Por Agostina Costantino y Francisco Cantamutto Año con año, los organismos multilaterales han tenido que corregir a la baja sus estimaciones de crecimiento para la economía mundial. Esto, debido a que el mundo enfrenta una etapa de larga recesión iniciada tras el estallido de 2008, que –lejos de restringirse a su manifestación financiera– ha puesto en jaque la forma concreta que ha tomado la integración económica global. Estados Unidos, Europa y Japón han mostrado escaso dinamismo desde entonces, lo que ha impactado en una caída de la demanda agregada. Las políticas de money easing aplicadas permitieron un reordenamiento de los balances financieros, pero no han logrado aún un impacto real en la inversión. En cualquier caso, la lenta pero visible recuperación de Estados Unidos en el último año ha promovido una revisión de esta política, decidiendo la subida de sus tasas de interés, lo que produjo un flujo de entrada de capitales y el fortalecimiento del dólar. Esta desaceleración de la demanda de las economías centrales ha provocado impactos globales. En el caso de China motivó una revisión de su estrategia de desarrollo, induciendo un incipiente giro hacia el mercado interno, que ha impactado en un descenso de su tasa de crecimiento (por primera vez en casi tres décadas crecerá por debajo de 7%). Hay que mencionar que este país mantiene desde hace algunos años un silencioso enfrentamiento con Estados Unidos en torno de sus áreas de influencia. América Latina y el Caribe enfrentan este marco de baja demanda de las economías centrales y precios internacionales de las materias primas a la baja desde hace años –como no se veía desde la Gran Depresión. Pero este escenario poco auspicioso no estimula la inversión, y los capitales externos han adoptado un comportamiento de flight to quality hacia Estados Unidos, lo que pone en problemas la renovación de deuda –que ha crecido para la región en los últimos tres años. En conjunto, América Latina y el Caribe continúan en recesión; de hecho, se espera una caída agregada de 0.3% del Producto Interno Bruto (PIB) regional para 2016, aunque con comportamientos diferentes al interior de la región, donde los escenarios económicos se cruzan de manera compleja con las disputas políticas. El incipiente viraje hacia políticas más liberales de varios gobiernos –algunos votados, otros no– ha fortalecido la agenda de la Alianza del Pacífico. En este sentido, el hemisferio sur ha mostrado más turbulencias. El gigante Brasil fue incapaz de sortear la inestabilidad, a pesar del giro hacia políticas de ajuste iniciado por Rousseff hace más de un año. La imprevisibilidad de los movimientos de capitales –que han jugado a la ruleta con el valor del real brasileño– y el clima político enrarecido –que acabó con el juicio político a la presidenta– conspiraron contra la inversión, a pesar de las tentadoras oportunidades de negocios (que incluyen posibles privatizaciones en Petrobras). La recesión esperada de Brasil vuelve a situarse este año por encima de 3%, y esto impacta, naturalmente, en su área de influencia. Su principal socio en el Mercosur, Argentina, es una especial perjudicada, pues la integración de la cadena de valor automotriz entre ambos países es casi total. El país austral enfrenta, pues, una caída de las exportaciones industriales a su socio y menor demanda del resto de sus ventas (de productos primarios), a lo que se suma el reciente ajuste del flamante gobierno de Macri (llamado bajo el eufemismo de “sinceramiento”). Tanto por la vía del comercio como por las inversiones dentro de la región, la crisis combinada de Argentina y Brasil ya ha mostrado impactos en Bolivia, Uruguay y Paraguay. De mayor escala es la crisis que enfrenta otra economía clave del hemisferio: Venezuela. También allí se combinan las disputas políticas –actualmente se analiza un revocatorio del presidente Nicolás Maduro– junto con el severo impacto de la caída de los precios del petróleo, su casi excluyente producto de exportación. Sin recursos fiscales ni externos, la economía venezolana sufre los efectos de su escasa diversificación, dificultando al gobierno una salida que no implique ajuste. Aunque en menor escala que Brasil, su crisis se dispersa por la vía del comercio y la inversión sobre países centroamericanos –Nicaragua y El Salvador, en particular– y del Caribe, con los que Venezuela tenía múltiples convenios bilaterales.   Impacto sobre México y Centroamérica La actual fase de la crisis económica expresada en la caída internacional de los precios de las materias primas (energía, alimentos, petróleo, etcétera) está teniendo un efecto más disparejo sobre los distintos países de América Latina que la fase de la crisis desatada en los países desarrollados en 2008. Aquella vez, como el foco de la crisis estuvo en Estados Unidos, las economías latinoamericanas más afectadas fueron México y los países centroamericanos y caribeños, muy dependientes en términos comerciales del país del norte. Mientras tanto, debido al auge en el precio de las materias primas de exportación y la elevada y estable demanda de productos por parte de China, los países sudamericanos sintieron con mucha menor crudeza aquella recesión en los países centrales. En cambio, esta vez parece ser al revés. En el caso de México, la lenta pero estable recuperación de Estados Unidos hará de colchón para que el país pueda afrontar, a través del comercio, los efectos negativos de la caída en el precio del petróleo y el aumento en la tasa de interés por parte de la Reserva Federal. De hecho, de los grandes países latinoamericanos, México es el único con perspectivas positivas para 2016 (se espera que crezca alrededor de 2.6% contra las caídas en el PIB pronosticadas para Argentina [-0.1%], Brasil [-3%] y Venezuela [-5.8%]). En el caso de Centroamérica y el Caribe se observan dos escenarios para los distintos países. La crisis en Venezuela afecta gravemente a aquellos países que tienen acuerdos de cooperación en el sector petrolero firmados con el país sudamericano (como Granada, Haití, Jamaica y Nicaragua), así como por menores ingresos por exportaciones. Esto impacta de manera doblemente negativa –aumento en las necesidades de financiamiento por la crisis venezolana y disminución de las exportaciones hacia el resto del mundo– sobre los países centroamericanos y caribeños dependientes de las exportaciones de materias primas (como Suriname, Trinidad y Tobago, Belice y Guyana). Sin embargo, los países caribeños dependientes del turismo e importadores netos de energía (como Barbados, Granada, Saint Kitts y Nevis y Santa Lucía) estarían siendo favorecidos por la caída en los precios de estos bienes importados y el flujo estable de turistas provenientes de Estados Unidos. Como se ve, esta fase de la crisis mundial ha alternado sus impactos sobre la región, perjudicando ahora a los países que hace pocos años favoreció. La continuidad se traza en la fuerte vulnerabilidad a cambios exógenos, que la región no supo atenuar mediante una integración más firme. Sin embargo, el incipiente giro actual de las políticas sudamericanas no parece apuntar a resolver el problema.
Agostina Costantino y Francisco Cantamutto son economistas argentinos y doctores en investigación en ciencias sociales por Flacso-México.   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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