Esta semana ha hecho mucho ruido el tipo de cambio del peso frente al dólar, que se ha visto muy presionado por el “efecto Trump”. La cada vez más alta probabilidad de que el candidato republicano pueda alcanzar la Casa Blanca, sobre todo después del episodio del desmayo “por deshidratación” de Hillary Clinton, es sin duda un factor muy importante para la debilidad de nuestra moneda. Lo mismo la caída de los precios del petróleo. No obstante, cabe aclarar que el peso es una divisa estructuralmente débil, por lo que los 20 pesos por billete verde y más allá, son sólo cuestión de tiempo, sin importar quien gane la presidencia de aquel país. ¿Debe importarnos el nivel de 20 pesos? La respuesta es no per se. Es un número redondo que llama la atención y escandaliza a algunos. Los que siempre están inconformes y en contra de todo en la izquierda, se rasgarán las vestiduras, pero nada más. Pongamos como ejemplo el caso del euro, que por primera vez de manera fugaz rebasó esa misma “barrera psicológica” de los 20 pesos en 2009, 2015 y de manera definitiva a principios de 2016. ¿Qué ocurrió? Para la mayoría de la gente pasó inadvertido. Al cierre de este artículo el euro cotiza en 21.70 pesos al mayoreo. La razón entonces de que el dólar cause alboroto es, por supuesto, nuestra íntima relación comercial y la vecindad que tenemos con la Unión Americana. Millones de paisanos trabajan allá y hacen envíos de remesas de las que muchos dependen. Además, aún quedan reminiscencias de aquellas lejanas crisis devaluatorias en las que de la noche a la mañana se disparaba el precio de esa divisa, pues no había un tipo de cambio de “libre flotación” como hoy. ¿Qué es entonces lo que debe inquietarnos? Lo que causa la debilidad estructural de nuestra moneda. Aquella es reflejo de la mala condición de nuestra economía, mas no su causa. En este sentido, el Proyecto de Presupuesto de Egresos de la Federación para 2017, que ha planteado recortes importantes al gasto público, es un avance en el sentido correcto, pero pequeño e insuficiente para el tamaño del reto que tiene enfrente el país. Veamos: la deuda se disparó en el sexenio de Peña Nieto, se optó por expandir el gasto corriente y contraer el de inversión, el crecimiento es raquítico, la inflación, los déficit de cuenta corriente y el fiscal ya encienden focos amarillos, Pemex es un quebrado agujero negro que compromete de forma grave las finanzas públicas del país, no hay vigencia plena del Estado de derecho y un largo etc. No por nada en este espacio sostuvimos a contracorriente que el ahora ex secretario de Hacienda, Luis Videgaray, tenía que irse, y que la calificación soberana de México ya debería ser más baja. Lo reiteramos. En este contexto, puede apostar a que tan pronto como se rebasen los $19.50 que se alcanzaron tras el referéndum por el Brexit, se multiplicarán las voces que pidan la intervención oficial para que no llegue a $20. ¡Cuidado! Meterle “mano negra” al tipo de cambio sólo tendría efectos cosméticos de corto plazo, derrocharía de manera innecesaria reservas internacionales y aumentaría la especulación en contra del peso. Saldría peor. Esperemos que José Antonio Meade no cometa el mismo error que su antecesor. Recuerde que es el secretario de Hacienda –y no el gobernador del Banco de México (Banxico)– quien preside la Comisión de Cambios. Es pues, en los hechos, el gobierno federal el que toma las decisiones en esta materia, último resquicio de falta de autonomía del banco central. En suma, no se preocupe por si el dólar se encarece a 20, 21 pesos o lo que sea. Mejor ocúpese en reducir sus tenencias de pesos cada vez que se abarate el billete verde y salga hacia activos refugio como los que le he recomendado. Gane Trump o Hillary, de la crisis que sigue no nos vamos a salvar.
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