Por Chloe Sorvino Con unos tenis Reebok azul oxford con puntos blan­cos y con rayas, James Dyson gira abruptamente por un camino pavimentado que cruza el campus de 22 hectáreas de su compañía. El delgado multimillona­rio de 69 años se abre camino entre algunos arbustos hasta pegar su nariz al vidrio reflejante que protege su nuevo laboratorio ultrasecreto, un elegante cubo de dos pisos que parece haber sido trasplantado directamente desde Silicon Valley hasta la campiña inglesa. Para su deleite, no puede distinguir lo que sus ingenieros están haciendo en el interior. “Espero que estén trabajan­do”, indica, riendo. En realidad, es día de mudanza en este nuevo centro de investi­gación de más de 200 millones de dólares (mdd), y al otro lado del vidrio decenas de jóvenes ingenieros desempacan su equipo y se acomo­dan en sus cuartos. Su trabajo en D9, como se le conoce al edificio, es experimentar sin miedo, fallar constantemente y documentar esos errores en cuadernos negro con amarillo que la empresa proporciona, que formarán la base para más experimentos, todavía más fracasos, y también un corporativo alterno en materia de patentes. En muy raras ocasiones este ciclo interminable de fallas termina en un producto revo­lucionario: la aspiradora sin bolsa (5 años, 5,127 prototipos), el 360 Eye robot (17 años, más de 1,000 prototi­pos) y el secador de pelo Supersonic (4 años, 600 prototipos). Pero esos éxitos se suman: los 58 productos de Dyson generaron 2,400 mdd en ventas el año pasado y un estimado de 340 mdd en ganancias netas, incluso después de que Dyson reinvirtiera 46% del EBITDA en in­vestigación y desarrollo, más que sus rivales Electrolux y Techtronic. Dy­son posee el 100% de la compañía, que tiene un valor aproximado de 4,800 mdd. También puedes leer: ¿Qué pasa con la innovación en México?  D9 es la reluciente piedra angular de los esfuerzos de Dyson para atraer a los ingenieros directamen­te de la universidad a sus oficinas centrales cerca de Malmesbury, una antigua ciudad comercial de 5,400 personas ubicada dos horas al oeste de Londres. La edad media de sus ingenieros es 26 (tiene 3,000 en el mundo y quiere contratar a otros 3,000 para 2020), y su juventud no es casual. “El entusiasmo y la falta de miedo es importante. No hacer caso a los expertos y seguir adelante porque crees en algo es importante. Y es mucho más fácil de hacer cuan­do se es joven”, expone. Dyson es conocido por crear la primera aspiradora sin bolsa hace tres décadas (su compañía todavía obtiene de ello 70% de sus ventas), muchas de las cuales son ahora lige­ras, de mano y funcionan con pilas. Dyson también tuvo éxito con el secador de manos Airblade, el humidificador Dyson y el Pure Cool Link, un ventilador que funciona también como purificador de aire. La última maravilla de su taller es el secador Super­sonic. Dyson gastó 71 mdd en el desarrollo del dispositivo de 400 dólares, que se supone que elimina el daño por calor. Se lanzó en Japón en abril y llegará a Estados Unidos en cualquier momento. Dyson espera que todos los nue­vos ingenieros que contrata aceleren la innovación en la compañía: prevé invertir cientos de millones de dó­lares para desarrollar al menos 100 nuevos productos para 2020, casi el doble de lo que tiene ahora en el mercado y el equivalente al número de productos introducidos desde su fundación. “Nos estamos reinven­tando todo el tiempo”, afirma Dyson. “Estamos luchando contra el status quo. Todavía nos sentimos pequeños, ágiles, pioneros”. Aunque Dyson no revela los as­pectos específicos, dice que muchos de los nuevos productos estarán relacionados con el cuidado perso­nal o la iluminación. Los sistemas de iluminación son una idea original de su hijo Jake y aparente heredero, de 46 años, que pasó dos años en Dyson antes de salir en 2002 para iniciar sus propio negocio de dispositivos led con autoenfriamento. “Yo quería salir y hacer algo mío y demostrar­me que podía hacer esto”, dice Jake, quien regresó en abril, trayendo con él su tecnología led y sus ideas. Pero la mayor apuesta de Dyson se encuentra en las baterías. En su opinión, las actuales baterías recargables de iones de litio (Li-ion) que alimentan la mayoría de aparatos en el mundo (incluidos los suyos) no pueden gastar su carga en menos tiempo y tienen que ser más seguras (en ocasiones se incendian). Fiel a su naturaleza, en lugar de mejorar de forma incremental la tecnología de ión-litio existente, Dyson forja un nuevo camino: experimentar con baterías de ión-litio de estado sólido que utilizan cerámica. Con este fin, hizo su primera adquisición en la historia de la compañía en octubre de 2015, gastan­do 90 mdd en Sakti3, una startup de baterías establecida en Ann Arbor, Michigan. Y eso es sólo el principio. Dyson se compromete a gastar 1,400 mdd en construir una fábrica de baterías e invertir en investigación y desarrollo durante el próximo lustro, una gran apuesta para una empresa de su tamaño. Pero Dyson no se deja intimidar, y afirma que pronto esta­rán fabricando las baterías de mayor duración y más fiables del mundo, con la mira puesta en el mercado mundial de baterías de ión-litio, que la firma de investigación Lux estima en 40,000 mdd. “Las baterías son algo bastante interesante y atracti­vo”, confía Dyson. Dyson creció siendo el menor de tres hermanos en las costas de Nor­folk, noreste de Inglaterra. Su padre enseñaba a los clásicos en el Gres­ham, un internado de élite fundado en 1555; su madre, que abandonó la escuela a los 17 años para unirse al comando bombardero en la Segunda Guerra Mundial, crió a los niños. Su padre murió de cáncer cuando Dyson tenía nueve años. Después de la pérdida, Dyson comenzó a impul­sarse a sí mismo. Un estudiante pobre, como él se describe, fue a la Escuela de Arte Byam Shaw en Londres, donde co­noció a su esposa, Deirdre. Más tar­de entró a un programa de posgrado en el Royal College of Art, aunque nunca terminó su licenciatura. En la escuela, Dyson hizo un diseño fuera de lo común para un techo de alumi­nio. Eso lo llevó a una reunión con Jeremy Fry, un conocido inventor que había instalado un techo similar. Los dos se cayeron bien, y Fry ofreció a Dyson su primer trabajo de tiempo completo en su empresa, Rotork. Dyson ayudó a diseñar los primeros camiones de mar de la compañía, que eran esencialmente barcos de carga de alta velocidad, y los vendía a los ejércitos de todo el mundo, entre ellos el de Egipto, que utilizó para luchar contra Israel durante la Guerra de Yom Kipur en 1973. Cuando Dyson no estaba en Rotork, arreglaba su casa de campo de 300 años cerca de Bath. Fue transportar cemento durante esa renovación lo que lo inspiró para una de sus clásicas ideas de mejora constante: una carretilla moderni­zada. Utilizaba una bola en lugar de una rueda, porque distribuía el peso de manera más uniforme y no se atascaba en el barro. En 1974 renunció a su trabajo y comenzó a hacer Ballbarrows con créditos bancarios y la ayuda de su cuñado, un heredado. Dos años más tarde, con las tasas de interés por las nubes y una deuda de más de 270,000 dólares, vendieron una participación de 33% a un inversio­nista. En 1979 Dyson se vio obliga­do a salir, en parte porque quería ampliar los préstamos para financiar más inventos, mientras que los otros querían pagar la deuda. Aún así, esa primera startup le dio a Dyson un tremendo regalo. El polvo de color con el que se pintaban los Ballbarrows se adhería al equipo de la fábrica. Justo antes de ser expulsado, tuvo una idea para aspirar el molesto polvo instalando un ventilador industrial hecho a mano con un mecanismo de giro rápido sobre el techo de la fábrica. Casi al mismo tiempo, se peleaba con la aspiradora Hoover de su fami­lia (no podía comprarse una nueva). Se descomponía cada vez que se llenaba la bolsa. Un domingo en octubre de 1978, después de ver en la fábrica los movimientos casi cicló­nicos de su ventilador, Dyson corrió a casa y quitó la bolsa de su aspira­dora; la reemplazó con una versión de cartón de lo que había hecho en la fábrica. Funcionó suficientemente bien como para estimular a Dyson a intentar crear una versión para el mercado masivo. Él y su mentor, Jeremy Fry, in­virtieron cada quien 53,000 dólares inicialmente. Y en los siguientes cinco años, ocupó miles de horas (y dólares) haciendo esos famosos 5,127 prototipos; su esposa mantuvo a la familia a flote con la venta de ilustraciones para la revista Vogue y dando clases de naturaleza muerta. Cuando finalmente estuvo terminada, en 1983, la aspiradora sin bolsa de Dyson era tan poderosa que su mecanismo interno de ciclón separaba el aire y el polvo a una velocidad de casi 1,500 km/h y podía absorber humo de cigarrillo del aire. Para pagar las deudas, decidió licenciar la tecnología. Tuvieron que pasar otros dos años para firmar a su primer cliente importante. Apex, una empresa japonesa, accedió a pagarle 78,000 dólares de contado y una regalía de 10% por el desarrollo de su aspiradora G-Force de 1,800 dólares. Las cosas no resultaron tan bien en Estados Unidos, donde los acuerdos de licencia iniciales se vinieron abajo y terminaron en una maraña de pleitos. d9 Después de esos problemas Dy­son se moría por introducir su propia marca. Utilizando dinero que provenía en su mayoría del trato japonés y un préstamo bancario de 1 mdd, lan­zó a la venta la icónica Dyson Dual Cyclone amarilla con dorado en 1993. A pesar de tener un precio de 300 dólares, el doble que la competencia, fue todo un éxito, y se convirtió en la aspiradora más vendida de Gran Bretaña, con un total de 1,600 mdd en ventas en 1997. Por ese tiempo, Dyson contrató a Martin McCourt, que había trabajado en Duracell y Toshiba, como director financiero. McCourt fue ascendido a ceo en 2001. Once años más tarde, el actual CEO, Max Conze, un veterano con 17 años en Procter & Gamble, tomó el trabajo de dirigir la operación diaria de la empresa. Dyson se centró en inventar. En 1998 reclutó a cinco estudiantes de doctorado de la Universidad de Kent y les dio la tarea de construir su primer aspiradora robótica de Dyson. Una vez más le tomó años y pasó por 1,000 prototipos antes de quedar satisfecho. Desechó el primer modelo debido a obstáculos tecno­lógicos y a los altos costos. “Nunca tenemos miedo de dar ese paso hacia atrás y decir ‘No está bien. No hay que sacarlo a la venta’”, señala Mike Aldred, jefe de ingeniería de robótica de Dyson. La búsqueda de la perfección podría ser la mayor fortaleza de Dyson y a la vez su mayor debilidad. iRobot venció a Dyson en el mercado por 14 años, con la introducción de la primera aspiradora robótica en 2002. El año pasado iRobot vendió alrededor de 2 millones de unidades, según Euromonitor, de entre 375 y 900 dólares. La aspiradora robótica de Dyson, conocida como el 360 Eye, finalmente se dio a conocer en Esta­dos Unidos el verano pasado. Con un precio de 1,000 dólares, combina una visión de 360 grados con un sistema de navegación patentada que le ayu­da a maniobrar mejor alrededor de las sillas del comedor y debajo de las camas. La empresa se negó a comen­tar cuántas unidades ha vendido. La pasión de Dyson para los in­ventos toma forma en esos cuader­nos amarillo con negro, cada uno con un sello que dice “confidencial”, que sus ingenieros llevan a todas partes. Se espera que en ellos anoten todas las ideas que se les ocurran, desde cómo alaciar el cabello más rápido hasta encontrar maneras de mejorar las aspiradoras que funcionan con baterías. Cuando los libros se llenan, se guardan en una bóveda a la que pueden acceder los ingenieros si quieren información o ideas. Lo más importante es que los cuadernos se utilizan a menudo como eviden­cia principal de las solicitudes de patente de Dyson y de las frecuentes demandas. La compañía gasta cerca de 6.5 mdd al año en litigios sobre patentes. Mientras que muchos de los casos se resuelven fuera de los tribunales con sumas no reveladas, es de conocimiento público que Hoover aceptó pagar a Dyson más de 6 mdd en 2002 por violación de patentes de su tecnología de ciclón. Y aunque se trate a Dyson como un simple reparador con muchos sueños, está claro que él sabe cómo jugar a la política. El hombre que posee unas 7,500 patentes globales, de acuerdo con el servicio de patentes IFI Claims, fue determinante para que el Reino Unido revisara sus leyes fiscales para favorecer a los titulares de patentes. Dyson, cuya sociedad de cartera había sido registrada en Malta, un paraíso fiscal, escribió un informe en 2010, titulado Ingeniosa Gran Bretaña, a instancias del que fuera primer ministro, David Cameron, sobre la forma de convertir al país en un importante exportador de tecnología. En él apoyó la llamada Patent Box, un incentivo que reduciría el impuesto sobre la renta a productos patentados a 10%, e incentivos para investigación y desarrollo. La Patent Box entró en vigor en abril de 2013. Un mes antes, Dyson había incorporado su sociedad de cartera en el Reino Unido para sacar el máximo provecho de las nuevas leyes. Desde entonces los impuestos de la em­presa como porcentaje de ingresos se han reducido en 25%. “Como resultado podemos reinvertir más, por lo que nos está ayudan­do”, confiesa Dyson. Las baterías se han convertido en una obsesión para Dyson, que prevé un “gran número de oportunidades de productos” que provienen de juntar unas mejores baterías con sus productos. Para demostrar su punto, Dyson se levanta de su escritorio en Malmesbury, toma una aspiradora rojo y púrpura sin cable de arriba de un sofá y la pasa por el suelo para mostrar cómo es más fácil de utilizar que una con cable estándar. “Cada vez es más aceptada, y creo que eso continuará”, señala Dyson. “Pero tenemos que tener una mejor tecnología de baterías”. Las aspiradoras sin cable de Dyson pueden funcionar durante sólo unos 40 minutos antes de necesitar una recarga, y ésta puede tardar hasta tres horas y media. Eso es lo que llevó a Dyson a pagar 90 mdd para comprar a la prometedora Startup de baterías Sakti3. La empresa había desarrollado prototipos de células de batería de estado sólido que utilizan un disco de cerámica, en el que se depositan montones de capas en vez del electrolito líquido de las baterías convencionales, haciéndolas mucho más seguras. El estado sólido también puede almacenar 30% más de energía por el mismo volumen o 50% más por la misma masa, de acuerdo con una de las solicitudes de patentes de Sakti3, lo que significa que los productos podrían ser más pequeños y ligeros que las baterías de iones de litio líquido. Sakti3 afirma que estas baterías duran dos veces más que cualquier otra en el mercado y que necesitan mucho menos tiempo para recargar. También puedes leer: México, líder en innovación en América Latina  Dyson es una de varias compañías, incluyendo Toyota, Nissan y Bosch, que apuestan por las baterías de estado sólido para reemplazar a las baterías recargables actuales, aunque muchas de ellas se centran sólo en aplicaciones de automoción. Pero si Dyson puede ampliar esta producción de baterías para su uso en productos para el hogar, dejando de lado los automóviles, será “revolucionario”, asegura Daniel Abraham, un experto en baterías en el Laboratorio Nacional Argonne en Illinois. Pero Elon Musk, el preeminente funda­dor de Tesla Motors, quien gasta miles de millones para mejorar las baterías de iones de litio líquido, no parece estar de acuerdo. En una reciente conferencia de prensa, dijo que no está preocupado del estado sólido, al menos cuando se trata de coches: “De cuando funciona en el laboratorio hasta cuando realmente se llega a un volumen alto tarda por lo menos de cuatro a cinco años. No sabemos de nada, incluso en el laboratorio, que sea mejor que lo que esta­mos haciendo aquí”. Tal vez el mayor obstáculo es el costo exorbitante. En este momento costaría al menos 2,000 dólares hacer que una batería de estado sólido alimente una aspiradora sin cable, según varios expertos en baterías. Dyson afirma que puede reducir este costo drásticamente y fabricar estas baterías eco­nómicamente en un futuro no muy lejano. Otros no están tan seguros. “No creemos que las baterías de estado sólido sean competiti­vos en al menos una década”, asegura Chris Robinson, investigador asociado de Lux Research, que sigue de cerca la evolución de baterías de estado sólido. Pero no se lo digan a un verdadero discí­pulo de Dyson. Bruce Brenner, director de desarrollo de almacenamiento de energía de Dyson, asegura: “Lo imposible nos im­pulsa a ir adelante”. Por ahora, lo que sigue es una batería más eficiente, ah, una secadora de cabello supersónica de 400 dólares.

 

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