Bozzo” Vasquez Miranda De nombre de influencia prehispánica y de asociación hippie setentera, provenientes de los pioneros Peace and Love, Nahuatl fue una de las bandas importantes de su generación, de las primeras en ir soltando el “flower power” para empezarle a meter más poder y dureza al rock. Los aportes de “Bozzo” quizás hoy suenan a nada del otro mundo, pero quienes lo vieron en vivo decían que era asombroso ver la manera en la que aporreaba los tambores. Greñudos con actitud. 6. Fito de la parra Desde 1958, el oriundo de la Ciudad de México Fito de la Parra ya causaba conmoción con Los Sparks, que más bien eran medianones. A Fito se le conocía por sus solos espectaculares, pero sobre todo uno de los poquísimos mexicanos que formaba parte de una de las bandas de la camada del flower power. Bluesero, jazzeado, ácido y rockero a tope, Fito de la Parra dejó huella con el combo californiano Canned Heat y por sus maravillosos solos, que no perdían nunca el ritmo.
5. Fernando Abrego Real de Catorce es sin mucho margen de error, la banda más emblemática de blues en México. Todo una agrupación de culto, que compartió escena en los ochenta con Santa Sabina, Caifanes o Jaime López. Su baterista más importante, Fernando Ábrego, tenía un estilo muy amplio, lleno de sabor, groove y entrega. Sus solos eran impresionantes sin rayar en la grandilocuencia ni gimnasia que luego desbordan los bateristas. Blues, rock aguerrido, jazz oscuro y síncopas de alto calibre, el estilo de Ábrego y sus discos grabados con José Cruz y compañía están tatuados en los platillos y las tarolas de México.
4. Antonio Sánchez Antes de Birdman, pocos sabían que Antonio Sánchez tocaba con el gran jazzista Pat Metheny, y antes de eso, muchísimos menos lo sabían, pero Sánchez lleva años depurando un estilo y robusteciendo su disciplina para tener el reconocimiento que se le viene encima. Su trabajo para la más reciente película de Alejandro G. Iñárritu es algo sin duda excepcional: síncopas, desfragmentaciones, vértigo, cambio abrupto de ciclos y mucha precisión, esa de ojo cuadrado y oído refinado. El Soundtrack de Sánchez no sólo funciona para los amantes de la batería y el jazz al verlo como pieza suelta, sino que complementa la narración con la historia que cuenta Iñárritu, dialogando y amalgamando como pocas veces se da en la imagen-sonido. Merecido, el momento por el que atraviesa Antonio.
3. Tino Contreras Se dice “El Maestro” Tino Contreras, el gran Fortino, es chihuahuense y precursor del jazz en México, nada más. Un titán, figurón entrañable y personaje clave para entender el género en el país. Pero además un baterista único. Trabajó con Pedro Infante, Tin Tan, la famosa Orquesta de Luis Alcaraz y con el enorme Juan García Esquivel. Su permanencia y brío son inspiradores.
2. Julián Bonequi Lo que hace Bonequi es de rompe y rasga. Abstracción, oscuridad, poderío y densidad. A veces violento, sórdido, otras tantas vertiginoso y prominentemente experimental. A muchos les parece incomprensible, pero es único y brutal, siempre. Sus exploraciones en solitario o con su dueto (SIC) no se ciñen solamente a la batería, sino también a la electrónica y las posibilidades de la voz. A veces es un mantra, otras un metal deconstruidos con reminiscencias tibetanas. Otras es una masa inminente de ruido que te come. Interesante y único, hay que verlo en vivo y escuchar su labor dentro del panorama sonoro nacional. Esto es otra cosa.
1. Carlos Icaza Para muchos puede ser un baterista más bien timidón y de culto, de nicho o de séquito grande de locos que escuchan cosas interesantes todo el tiempo. Un geek del buen gusto y la gozadera. Carlos Icaza lo vemos en varios proyectos, tocando una temporada con unos, otras regresando a cotorrear con sus amigos y tocar tan increíble y divertido como sólo él lo sabe hacer. Las Comadrejas, Los Esquizitos, los Fancy Free, Lost Acapulco, Evil Hippie o El Pan Blanco, entre un buen etcétera que abreva de su manera frenética y nerviosa de tocar, con una elegancia y estilo sin parangón. Verlo es como montar un caballo a todo galope arriba de un tren. Un grande.
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