En La noche más triste, su autor, Esteban Illades, busca explicar por qué desaparecieron 43 estudiantes y murieron seis personas, la noche del 26 de septiembre de 2014, en la ciudad de Iguala. Lo importante es no olvidar, dice el autor en entrevista, y hacer todo lo posible para que esto no se repita.   En junio de 2015, Esteban Illades puso en circulación su primer libro, que llamó la atención de lectores, pero, sobre todo, de analistas políticos y periodistas. Con un título sencillo —La noche más triste, se llama—, en él, sin embargo, Illades se adentra a un tema sumamente complejo: entender y comprender por qué, y cómo, lo ocurrido la noche del 26 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero, cuando un grupo de policías y criminales torturaron, secuestraron, asesinaron, y desaparecieron, a medio centenar de personas, entre ellos 43 estudiantes. Paso a paso, pedazo a pedazo, la verdad de lo que sucedió el 26 de septiembre en Iguala va revelándose y desvelándose. Desde luego aún falta mucho, muchísimos detalles en salir a la luz, también nombres de responsables. Todo, en aras tener la certeza de saber qué ocurrió aquel día, pero sobre todo saber dónde están hoy los estudiantes desaparecidos.
Esteban Illades. (Foto: Josué D. Romero)

Esteban Illades. (Foto: Josué D. Romero)

Precisamente de esto, de su libro y de otros temas hablamos con Esteban Illades. Fue la mañana del 7 de septiembre de 2015, cuando nos recibió en las oficinas de la revista Nexos, en donde labora como editor y periodista. De entrada, fue claro: a punto de cumplirse un año de aquellos sucesos, a casi un año de la desaparición de los estudiantes, seguimos sin saber, bien a bien, por qué sucedió, cómo pasó, y quién o quiénes en verdad estuvieron inmiscuidos. Él lo resumió de manera sencilla: “Es un tema muy, muy complejo”, me dijo, con un vaso de café en las manos. Tiene razón: tan sólo un día antes de la conversación, el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), había presentado —en una conferencia de prensa— su informe “Ayotzinapa, investigación y primeras conclusiones”. Para unos, con éste se echaba por tierra la “verdad histórica”, la versión oficial, según la cual los jóvenes fueron incinerados en el basurero de Cocula, Guerrero. Para otros, como el propio Esteban, sólo abre nuevamente la investigación. Y no sólo eso: él se lo tomó, además, con precaución; después de todo, en su libro, él decidió contribuir a la discusión con una entrevista inédita a un profesor ajeno a la politización del caso: el doctor John DeHaan, experto en química forense con especialización en fuego y explosiones. DeHaan, ahí, es directo: sí es posible que se cremara tal cantidad de cuerpos. De hecho, tan compleja y tan vertiginosa es la información que —desde la charla con Illades hasta ahora, la publicación de la misma— ya ha sido identificado un segundo estudiante desaparecido de Ayotzinapa (Jhosivani Guerrero de la Cruz, de 20 años) y ha sido capturado el jefe de sicarios del caso (Gildardo López, alias el Gil, a quien la investigación sitúa en medio de la matanza y desaparición de los jóvenes en Iguala).  

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Pero vayamos por partes. La génesis de La noche más triste / La desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa ocurrió unos meses atrás, me dijo Esteban: —Es un trabajo que realicé durante unos nueve meses, y que fui publicando a manera de reportajes. Se trataba de investigar precisamente la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa, pero, además, sobre la muerte de otras seis personas, ya que esto es algo que poca gente recuerda: que seis personas también murieron esa noche. Las semanas posteriores a la desaparición de los estudiantes, aquí en el Distrito Federal, nos llegaban versiones muy confusas sobre los hechos; algunos decían que 57 estudiantes habían desaparecido, incluso se llegó a decir que habían sido más de 60. Luego fueron apareciendo algunos. Así, semanas después, el número de estudiantes se estableció en 43. Pero toda esa información que salía, rumores sobre todo en medios de comunicación, provocaba que todo fuera muy confuso y complicado.
Contribuye a la discusión.

Contribuye a la discusión.

—Entiendo que la investigación la realizó desde aquí, desde la Ciudad de México. —Sí; de hecho, todo lo que incluyo se puede corroborar. Este texto lo que busca es, en su mayoría, dar voz a lo que dicen los estudiantes. La parte central, la parte sobre el 26 de septiembre, toda la historia narrada hasta el momento en que los policías municipales secuestran a los estudiantes y después los entregan a un grupo del crimen organizado, toda esa parte es la narración de los estudiantes. Lo que busqué fue corroborar todo lo que decían ellos, lo que estaban diciendo entre sí (todo lo que nos han dicho tanto en conferencias, encuentros, reuniones, muchas veces en distintos eventos, distintos lugares, distintas versión); lo que busqué fue corroborarlo con otras fuentes, corroborarlo con las investigaciones tanto la de la Procuraduría de Guerrero como la investigación federal, para ver si todo esto realmente correspondía, y, a partir de ahí, poder armar una narración más o menos sólida del asunto. —Obviamente, la desaparición de los estudiantes es la parte más difícil de explicar, ¿no? —Pues sí. Lo que tenemos, dadas algunas investigaciones periodísticas y de las autoridades, es la hipótesis de que los estudiantes fueron desaparecidos por los Guerreros Unidos, y sus cuerpos incinerados en el basurero de Cocula. Sin embargo, como podemos ver en el informe de la Comisión Interamericana, los expertos no comparten eso, de que fueron incinerados. En este caso concreto, ellos no presentan una hipótesis alterna, pero sí discuten de forma importante con la hipótesis presentada por el gobierno de México. —Desde un principio, ¿le pareció importante trazar el contexto social, el contexto político y el contexto histórico para entender mejor lo ocurrido? —Sí, me puse a investigar, primero, lo que había sucedido más allá de esa noche, o sea, qué fue lo que pudo haber dado pie a la desaparición de los estudiantes. Me fui a investigar, estuve viendo todo lo que había pasado en Iguala, desde los años anteriores; incluso, la historia del Estado hasta el momento en que entró José Luis Abarca a la presidencia municipal, y su esposa, María de los Ángeles Pineda, como presidenta del DIF. Investigué todo el año que José Luis Abarca fue presidente municipal. Nada más en eso, uno encuentra cosas escalofriantes; uno se da cuenta que Abarca había sido señalado como autor material del homicidio de un activista, Arturo Hernández Cardona. Y que de la familia de su esposa, integrada por cinco hermanos, cuatro estaban vinculados, de una forma u otra, al crimen organizado. Además, estaba lo obvio: el tráfico de droga en Guerrero. La producción de amapola (que después se vuelve opio y se vuelve heroína) ha aumentado considerablemente; es la droga que más se vende en Estados Unidos, de forma legal e ilegal. Y luego estaba la pobreza, la extrema pobreza que por años ha azotado al estado. Todo esto, en conjunto, le sirvió a Esteban para darse un panorama completo de la situación: —Cuando vi todo esto, me dije: aquí hay un foco rojo que nadie voltea a ver. A partir de eso, empecé a publicar una serie de reportajes; luego fui buscando más y más, sobre todo para tratar de entender qué sucedió esa noche. Durante meses estuve trabajando en esto. A principios de enero de 2015 publiqué en Nexos un reportaje, que es una crónica minuto a minuto de lo que sucedió aquel día, que intitulé justamente “La noche más triste”. Posteriormente, la gente de Grijalbo se me acercó; ellos me dijeron que por qué no ampliaba esa crónica en un libro. Así que no sólo es la explicación de esa noche y lo previo, sino que busca darle un contexto no sólo municipal y estatal, sino nacional, incluso internacional, a la desaparición de los estudiantes: ¿por qué pudo haber sucedido?, ¿qué pasó después?, ¿en qué estamos ahora? Obviamente, han sucedido muchas cosas desde que publiqué este libro. Yo lo terminé a principios de abril, se publicó en junio, y ya estamos en septiembre, así que han salido a la luz nuevos datos e informaciones. —El primero que manejó la versión de que habían sido incinerados los cuerpos fue el sacerdote Alejandro Solalinde. A partir de eso, empieza a construirse la llamada “verdad histórica”. Con el informe de la Comisión Interamericana, sin embargo, ¿a qué reflexión podríamos llegar? —Es curioso… yo estuve en toda la conferencia de prensa de los expertos de la Comisión Interamericana, y ellos dijeron, de manera categórica, que era científicamente imposible haber quemado a 43 estudiantes en ese basurero. Eso es lo que todo mundo está discutiendo. Sin embargo, después ellos subieron en línea la versión digital del informe. Lo leí, centrado, obviamente, en la cuestión de lo que habían asegurado sobre el fuego: que no se pudieron haber quemado 43 cuerpos; en la parte final, en uno de los anexos, ellos tienen la explicación paso a paso del perito José Luis Torero, a quien llevaron al basurero para observar y recoger datos. Lo que uno ve es que las conclusiones del peritaje de Torero no son exactamente iguales a las que dice la Comisión Interamericana; ésta dice “científicamente imposible”, y Torero lo que dice, y lo resalta en negritas, que él, llegando en julio de 2015 (estamos hablando casi 10 meses después de la desaparición de los estudiantes, y ocho o nueve meses de que la PGR realizara sus peritaje), él señala que con la información que tiene disponible, con lo que pudo ver estando ahí en el basurero, con la evidencia que tiene en el momento, no puede concluir que los hayan quemado. No señala que sea imposible. Lo que dice es que él no tiene la evidencia suficiente. Esto es muy importante, porque lo que está diciendo es que no hay evidencia suficiente para afirmar una cosa o la otra. Lo que hace es abrirnos a todos la posibilidad de que los estudiantes tal vez no hayan sido quemados en el basurero, pero tampoco nos la cierra. Tenemos ahora un abanico de posibilidades para investigar qué es lo que pasó con ellos. 4—En la entrevista con John DeHaan, publicada en su libro, él asegura que sí es posible. —Exacto. Y eso es también un punto interesante, porque en el informe, José Luis Torero hace alusiones directas a la entrevista que le hago a John DeHaan en el libro. Él lo contradice, lo cual me resultó muy curioso, y lo escribí en un artículo que publiqué: John DeHaan no participó en la investigación, o sea, lo consulté para que me diera una opinión de experto conforme a los datos que teníamos disponibles. Para mí, creo que eso demerita un poco la investigación de la Comisión Interamericana, por el simple hecho de que está buscando discutir con un experto que no participó en la investigación. Desde afuera se percibe como una discusión de un experto contra otro experto, en vez de que la Comisión pueda concluir lo que realmente sucedió con los estudiantes. Habría sido mejor (y, claro, esto lo digo después de la presentación del informe) que ellos hubieran traído a más expertos, a más analistas. Y, conste: no estoy demeritando el trabajo de la Comisión Interamericana; sólo digo que, en el caso del perito, sí se pudo haber hecho un poco más para tener la solidez científica que discutiera, y tal vez derribara, por completo y sin ninguna duda, la versión de la PGR. —Lo que parece imperdonable es que la PGR haya tardado alrededor de dos meses en custodiar el basurero, cerrarlo. —¡Claro! Ellos perdieron mucha evidencia posible… Me parece que una de las cosas más destacables de la investigación de la Comisión Interamericana es que subraya los errores que cometió la PGR, que para algunos fueron un sinfín, y para otros sólo unos cuantos. Lo que me parece sorprendente es que la PGR aseguró el basurero durante unas semanas, hizo sus análisis, y después se fue de la zona. Entonces, para cuando llegaron los expertos de la Comisión Interamericana, esa zona ya pudo estar contaminada por muchas otras cosas. Estamos hablando realmente de un desaseo en la investigación de un tamaño tan grande que sí pone en entredicho muchas de las cosas que dice la PGR. —Otro dato relevante del informe de la Comisión Interamericana es el de la confirmación de un quinto autobús. ¿Qué encontraste en tu investigación? —Cuando uno revisa el expediente de la PGR se menciona de vez en cuando, de forma casi periférica, ese autobús, pero nunca se incluye en la versión central. Así que sí levanta muchas dudas; por lo menos, de la capacidad de investigación de la PGR para armar una averiguación, dado que este autobús sí era parte del convoy en el que iban los estudiantes, aunque nunca fue tomado en cuenta. La siguiente duda es, ¿por qué no lo hicieron?, ¿qué tenía ese autobús de especial, o de poco especial, para que la PGR no lo investigara? Creo que todos estos datos sí son sumamente importantes, y debemos retomarlos ahora. En cuanto a la PGR, me parece que sí tienen que hacer una investigación interna, para que ellos vean por qué no se hicieron bien las cosas, o por qué se hizo todo mal. O sea, por qué esta investigación, que se presume como la más importante y exhaustiva que se ha hecho en México en los últimos años, se hizo tan mal. Esto sí nos lleva a replantearnos muchas cosas, sobre la investigación y la procuración de justicia en este país.

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A casi un año de la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa, algo está claro: hoy, hay más dudas que certezas sobre que pasó aquella noche, y los posteriores días. Por ese rumbo, en un momento dado, se dirigió la conversación con Esteban Illades. —En el libro dejas abiertas varias preguntas que no se han respondido, las cuales se suman ahora con el informe de la Comisión Interamericana. Lo inquietante es que si se supone que es la investigación más importante de la PGR, ésta se ha ido cayendo pedazo a pedazo… —Sí, exacto. Imagínate qué pasará en otras investigaciones, en otras que no son tan mediáticas o tan trascendentes, en el ámbito nacional, como lo ha sido la de Ayotzinapa, ¿cómo se estarán haciendo esas investigaciones? —Nos deja muy mal parados en cuanto al Estado de derecho que priva en el país. —¡Pues sí! Creo que la conclusión más importante, y lo confirmo todavía más con el informe de la Comisión Interamericana, es que mientras las cosas no cambien, mientras el Estado siga investigando de esta forma, mientras se siga procurando la justicia de esta forma, pues tenemos en nuestras manos que un caso como el de Ayotzinapa pueda volver a suceder en cualquier momento. Luego de que ocurriera la noche más triste del 26 de septiembre de 2014, en el país han seguido pasando casos similares. Tenemos, por ejemplo, el caso de Apatzingán a principios de año en Michoacán; después, en ese mismo estado, lo que ocurrió en Tanhuato. Tenemos muchos casos en los que estamos viendo ejecuciones extrajudiciales, que se están llevando a cabo por el simple hecho de que en México la procuración de justicia es muy mala. Entonces, mientras no tengamos realmente una discusión, no sólo como sociedad sino con el gobierno, y no se cambien las cosas, no se cambie el entrenamiento de los policías, no se arreglen los problemas de educación en el país (para que la juventud encuentre una salida al narco), mientras no nos replanteemos realmente los grandes problemas del país, esto seguirá sucediendo. —La pregunta que sobrevuela sobre nosotros es que si podemos caer más bajo… —Es una pregunta que mucha gente se hace. Es complicado. Uno piensa que no se puede caer más bajo y, sin embargo, después de Ayotzinapa el gobierno se vio inmiscuido en asuntos como el de la casa blanca y el conflicto de interés, o la casa de Malinalco del secretario de Hacienda y la del secretario de Gobernación, que también conllevaban un conflicto de interés, y luego ahí están las ejecuciones extrajudiciales y así… Entonces, sin duda nos preguntamos hasta dónde vamos a llegar. Después de que sucedió lo de Ayotzinapa, yo fui a cubrir la marcha del 20 de noviembre, en la que participaron más de 100 mil personas en el Distrito Federal, y parecía que las cosas iban a cambiar, la gente estaba muy molesta, y se veía que había algún interés por cambiar las cosas. Sin embargo, ante la nula respuesta del gobierno, por un lado, y por otro, la falta de articular un buen discurso (más allá de que el Estado fue el culpable), no se pudo pasar a una serie de propuestas concretas o de cambios que requería el país; así que esa inercia, ese movimiento, se fue desinflando. Yo creo que ahora, con el informe de la Comisión Interamericana, y con la conmemoración el próximo 26 de septiembre de lo sucedido en Iguala, habrá la oportunidad de tener otra vez una conversación nacional sobre qué es lo que está sucediendo y qué es lo que queremos que cambie. —Bueno, Jesús Murillo ya se fue, o lo echaron. Están detenidos, por otra parte, varias personas involucradas por el caso de Ayotzinapa. ¿Qué va a ocurrir, Esteban? —Ésa es la pregunta. No lo sabemos. —Te lo pregunto porque también me llamaron la atención unas declaraciones… En agosto pasado, la agencia de la revista Proceso recogía las palabras de don Emiliano Navarrete, uno de los padres de los 43 normalistas desaparecidos en Iguala: “Si nuestros hijos no regresan a casa (antes del 26 de septiembre), las cosas se van a poner más carbonas.” Y luego está, y creo que es importante apuntarlo, lo que sucedió en el país vecino con el ahora ex presidente de Guatemala. ¿Sucederá algo interesante en los próximos días? —Sin duda, vienen tiempos difíciles. El ejemplo de Guatemala, que en México existe la mala costumbre de burlarse de los vecinos del sur, viene como un balde de agua helada: ¡santo ejemplo que nos han dado a todos! Claro, ha sido a partir de una investigación, en cierto sentido, independiente, porque fue una comisión llevada por la ONU. Entonces, visto eso, y visto como se manejan las cosas aquí, creo que sí habrá una respuesta de la gente importante, de por qué la procuración de justicia no se lleva a cabo bien en México; de hecho, por qué se lleva tan mal, y por qué en un país como Guatemala, que tiene índices mucho más altos de violencia e índices mucho más altos de corrupción o de pobreza, sí puede haber una investigación seria al respecto y que tenga consecuencias. —¿Sabremos, algún día, qué pasó realmente en Iguala? —A mí me gustaría pensar que sí. Lo que nos queda es seguir investigando, seguir discutiendo, seguir presionando a las autoridades federales para que tomen las recomendaciones de la Comisión Interamericana, para que retomen la investigación. Y a nosotros, como periodistas, lo que nos queda es seguir investigando, porque a casi un año de la desaparición de los estudiantes seguimos sin saber por qué sucedió, cómo ocurrió, quién o quiénes en verdad estuvieron inmiscuidos. De hecho, ahora, una vez más, estamos discutiendo qué pasó con ellos. Al final, Esteban tiene una última consideración: —Ojalá que a partir de todo esto que hemos visto, no lo normalicemos, sino que digamos “esto es un escándalo”, “esto es un horror”, y hagamos todo lo posible para que esto no se repita. Yo creo que lo importante es no olvidar. Muchas personas, cuando salió este libro, hace un par de meses, me decían que para qué escribía de esto, que ya se sabía qué había sucedido, que ya teníamos una “verdad histórica”, o que era algo que ya había pasado, “¿por qué sigues hablando de este tema?” Bueno, la verdad es que debemos recordarlo porque si no pasará como lo del Casino Royale, como lo de la Guardería ABC, todos estos casos que han caído en una especie de olvido colectivo, del que ya no pensamos en ellos pues ha habido otras tragedias que han tomado su lugar. Lo importante es recordar todas, hablar de ellas en conjunto, para discutir qué es lo que está sucediendo en México, y qué queremos como país. —¿Cambiarías algo de tu libro a partir del informe de la Comisión? —No le cambiaría nada; acaso, le agregaría más información. ¡Eso!: sin duda, hay muchas cosas más que agregarle…
Nota bene: La noche más triste ha sido editado por Grijalbo. Por cierto, el debate por el fuego y si éste pudo o no incinerar 43 cuerpos, se dio unos días después del informe de la Comisión Interamericana en las páginas de Milenio.
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