“Un libro es bueno —como dijera Galeano— cuando cambia a quien lo lee… Ésa es la palabra viva, la que vale, la que vale la pena; la otra, la que te deja como estabas, puede sonar muy bien, pero no me sirve.”   Era martes. El sol, aún sin ocultarse, lo iluminaba todo. La tarde caía apacible. El ambiente, podría decirse, era festivo. Alegre. Y con justa razón: la gente no sólo lo admiraba, también le amaba y le quería a partes iguales. Quizá por eso —también podría decirse— desbordó el acto. De hecho, desde semanas atrás la invitación se había regado por medio del boca en boca, por medio de carteles a los alrededores y por algunos anuncios en la prensa escrita y en páginas de internet. Decía así: Homenaje a Eduardo Galeano / Presentación de su obra póstuma Mujeres / Martes 9 de junio / 18 horas / Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario. En la parte de abajo, el anuncio daba cuenta de los ponentes: Elena Poniatowska, Marta Lamas, Alfredo López Austin, Gilberto Prado Galán, Jaime Labastida. Así que ahí estaban —corrijo: estábamos— muchos de sus lectores, esos mismos que lo admiraban, le amaban y querían a partes iguales; jóvenes en su mayoría, pero también personas mayores: lectores que fueron (o habían sido) atravesados por sus múltiples de libros, que, tras su partida, nos han quedado como herencia.
Retratos de libertad

Retratos de libertad

Por aquí y por allá, daba gusto ver las caras de desesperación por una entrada. (Y perdón por la sinceridad, pero esto mismo delataba el éxito de la convocatoria.) —¡Esta puerta no se va abrir! —dijo, con voz alta y firme, una mujer a mi lado, y agregó—: Por allá —y señaló a su izquierda— hay una fila. Por favor, pasen a ella. “¡Ay!”, exclamó una joven. “No puede ser”, susurró una señora. Un chavo se llevó las manos a la cabeza. Una pareja corrió a la fila. Sí: nadie quería perderse el homenaje, evocar a Galeano. Adentro, Estela Alcántara, amiga entrañable y jefa del Departamento de Prensa, me puso al tanto: “No esperábamos tanta gente… Hemos tenido que habilitar no sólo la sala Carlos Chávez, también las salas de cine.” Una voz por las bocinas del recinto corroboró, primero, esto; luego fue la propia María Teresa Uriarte, titular de Difusión Cultural, la que ratificó lo que se vivía. Ella misma dio la bienvenida, presentó a los ponentes, e inicio la celebración. “Eduardo Galeano es uno de los autores más leídos en lengua española —dijo, en su apertura, Tere Uriarte—, y sin duda un escritor querido como pocos. Además, él tocó los corazones de varias generaciones de jóvenes con una prosa magistral y nos sensibilizó ante las injusticias sociales… Galeano nos enseñó a denunciar y a luchar con el arte como herramienta.” Los aplausos se expandieron por la sala. Tras esto, dio la palabra al poeta Jaime Labastida, quien fungió de moderador. Pidió disculpas, y reveló un detalle que seguramente pocos sabían: que la UNAM deseaba conceder el título honoris causa al también periodista uruguayo. “Sin embargo, y sin darme motivo para no aceptar esta distinción que le llenaba de orgullo, me dijo que no podía asistir. La razón era la enfermedad, pero con una enorme discreción ni siquiera adujo esa causa para no aceptarlo. Quiero hacerlo saber a todos ustedes, pues es otra más de las maneras en que la UNAM quería honrar a Eduardo Galeano… Desgraciadamente no hubiera podido recibirlo.” Luego dio la palabra a Marta Lamas, quien desglosó Mujeres: este libro —leyó— son 170 estampas de mujeres que han transitado en la historia de la humanidad. Son, dijo, retratos muy breves de mujeres que han luchado contra la injusticia o en favor de la libertad. Mujeres activistas y mujeres guerreras. Mujeres brujas y mujeres magas. Mujeres reinas y mujeres políticas. Mujeres artistas, escritoras, narradoras, músicas. Mujeres deportistas y mujeres científicas. Para Martha Lamas, el volumen nos lleva a un viaje por distintas culturas y por diversos momentos históricos para mostrar de manera implacable, aunque con agudeza y humor, las creencias sexistas que han servido para discriminar y para oprimir, mutilar y masacrar a las mujeres. Eso sí: “Muchas de las mujeres de las que habla Galeano son de sobra conocidas, como Juana de Arco, Marilyn Monroe, Rigoberta Menchú, Marie Curie, por sólo mencionar unas cuantas. Otras son mucho menos conocidas, incluso totalmente desconocidas.”
Recordando al escritor

Recordando al escritor

Galeano relata historias de mujeres dignas, valientes políticamente, como las cinco prostitutas que se negaron a dar servicio a los soldados que las buscaron luego de que éstos asesinaran a unos peones de campo de la Patagonia. Cuenta actos de congruencia existencial de algunas mujeres, como el que ocurrió en 1942 en Mallorca, tras la derrota de la República Española por los fascistas. A la cárcel llegaron el obispo y el gobernador, pues se había anunciado que Matilde Landa, roja y jefa de rojos, sobre todo atea, sería convertida a la fe católica. Pero la presa no apareció en el momento indicado; de pronto se la vio en la azotea del penal, desde donde se suicidó arrojándose. Todo esto platicaba Marta Lamas, y el público apenas parpadeaba. Después tomó la palabra Gilberto Prado, quien de forma provocadora presumía una playera del equipo Santos de Torreón. Se justificó: “Obviamente, esto tiene que ver con la afición que tenía Galeano por el futbol; como ejemplo ahí está su libro El futbol a sol y sombra. Él siempre me dijo, a lo largo de nuestra amistad, que quería ir a Torreón a ver al Santos. Y yo le decía que quería ir a Montevideo a ver al Nacional; él era hincha, forofo, fan del equipo uruguayo. Pero nunca se pudo dar.” Luego platicó que, aunque nada más se vieron en dos ocasiones, nació una rica y entrañable amistad con él, sobre todo vía cartas; lo contaba con tanto entusiasmo que daban ganas de salir corriendo y ponerse a escribir misivas. También habló de Mujeres: el libro, dijo, “contiene el alma femenina que recorre la obra integra del escritor uruguayo, a través de semblanzas, anécdotas, retratos, fabulaciones y viñetas, en donde se percibe de manera explícita lo que denomino «cruzada por la dignidad humana»; apuesta por la emancipación de quienes han sido vapuleadas, proscritas, invisibilizadas por el machismo, desde que el mundo ha existido”. En este libro, añadió Gilberto, están las mujeres dibujadas por la mano experta de quien se dedicó la vida entera a espabilar la conciencia de sus lectores, para intentar —desde la trinchera “sentipensante”, como él decía— la transformación de un mundo injusto, patas arriba, alrevesado; son heroínas de libertad, víctimas del oro falso de la fama o, en la otra orilla, esclavas casi anónimas, que realizan esfuerzos denodados para lograr avanzar, así sea de manera milimétrica, en pos de la conquista de los derechos humanos o de mejores condiciones de vida… (Una mujer, a mis espaldas, susurró para sí misma: “¡Qué lindo!”) Gilberto alzó la voz, y fue claro: en Mujeres, los géneros literarios se entrecruzan alentados por una prosa poética; aquí campea la revancha irónica, el humor ácido y agudo, el dato curioso, o la resurrección de algunos pasadizos de la historia.
Galeano alcanzó la cuarentena de libros

Galeano alcanzó la cuarentena de libros

Por supuesto, terminada su lectura, los aplausos retumbaron por las paredes de la sala. Para entonces, los colegas de la lente y teve se movían por todo el lugar, haciendo zoom a los rostros del público y de los ponentes. El historiador Alfredo López Austin fue un poco más allá: hizo una comparación en el estilo de Galeano desde que editó (uno de sus libros más emblemáticos) Las venas abiertas de América Latina hasta Mujeres. De este primer libro a este último, señaló, han transcurrido 44 años; un profundo cambio de estilo distingue los dos polos temporales. Ahora bien, “¿buscó Galeano un estilo más propio o existió en él una transformación personal?”, se preguntó. Fue más específico: Galeano cambia el estilo firme, contundente, directo, pleno y organizado de Las venas… por uno que parece —por decirlo de alguna manera— desvertebrado, “como lluvia de estrellas”. Es más: cambió también sus fuentes de información: sus primeras obras están bien documentadas; en las últimas llega a la anécdota, pasa a la leyenda, al mito, el cuento, a las cosas leídas o escuchadas… Todo lo que nos dice no es real pero es fiel producto y reflejo de lo real. Sí, puntualizó: muchos de sus libros fueron escritos como aventura de la libertad, como el propio Eduardo llegó a contar. Galeano era un historiador informado, fundado, certero, directo, claro, confiable, dispuesto a divulgar lo que la historia oficial esconde —para hacerlo llegar al gran público, al no especializado, al ávido de la verdad. Esto dijo Alfredo López Austin, y muchos movían la cabeza de arriba a abajo —en claro gesto de afirmación. Elena Poniatowska fue la última en hablar: ahí recordó encuentros con Galeano, pláticas y entrevistas. Entre otras cosas, contó lo que una vez le dijo el propio Eduardo: “Yo creo en los libros que cambian a la gente. La prueba de que la palabra humana funciona está en quien la recibe, no en quien la da. Un texto —le dijo Galeano a Poniatowska— es, a mi juicio, bueno cuando cambia a quien lo lee, cuando lo transfigura. Leo eso y dejo de ser lo que era, pues me he vuelto en otra cosa a partir de la persona que yo era… He multiplicado mi energía que no sabía que tenía, se han encendido en mí fueguitos de la memoria, capacidades de indignación, de asombro, fuentes de belleza que me crecen adentro y que son estimuladas por esas palabras que recibí. Ésa es la palabra viva, la que vale, la que vale la pena; la otra, la que te deja como estabas, puede sonar muy bien, pero no me sirve.” Al final, un goya para Galeano explotó y retumbó por toda la sala: “¡Goya! ¡Goya! ¡Cachún cachún ra ra! ¡Cachún cachún ra ra! ¡Galeano Universidad! Afuera, alrededor de una bocina, una treintena de chavos seguía la celebración…

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Aquí repito las palabras del historiador Alfredo López Austin para describir al escritor y periodista uruguayo: Galeano era un historiador informado, fundado, certero, directo, claro, confiable —dispuesto a divulgar lo que la historia oficial escondía. Pero, sobre todo, Eduardo Galeano era un ser humano generoso, comprometido. Nacido en Montevideo en 1940, falleció ahí mismo el 13 de abril de 2015, a causa de un cáncer de pulmón. En sus 74 años de vida, sin embargo, vivió muchas vidas, sintió mucho más que la mayoría, y defendió, como pocos, la dignidad humana. Fue un luchador infatigable, incombustible, un indómito (lo que le llevó al exilio, primero hacía Argentina y luego a España, entre 1973 y 1985). Su trinchera fueron las letras. Las letras fueron su vida, siempre estuvieron en su órbita; primero cuando ejerció de periodistas, y luego como ensayista y cronista. A lado del querido Juan Gelman, por ejemplo, fundó la emblemática revista Crisis, que sería formativa para toda una generación de jóvenes periodistas. Aunque ya había publicado media decena de libros, el reconocimiento y una gran visibilidad le llegarían a Galeano cuando publicó Las venas abiertas de América Latina. Era 1971. Aquel fue un ensayo rompedor, en el que literalmente cuenta y narra la historia de nuestro continente; como él mismo lo definió: “Un manual de divulgación de ciertos hechos que la historia oficial, escrita por los vencedores, esconde o miente.”
¡Ojo!, obra maestra

¡Ojo!, obra maestra

A éste le siguieron otros títulos sobresalientes, como la trilogía «Memoria del fuego» (compuesta por Los nacimientos, Las caras y las máscaras y El siglo del viento), El libro de los abrazos, Patas arriba: la escuela del mundo al revés, Bocas del tiempo o Espejos. De hecho, entre ensayos, crónicas, recopilaciones de artículos y reportajes, relatos y novelas, Galeano alcanzó la cuarentena de libros. En junio de 2004, recién salido Bocas del tiempo, Eduardo Galeano me contestó algunas preguntas, no sólo sobre el libro, también sobre su obra toda. Transcribo aquí parte de aquella entrevista, la cual iniciamos —¡por supuesto!— con su gran pasión, nuestra pasión: el futbol. JDC: Tengo un duda: ¿sigue practicando el futbol mientras duerme? EG: Es mi única forma de hacer goles prodigiosos: así, en el sueño. En la vigilia, celebro el futbol bello jugado por los que cometen el atrevimiento. La belleza se ve cada vez menos en las canchas, aunque todavía se ve. Fuera de las canchas, me temo, pasa lo mismo. JDC: Es indudable que varias de sus obras parten del relato, de lo que ha leído o de lo que le han contado… ¿Cómo le ha hecho para recoger tantas historias? EG: Son ellas, las historias, quienes me tocan el hombro cuando yo ando caminando por ahí: “Oye —me dicen—. Quiero que me cuentes.” La realidad, generosa señora, las ofrece cada día. Pequeñas cosas de la vida cotidiana, que contienen alguna electricidad que… No sé, no puedo explicar por qué valen la pena, pero valen. Ahora, eso sí: hay historias por hablado y hay historias por escrito. Sólo escribiéndolas se sabe si son escribibles. Y eso al cabo de muchas versiones, una, dos, diez, veinte… Me cuesta mucho trabajo llegar al momento en el que siento que puedo ofrecer una historia a los demás. Y después mucho más trabajo me cuesta averiguar si enlaza con otras. JDC: Precisamente usted lleva ya varios años trabajando con este lenguaje conciso. ¿Por qué? EG: Es lo mío. Decir más con menos. Juan Rulfo me mostró una vez un lápiz de esos que tienen el grafo en una punta y una gomita de borrar en la otra punta. Y señalando la gomita de borrar, me enseñó: “Se escribe con esto.” JDC: ¿Qué es lo que más valora, entonces, qué prefiere: concisión o precisión? EG: Para mí, son sinónimos. Claro que entre suprimir y suprimir palabras, uno corre el peligro de que le ocurra lo que al tipo aquel que había puesto un cartel que decía: “Aquí se vende pescado fresco”. Pasó alguien que opinó que sobraba la palabra “Aquí”. Después, otro dijo que nadie iba a creer que el pescado se regalaba. Y otro explicó que a quién se le va a ocurrir ofrecer pescado podrido. Y al final, otro más, dijo que con ese olor a pescado, qué necesidad había de poner ningún cartel. Y el cartel desapareció. JDC: Su estilo siempre me ha recordado a esos veteranos contadores de historias, a esos narradores que la gente se encontraba en los cafés o sentados en las piedras viendo pasar el tiempo, o a los abuelos, quienes esperan la menor oportunidad para contarnos todo. ¿Todavía es posible encontrarlos? ¿Hay lugar para ellos en este mundo caótico? EG: Son ellos, justamente ellos, las bocas del tiempo que cuentan el viaje humano. Ese viaje está hecho de historias, como el mundo. Me viene a la cabeza algo que escribió mi amigo Julio César Castro: era la historia de un cuento que andaba tristísimo porque no encontraba quien lo contara. Ojalá nunca falten las bocas, ni las historias que merecen ser contadas. JDC: Y usted, ¿sabría contarme una historia que explique qué es América? EG: Si la explica, la mata. La realidad americana es mucho más prodigiosa y misteriosa que cualquier explicación. JDC: La memoria está presente en su obra de una u otra manera. En su trilogía «Memoria del fuego», usted escribe: “Ojalá esta obra pueda ayudar a devolver a la historia el aliento, la libertad y la palabra.” ¿Por qué considera tan importante la memoria? ¿Cuál es el poder que tiene ésta? EG: La memoria como catapulta, no como ancla. La que invita a vivir. Hay una tradición reveladora que se ha mantenido viva en algunas comunidades de Chiapas y de la costa occidental de Norteamérica. Cuando el alfarero viejo se retira, porque le fallan los ojos y le tiemblan las manos, ofrece al alfarero joven su vasija mejor. Y el joven, el heredero, no guarda esa obra maestra para mirarla y admirarla, sino que la revienta contra el piso, la rompe en mil pedacitos, recoge esos pedacitos y los incorpora a su arcilla. JDC: Por cierto, con Bocas del tiempo parece que renueva su compromiso con los desfavorecidos. EG: Todo depende del punto de vista. Yo no me doy la orden de comprometerme con nada ni con nadie. Simplemente ocurre que continuamente me pregunto dónde están las voces que vale la pena escuchar, las que no son un eco bobo del poder, y cuál es la otra mirada posible ante cada cosa. Busco el otro punto de vista, el punto de vista del otro: el despreciado, el ignorado, el maldito. Escribiendo lo hago mío, y eso me abre un horizonte asombroso. JDC: Junto a los marginados, otro protagonista del libro es la naturaleza. Muy presente, además, en su obra toda. EG: Sí, la naturaleza de la que formamos parte. No la naturaleza como paisaje. Somos ella. Habría que recuperar ese perdido sentido de comunión con todo lo que tiene piernas, patas, alas, raíces o aletas, que ha sobrevivido, milagrosamente, en las culturas indígenas de las Américas. JDC: ¿A quién pertenece el libro? En él están representados varios países. Algo muy común también, si me apresura, en la mayoría de sus libros… EG: Este libro camina por tierras muy diversas y muy diversos tiempos, va y viene con toda naturalidad de un lugar al otro y de una época a otra. Yo no creo en fronteras. Espacio abierto, tiempo sin límites: escribir es un acto de libertad. El libro pertenece a quien lo sienta suyo, en cualquier lugar, en cualquier momento.   Nota bene: Lo dijo Jaime Labastida, director de Siglo XXI Editores —sello que tiene la obra de Eduardo Galeano—: “Mujeres se publicó en España antes de su muerte, pero por cuestiones técnicas no pudimos publicarlo al mismo tiempo en Argentina y México. Por eso aquí es póstumo.” Será en julio próximo cuando se publique otro libro, éste sí póstumo, que lleva como título Cazador de historias. Además, por estos días sale ya una nueva edición (con artículos recientes) de El futbol a sol y sombra.   Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @Pepedavid13   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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