Para los pequeños empresarios, un seguro es un gasto y jamás se va a compensar el dinero que cuesta: ésa es la receta perfecta para la catástrofe.   Por Andrés Arell-Báez Según lord Adair Turner, presidente de la Financial Services Authorities y uno de los reguladores financieros más importantes del mundo, el problema de la crisis que golpeó al mundo en 2008 tuvo su origen hace 25 años. No fue sólo producto de una irresponsabilidad, sino algo con raíces muy profundas. Para él, la crisis tuvo su génesis en la errada idea, esparcida por todo el mundo, de que el mercado financiero funciona igual que cualquier otro. Eso ha llevado, en sus palabras, a que los comportamientos de los banqueros se tornen irresponsables y moralmente inaceptables, cuando deberían ser todo lo contrario. Un ejemplo pasmoso es la bursatilización de los seguros de vida en Estados Unidos, un negocio desde todo punto de vista criticable, que llega a mover más de 12,000 millones de dólares al año. De lo que se trata es de la aplicación de los principios utilizados en los programas de titularización de hipotecas, pero con los seguros de vida, sacando ventaja de los problemas de salud de las personas. La propuesta es comprar un seguro de vida para vendérselo a un inversionista. La situación saltó a la fama cuando el Wall Street Journal denunció el caso de Bruce Porter, quien al momento de sufrir un ataque cardiaco fue visitado en el hospital por su agente de seguros, quien, alegre por la enfermedad de su cliente, lo incitó a vender su póliza, dado que era mucho más transable. Evidentemente, si la persona está cerca de morirse, alguien querrá comprar su póliza de seguro para que, cuando éste fallezca, ese alguien pueda recibir el dinero. Así, el enfermo disfruta de unos ingresos inmediatos y el agente se queda con una comisión. La práctica es una transacción legal que beneficia a las partes interesadas. Pero como lo menciona Moshe Silver en su artículo para CNN, “sin importar cuáles sean los beneficios para la industria de los seguros, este negocio podría sostenerse como un paradigma de la forma en que la especulación inadecuada tuerce las dinámicas del mercado”. Una opción diferente y más humana es la que tiene Andrés Preciado Gutiérrez, creador de la firma Financial Advisors Planning Group, quien se especializó como un experto en seguros de vida, convirtiendo esta herramienta en una solución financiera. En sus palabras, “un seguro de vida es un activo financiero que puede llegar a ser generador de riqueza en la muerte y de paz en la vida. Uno de los casos que más me gusta recordar es el de dos socios, fundadores de una empresa, dependientes totalmente del trabajo de ambos. El deseo de ambos era que sus esposas heredaran las acciones en caso de alguno fallecer. Pero ninguna de ellas tenía ni idea del negocio. Lo que se hizo fue que se adquirió un seguro de vida, por parte de la empresa, para cada uno de los socios. Cuando uno de ellos falleció, según lo estipulado, el dinero del seguro se usó para que el socio vivo le comprara las acciones a la esposa del difunto. De esa manera, la empresa siguió su rumbo y la viuda pudo mantener su estilo de vida”. Y es que realmente hay algo muy diferente en usar los seguros de vida como un mecanismo de protección frente a eventualidades desafortunadas que como objetivo de especulación por la muerte de una persona. Andrés vivió eso en carne propia. Su padre se asoció con alguien que en el transcurso de la consolidación de la empresa falleció, dejando al descubierto un número increíble de deudas de las que jamás había hablado, pero por las que la nueva empresa, de manera solidaria, debía responder. “Cuando pienso en mi familia, en lo que vivimos cuando perdimos todo, lo único que espero es que eso no le vuelva a pasar a nadie. Si la empresa de mi padre hubiera tenido un seguro para su socio, nos hubiéramos ahorrado muchos años de penurias. Es un escenario pasmoso. En el momento que se pierde todo el capital de la noche a la mañana, se recapacita por completo la vida. En ese momento decidí convertirme en un consultor financiero experto en seguros de vida.” Cuenta Andrés que “uno de los casos de ventas de seguro de vida que más gusta es el uso de los mismos como una herencia. En esta época, los hijos superan en educación a sus padres y, por lo tanto, cuando llegan a una etapa laboral obtienen puestos en mejores posiciones. Como las antiguas generaciones no tienen una herencia representada en activos importantes que dejarles, los hijos les compran a sus padres unos seguros de vida de montos importantes, les pagan la prima y, cuando el destino final de toda vida les llega a los adultos, los hijos ‘reciben una herencia’ que sus padres no habrían podido darles”. El sistema capitalista tiene como base el emprendimiento. Como contraprestación, y producto de la imperfección que contrae toda construcción humana, las empresas florecen o quiebran. Y una de las razones por las que las empresas quiebran es la inesperada partida de aquella persona sin la cual la empresa no puede seguir adelante. Para Andrés, “en Estados Unidos se usa mucho un refrán: ‘de manga corta a manga corta en tres generaciones’. En Europa se dice que ‘la primera generación crea, la segunda hereda, la tercera destruye’, y en México que hay ‘papá negociante, hijo playboy, nieto pordiosero’. Y en muchos sentidos lo anterior pasa por la falta de planeación frente a siniestros inesperados. Nadie planea fracasar pero se fracasa por no planear. En una encuesta realizada entre beneficiarios de dueños de negocios en Estados Unidos, se vio que sólo el 21% tenían un plan formal para transferir su porción del negocio en caso de fallecimiento o incapacidad. Por eso se ha creado el seguro de negocios, como una herramienta para que la gerencia pueda prever todas las eventualidades ocasionadas por la muerte de un socio y de un empleado clave”. Según un estudio de la reaseguradora Swiss Re, publicado por el diario La República de Colombia, en América Latina el 95% de “los pequeños empresarios consideran que los seguros son un gasto y que jamás se va a compensar el dinero que se destina a ellos”. Lo anterior es una receta perfecta para la catástrofe. Un caso que recuerda Andrés es el de “dos familias que posicionaron su negocio, cada una dueña del 50%. Una de las familias tenía el manejo del negocio, la otra fue sólo capitalista. De repente falleció uno de los dueños, a su vez gerente de la empresa. Todo fue un caos: los bancos dejaron de prestarles, los proveedores de despacharles, y las ventas se desplomaron, ya que el gerente llevaba 30 años manejando la compañía. Las familias entraron en crisis, y los pasivos acabaron con los activos”. Los seguros de vida son una parte esencial de nuestra realidad y su uso es algo muy regular. Pero la verdad es que hay algo muy mal cuando, como dice Silver en su artículo para CNN, se llega a una situación en que “la sociedad patéticamente desvaloriza la vida de sus miembros, a tal grado que convierten su fallecimiento en comercio”. Una corrección a esto es, como cuenta Andrés, hacer un uso positivo y generador de tranquilidad de los seguros de vida, “sirviendo éstos como herramientas de solución financiera, como planificación de seguridad familiar, para generar una donación a una causa que le importe a la persona, para deducir pago en los impuestos, para organizar las herencias, como incentivo para retener personal, e incluso para diversificar activos”. Lo que no pueden llegar a ser, es un activo para mercadear con la muerte.   Andrés Arell-Báez es escritor, productor y director de cine. CEO de GOW Filmes.   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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