Preocupa que el líder de Corea del Norte en verdad se crea un dios y lance sus dos o tres ojivas nucleares contra sus vecinos. Pero igual podría suceder que Donald Trump llegue a la presidencia de EU y decida destruir a todos los migrantes o a los mexicanos aunque no estén migrando, o que en Francia llegue Le Pen y decida acabar con los terroristas lanzando misiles.   Se calcula que en todo el mundo existen entre 16,000 y 20,000 ojivas nucleares. Entonces ¿por qué nos escandaliza que Corea del Norte haya detonado una? Sobre todo cuando desde la primera prueba nuclear hasta la fecha se han detonado más de 2,000 bombas en cielo, mar, tierra y aun debajo de ella. Así ha ocurrido a pesar de que el Partial Test Ban Treaty (1963) prohibía las pruebas nucleares en la atmósfera y el espacio, así como submarinas, y que el Threshold Test Ban Treaty (1974) prohibía las pruebas nucleares subterráneas mayores a 150 kt. Existen dos pilares del edificio normativo internacional para contener el horror nuclear:
  1. La estrategia de disuasión, que previene su uso entre quienes poseen armas nucleares.
  2. El régimen de no proliferación centrado en el tratado de no proliferación que ilegaliza la diseminación e impone una obligación legal a los Estados miembros para eliminar sus arsenales mediante negociaciones.
Sin embargo, el régimen de no proliferación resulta no equitativo, ya que sólo aquellos que tenían armas antes de la entrada en vigor del régimen, constituido en 1967, son considerados potencias nucleares (Estados Unidos, Rusia, Francia, Inglaterra y China). Dicho en otras palabras, el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) congela un statu quo que algunos países se han negado a aceptar. Tal es caso de India, Pakistán e Israel, que siempre se negaron a firmar los tratados y desarrollaron sus bombas, ejemplo que siguió Irán, que de momento cedió ante las presiones económicas. Por su parte, Corea del Norte firmó todos los tratados y renunció a ellos cuando tuvo la bomba en sus manos. Buena parte de la discusión en torno de la proliferación de armas nucleares se ha centrado no en las armas en sí, sino en los diversos métodos para transportarlas; básicamente hablamos de misiles balísticos. Hoy por hoy, la mayoría de las naciones sólo tiene misiles de corto alcance y del tipo scud, de los cuales la mayoría han sido jubilados. En la actualidad, sólo Rusia y China tienen la capacidad de atacar a Estados Unidos con armas atómicas en su propio territorio. Sin embargo, India, Irán, Israel, Corea del Norte y Pakistán tienen programas de misiles de alcance medio, con lo que aumentan la amenaza para sus vecinos. En el caso que ahora nos preocupa, los principales objetivos de Corea del Norte podrían ser Corea del Sur y Japón. Otra de las amenazas de la proliferación es que entre más armas haya es más probable que caigan en manos de terroristas. Sin embargo, si seguimos esa lógica Pakistán tendría que ser considerado el lugar más peligroso de la Tierra, por tener una dictadura militar inestable, grupos islamistas ligeramente hostiles a occidente, terroristas y armas nucleares. Además, hace más de una década Abdul Quadeer Khan, el científico detrás de la bomba en Pakistán, organizó un mercado negro de secretos nucleares que le vendió a Libia, Corea del Norte e Irán. De ellos, sólo uno pudo desarrollar la bomba, o al menos eso dice, o sea que no es tan fácil. El argumento de Abdul Quadeer era parecido al del villano de la película de Los Increíbles de Pixar, Síndrome, que pretendía vender armas que le dieran superpoderes a todos: “Y cuando todo el mundo sea súper… nadie lo será.” Aunque en el proceso, Quadeer se embolsó varios millones de dólares. Aun así, no debemos caer en paranoia. La amenaza de un ataque terrorista con armas atómicas o químicas es poco probable. ¿Recuerdan Irak y sus armas de destrucción masiva? Además, los mayores atentados terroristas de este siglo se dieron con armas convencionales, como las bombas en Madrid del 11 de marzo de 2004, la masacre en París del año pasado, o, peor aún, sin armas, como sucedió con las Torres Gemelas en Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001. El mayor argumento para preocuparse por Corea del Norte es que el dictador que gobierna ese pequeño país en verdad se crea un dios y lance sus dos o tres ojivas nucleares contra sus vecinos. Pero eso puede suceder igualmente si Donald Trump se convierte en presidente de EU y decide que hay que destruir a todos los migrantes o a los mexicanos aunque no estén migrando, o si en Francia llega Le Pen y decide acabar con los terroristas lanzando misiles. Dirán que exagero, y es cierto. En las democracias siempre hay mayores contrapesos que en los gobiernos de un solo hombre, ¿eso hace más peligroso a Putin, cuyo país detonó la bomba de hidrógeno más poderosa hasta el momento? La idea no es que todo mundo fabrique sus bombas; sin embargo, el entorno geográfico de Corea del Norte es propicio. De hecho, Asia es el continente con más países con poder atómico. Sólo África no tiene armas de este tipo (Sudáfrica las tuvo pero las destruyó todas), mientras que en América sólo EU posee bombas nucleares; en Europa, Francia e Inglaterra, aunque Alemania, si quisiera (que no quiere) podría tenerlas en meses. En Asia están China, Rusia, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte, mientras que Irán se quedó a poco de lograrlo, y Japón, al igual que Alemania, podría desarrollarlas en poco tiempo si su constitución no lo prohibiera. El mayor riesgo con estas pruebas es que Kim Jong-un pretenda unificar a las Coreas por la vía de las armas y amenace con una guerra atómica si los aliados del sur se entrometen, una salida que a todas luces es suicida y que puede desembocar en una nueva guerra con alcances regionales y quizá mundiales. Para hacer un comparativo local, Corea del Norte vive en un barrio muy violento. Si inicia una pelea a tiros es posible que los vecinos o las pandillas que imponen el orden saquen también sus armas, y eso termine en tiroteo. Claro que acá morirían cientos de miles de personas.   Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @Sur_AAA   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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