Un profesional está obligado a planear adecuadamente; al menos es lo que se espera. Eso significa tener en cuenta posibles rutas de salvación en caso de que algo vaya mal. Claro, al planear reflejamos lo que queremos que suceda —no lo contrario— y además tenemos el optimismo de creer que así va a suceder. Desde luego, los buenos planes toman en cuenta la prioridad de las actividades, el tiempo de realización, el presupuesto que se requerirá y el encadenamiento correcto de las fases para que todo salga en forma correcta y con éxito. Por supuesto, en el papel todo luce maravillosamente, pero lo cierto es que al concretar las estrategias cabe la posibilidad de que algo —o todo— salga en forma diferente de la planeada. Es muy frecuente que al prepararse para dar una conferencia, el orador llegue a tiempo, su audiencia lo esté esperando y justo al momento de salir alguien le derrame café en el saco o que el proyector no se comunique con la computadora o la presentación no corra o, sencillamente, se va la luz. ¿Quién pudo prever eso? Suele suceder que justo antes de echar a andar un proceso muy importante falle la planta de emergencia o que después de comprar una computadora nueva, la más adecuada para las necesidades, resulte que no se conecta con la impresora que tenemos asignada. Antes de dejar que la frustración se haga presente y haya quejas sobre la mala suerte o, peor aún, busquemos quién va a pagar los platos rotos, una alternativa es el buen humor. No importa qué tan bien se haya preparado un proyecto, habrá imponderables. Siempre existe la posibilidad de que las cosas no fluyan como lo esperábamos. Para esos momentos en los que el foco del proyector se funde, el cable de la extensión no fue lo suficientemente largo o sencillamente no logramos que la imagen aparezca en la pantalla, el humor es una extraordinaria herramienta. Más que gritos y sombrerazos, más que silencios helados, vergonzosos y prolongados, más que tratar de tapar el sol con un dedo, una buena broma rompe el hielo y salva la situación. La risa es uno de los liberadores de tensión más convenientes que tenemos a la mano. Es, asimismo, una estrategia de manejo situacional muy adecuada, ya que presenta varias ventajas: es gratuita, rescata de forma inmediata y da tiempo para buscar una solución efectiva. Si algo es tan complicado o tan deprimente que raya en lo ridículo, en vez de hacer una pataleta o de llorar en público, el buen humor es una mejor elección, desde cualquier punto de vista. Cada que recordamos una situación embarazosa a la que nos hemos enfrentado, nos provoca risa. Seguramente en el momento que estaba sucediendo se nos fueron los colores de la cara y sentimos que no podíamos respirar, pero al final, con el tiempo, se toma perspectiva y nos gana la risa. Incluso, al momento glorioso de la planeación, si en vez de presión, abordamos los temas en forma ligera, los resultados tienen mayores posibilidades de ser mejores. Una actitud positiva ayuda a tener una visión más amplia de los escenarios. Un equipo de trabajo estresado, que trabaja a las carreras, con el tiempo encima y con el jefe gritando a todo volumen, tiene mayores riesgos de salir mal que otro que lleva las cosas en forma alegre. El tono amable en el terreno laboral tiene efectos positivos en el desempeño y consecuencias multiplicadoras en beneficio de los proyectos. Para ello es importante propiciar un ambiente laboral en el que impere esa sensación de que además de estar haciendo algo productivo se está llevando a cabo una actividad divertida. Proyectar buen humor abre canales de comunicación virtuosos, ayuda a que la gente que está colaborando deje la estridencia y la fatalidad, sepa que los errores no causarán una hecatombe y podrán remediarse. Por el contrario, cuando cualquier cosa es suficiente para sacar de quicio a quien dirige, un sinfín de consecuencias se suceden en cascada: la gente miente para no ser regañada, los tropiezos se ocultan para no padecer gritos y la visión de una persona angustiada deja de ser clara. Y un superior que no sabe manejar en forma virtuosa un imprevisto está dando muestras de debilidad directiva. Es evidente que, al planear, nadie quiere verse en una situación desviada, pero sucede muy a menudo. Si esto es así, una salida con un toque de buen humor siempre es apreciada. Sin embargo, abusar de esta estrategia tiene consecuencias peores que los gritos desaforados. El buen humor busca una buena salida. No se trata de hacer burla de alguien más, o de hacer bromas a costa de otra persona o de poner en evidencia a quien generó el problema. Por más chistoso que parezca señalar con un dedo, no es gracioso reír a expensas de alguien más. Tampoco se trata de ser el bufón corporativo. El propósito que se persigue al recurrir al arma del buen humor es aligerar la tensión producida en un momento determinado; en esa condición se debe avanzar con cuidado. Si se opta por una broma, debe ser muy fina y nada ofensiva. Recurrir a elementos no personales, como al cable que no llegó, al foco que se fundió o a la alfombra que se ensució es una opción muy adecuada. El buen humor significa reírse con la gente y no de la gente; se apoya en el sarcasmo y no en la mala educación, busca ser un elemento de unión, pretende aliviar un momento incómodo para que las ideas fluyan y la gente se abra al pensamiento positivo, las posibilidades se generen y las relaciones se hagan más cercanas. Así, el buen humor es una excelente herramienta corporativa.
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