Carlos Estrella. (Foto: Reynold Rosado).
El emprendedor que compiló un país en una tienda
Un día de hace 20 años, mientras Carlos Estrella conducía por la Autopista Duarte, en República Dominicana, le llegó la idea con todo y nombre: abriría una tienda llamada Cosas del país, y su lema sería la columna vertebral del negocio: de todos los pueblos, lo mejor.
Por Geizel Torres
En un mundo gobernado por restaurantes gourmet y de comida rápida, encontrarse un pedacito de arepa cocinado a la leña en un caldero tapado con hojas de plátano parece un verdadero milagro, pero gracias a las tiendas Cosas del país es una deliciosa realidad.
Entrevistar al salvador de las tradiciones, Carlos Estrella, es todo un desafío porque conoce y saluda a cada uno de sus clientes, muchos de ellos grandes personalidades políticas y de la vida pública del país, pero además se esmera en atender al que llega por primera vez.
Originario de Moca, trabajó por más de 25 años como vendedor en una empresa dedicada al papel, oficio que le dio la principal herramienta para abrir su propio negocio, ya que —como amante del buen comer— empezó a identificar lo mejor de la gastronomía criolla de cada pueblo.
Un día de hace 20 años, mientras conducía por la Autopista Duarte, le llegó la idea con todo y nombre: abriría una tienda llamada Cosas del país y su lema sería la columna vertebral del negocio: de todos los pueblos, lo mejor. “Tú no puedes hacer un negocio como este si no conoces la República Dominicana; aquí viene gente que me dice, por ejemplo, que es de La Romana y fácilmente tenemos un conocido en común. Igual pasa con todas las provincias. Esta es una ventaja porque el cliente entiende que todo lo que hay en la tienda es realmente lo mejor de cada rincón del país”, comenta Estrella.
Ahora tiene cinco tiendas que administra junto con sus hijos y que emplean a 11 personas. Aun don Carlos pasa gran parte de su tiempo viajando por todo el país para conseguir los productos que fabrican sus 87 proveedores, a quienes les compra unos 300,000 pesos de República Dominicana (a un tipo de cambio de 45 peso de RD por dólar) en productos al mes. La mayoría de ellos son adultos mayores y microempresas que se dedican a la elaboración de antojos criollos de forma artesanal. “No importa que tan lejos esté el pueblo donde los elaboran, yo negocio con ellos directamente, los financio y les doy todo tipo de facilidades con tal de que no se pierda esa tradición”.
Por ejemplo, cada mes una familia de Puerto Plata elabora las más de 3,000 tortas de casabe que se venden en la tienda; el queso en hoja viene de Nagua; los dulces son de Baní, el mabí del Seibo o las galleticas de Moca; todos los productos en la tienda tienen su origen y una historia que contar, por eso la gran mayoría de sus clientes son personas mayores que crecieron rodeados de estos sabores.
Pero este negocio puede estar en vías de extinción y podría desaparecer en unos años si las generaciones no siguen la tradición de preparar platos tradicionales y consumirlos. “Lo ideal es que el Estado o la empresa privada promueva escuelas laborales en los campos, para que esas personas que hacen productos nacionales puedan enseñarle a las nuevas generaciones cómo hacerlos y que nosotros como padres de familia les enseñemos a nuestros hijos a valorar lo que verdaderamente es nuestro, para no perder nuestras costumbres”.
Ante la pregunta de qué va a pasar cuando sus proveedores ya no estén, en tono de broma, pero con mucha nostalgia, contesta: “entonces el negocio se llamará Lo que queda del país”. Esperemos que sea por muchos años más.