Por Margarita Vega El padre de Rafael Díaz emigró a Estados Unidos en búsqueda de un mejor futuro. Rafael hizo lo mismo: cruzó la frontera para encontrar su “trabajo de ensueño”, como él mismo lo llama. Pero, a diferencia de su padre, él no se fue de indocumentado con la expectativa de desempeñar una actividad manual a cambio de unos cuantos dólares a la semana, sino de trabajar en una de las áreas más innovadoras de Microsoft en la que gana miles de dólares al año. “Cuando llegué a Microsoft, no podía creer lo que me iban a pagar. Tengo coche, mejor salud que mis padres, tiempo para esparcimiento, ahorros, he viajado mucho”, cuenta Rafael emocionado. Sabe que tenía todo en contra para triunfar en la vida: era hijo de una mujer que prácticamente sola se encargó de sus cuatro hijos y que, en ese entorno, quien no acababa en las drogas se convertía en papá antes de terminar la secundaria. Pero, a pesar de su situación económica, que lo obligó a trabajar desde los 12 años, logró estudiar la carrera en Sistemas en una universidad privada y, gracias a ello, hoy tiene un trabajo en el que recibe un ingreso 35 veces superior al que recibía su madre cuando él era niño. “Y eso que [su madre] cubría doble turno”, recuerda Rafael. Para él, la diferencia la hizo no sólo su madre (una maestra de primaria, sin plaza, que siempre estuvo al pendiente de los estudios de su hijo), sino también su maestro de educación física. Rafael no recuerda ninguna lección importante en materia deportiva de este profesor, pero le enseñó a jugar ajedrez y, con ello, descubrió su pasión por las matemáticas, lo que marcó su vocación y su interés por seguir aprendiendo y superarse. También puedes leer: Pobreza laboral baja solo 1.6% en zonas rurales Así consiguió participar en las Olimpiadas de Matemáticas, en las que ganó varias veces el primer lugar nacional. “Cuando era chico, tenía mucho miedo; muchos de mis amigos llegaban golpeados, drogados o tuvieron hijos a los 14 años, y me preguntaba qué me iba a pasar a mí. Mi mamá se salía de la casa llorando, diciendo que no podía más. Una de mis hermanas tuvo un hijo a los 16 años”, narra Rafael mediante un video desde Seattle. “Uno de mis refugios fue estudiar para cambiar mi realidad. En la primaria hasta quería ser presidente para cambiar las cosas”. Hoy Rafael y unos amigos tienen una fundación que apoya las Olimpiadas de Informática y a que más chavos logren lo mismo que ellos. Historias como la de Rafael son la excepción en México. Sólo cuatro de cada 100 personas que nacen en el 20% más pobre de la población mexicana logran escalar al nivel más rico, de acuerdo con una investigación del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY). En contraste, 70% del sector más pobre se queda en el mismo nivel en el que nació o, si le va bien, sube al siguiente escalón, pero eso no lo saca de la pobreza. En el nivel más alto de la pirámide social tampoco hay movilidad, pues difícilmente una persona que nació en el 20% más rico de la población bajará de posición socioeconómica. La movilidad, cuando la hay, se da en los niveles intermedios de la sociedad, concluyen los datos del CEEY. “Hay muy poca movilidad en los estratos más bajos. Si tú naces en una familia pobre, lo más probable es que te quedes pobre. La cuna se vuelve destino, es dramático”, destaca Julio Serrano, secretario del Consejo Directivo del CEEY, organismo pionero en los estudios sobre movilidad social en México. “¿A qué se debe la falta de movilidad social en México? Principalmente, a la falta de oportunidades. La gente que nace en un hogar pobre no tiene las mismas oportunidades de salir adelante que alguien que nace en un hogar rico; no hay una distribución de las oportunidades en el país”, agrega Serrano. “Es algo muy injusto, porque estas personas no logran desarrollar su potencial y, en términos de país, es un tema práctico, porque si tú no das oportunidades y herramientas para que la gente se desarrolle, estás desperdiciando capital humano”. La vida de Luis Alejandro Galván lleva los datos a lo cotidiano. Aunque con sus 20 años de edad todavía debería de estar estudiando, hace tres dejó la escuela porque su novia y él tuvieron un hijo y se tuvo que encargar de su nueva familia. Fue entonces cuando entró como cobrador en la ruta de microbuses que va del metro Miguel Ángel de Quevedo a San Francisco, en la delegación Magdalena Contreras. Su primer sueldo era de 300 pesos diarios por una jornada que iba de las 6 de la mañana a las 10 de la noche. Ahora que es chofer, recibe el mismo sueldo por una jornada de 8 horas diarias. Vive en un departamento rentado y no cree que pueda mejorar su situación económica en el corto plazo. “Si hubiera querido, pude haber seguido estudiando, pero me junté, tuve a mi familia y me puse a trabajar. Hoy pienso que sí hubiera seguido. Porque [ahora] no es tan fácil la vida como cuando eres chamaco; los trancazos de la vida no son tan fáciles. A veces uno se lleva el dinero que quiere y a veces no, y a la mujer y al niño no les importa cuánto sacas: ellos tienen necesidades y te reclaman”, cuenta, poco antes de comenzar un nuevo recorrido. Para Serrano, la clave de la movilidad social en el país es la diferencia entre las historias de Rafael y Luis Alejandro: la educación, principalmente el acceso a la educación superior. “La variable más importante es la educación. Entre más educación, más factible es que te muevas, y aquí es donde está el problema. Ahora, a diferencia de lo que ocurría hace 30 años, tener primaria y secundaria no es suficiente: es necesario tener una carrera. Si tú te quieres mover o tener un ingreso alto, hay que tener una carrera”, advierte. La información recabada por el CEEY revela que el ingreso de una persona con secundaria completa (que es el promedio de escolaridad en el país) es de la mitad de quien logra concluir una licenciatura. Mientras que el primero tiene un sueldo promedio de alrededor de 5,000 pesos mensuales, para un universitario éste es de poco más de 10,000, de acuerdo con los cálculos de este organismo. El problema es que el acceso a la educación superior en México es todavía muy bajo. Datos del Cuarto Informe de Gobierno indican que la cobertura de educación superior es de alrededor del 35%. Sin embargo, las encuestas levantadas por el CEEY revelan que esta puerta no está disponible para todos: apenas 5% de las personas que nacieron en el sector más pobre de la población logra alcanzar este nivel de estudios. “Con estudiar una carrera hay posibilidades de dar el salto, pero la posibilidad de llegar a la universidad es baja”, destaca Serrano. Esto se debe a que la deserción escolar es mayor entre los niveles socioeconómicos más bajos que entre los más altos; aquéllos que logran concluir su trayectoria escolar, lo hacen más por un impulso personal que porque el contexto social lo incentive. En el nivel socioeconómico más bajo de la población, 35% de los jóvenes deja la escuela antes de cumplir los 15 años de edad, y de los que siguen adelante, cuando llegan a los 18 años sólo 20% se mantiene estudiando, revela el estudio Caminos desiguales: Trayectorias educativas y laborales de los jóvenes de la Ciudad de México, elaborado por los investigadores Patricio Solís, Emilio Blanco y Héctor Robles. En cambio, en el nivel social más alto, sólo un tercio de los estudiantes dejó la escuela a esa edad. Los investigadores también encontraron que el factor más común para la deserción o interrupción escolar es el origen socioeconómico del estudiante y las características de su hogar, como el número de hermanos o si se es hijo de una madre soltera, pues ello habla de las posibilidades económicas de una familia para mantener a sus hijos en la escuela. De igual forma, el estudio, editado por El Colegio de México y el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), encontró que tener un trabajo muy demandante desde muy joven, e incluso estar inscrito en el turno vespertino, también contribuían al abandono de los estudios. Aunque la educación sea gratuita, representa un alto costo para las familias, pues, al mantener a un hijo en la escuela, se pierde la oportunidad de recibir un sueldo por su trabajo, además de los gastos cotidianos que implica la compra de materiales, el transporte y la alimentación, entre otros, subraya Alma Maldonado, investigadora del Departamento de Investigaciones Educativas del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav) del Instituto Politécnico Nacional. “El acceso a la educación también tiene que ver con una decisión familiar de aceptar que es una buena idea que sus hijos vayan a la escuela, en lugar de que se queden trabajando o ayudando en la casa. Esto nos habla de que los programas compensatorios para retener a los jóvenes en la escuela no están sirviendo”, añade Maldonado. “Los principales problemas los tenemos en la educación media superior, porque es cuando empiezan a trabajar o cuando ocurre el embarazo adolescente o la migración. Ésos son factores que complican la posibilidad de permanecer en la escuela”. El nivel educativo de los padres también influye en la posibilidad de que una persona se mantenga o no estudiando, señala Serrano. El 61% de las personas cuyos padres no tuvieron estudios alcanza un nivel de escolaridad de primaria o menos, en contraste con los hijos de quienes lograron estudiar una carrera, en cuyo caso la gran mayoría obtiene un título universitario. En cuanto a educación media superior, el Panorama de la Educación 2015 de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) destaca que sólo uno de cada tres adultos de entre 25 y 64 años terminó la educación media superior y menos del 60% de los jóvenes de entre 15 y 19 años está inscrito en ese nivel educativo, lo que coloca a México como el país en esa organización con el mayor rezago. También puedes leer: La pobreza será una constante para 57 millones en 2017 Ante este panorama, la única salida es impulsar políticas públicas que fortalezcan la educación media superior y superior en México, coinciden Serrano y Maldonado. “En este sexenio no se ha atendido la educación superior; todo se ha centrado en la educación básica. Y es lamentable, porque es un nivel educativo muy importante y va a seguir siéndolo”, critica Maldonado. “Hemos empujado el acceso a primaria y secundaria, pero no a los siguientes niveles”. Son necesarios programas que eviten la deserción escolar, principalmente en los niveles de educación media superior y superior, señala Serrano, así como elevar la cobertura de la educación preescolar, pues entre más temprano se comience con la vida escolar, más posibilidad hay de que una persona alcance un mayor nivel educativo. Además de elevar la cobertura en este nivel, es necesario que haya una mayor conexión entre los programas de la educación básica y la educación media superior y entre ésta y la educación superior para que los jóvenes encuentren un incentivo para permanecer en la escuela, complementa Alberto Serdán, investigador del Instituto Belisario Domínguez, del Senado de la República. La educación no ha logrado ser la palanca de desarrollo en México, añade Serdán, y ello ocurre no sólo por las dificultades de acceso sino por la propia estructura social del país, en la que se privilegia más el origen de una persona que el esfuerzo que realice en la vida. “No basta mejorar la calidad educativa mientras no se rompa la estructura que mantiene la desigualdad de oportunidades y la desigualdad en los ingresos”, comenta. “Habrá casos excepcionales de niños que nacieron en la pobreza y ahora son ingenieros, [pero] son [eso]: excepciones”. Este apretado embudo de ascenso social conduce a otros problemas sociales graves, como el enrolamiento de jóvenes en la delincuencia para ascender en la escala social y mejorar su calidad de vida. “Ante la ausencia de oportunidades y el hecho de que el esfuerzo de estudiar no da los retornos esperados, se buscan atajos, que van desde formar parte del narcotráfico, hasta otras actividades ilícitas”, advierte Serdán. Precisamente lo que más preocupaba a Rafael, pero que él, como muy pocos en México, pudo eludir.

 

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