En el corazón de mis libros está el regalo de la vida; está ese día cuando tenía doce años y descubrí que estaba vivo. Cuando la gente toca mis libros, ellos están vivos.
Ray Bradbury
Nunca lloro cuando debería llorar. En cambio, las lágrimas suelen traicionarme en los momentos más inesperados, cuando un hecho aparentemente trivial me toma por sorpresa y oprime ese botón que activa el mecanismo del dolor o la nostalgia. Es vergonzoso sentir agua en los ojos cuando voy en un transporte público y debo fingir que bostezo; o el maldito nudo en la garganta en una escena cursi de la comedia romántica que me prometí no ver jamás. Me hacen llorar cosas extrañas, como el tema de la vocación. Ingenuamente, me toca el alma pensar que si todas las personas encontráramos una actividad para las cual fuéramos buenos y que además nos gustara realizar —y, por si fuera poco, ganáramos dinero de ella—, no habría tanta frustración en el mundo. Por ahora pienso en dos escritores que lo lograron. El primero es el fantástico Ray Bradbury, quien habla de ello en un programa de promoción de la lectura. Para él, la clave de la felicidad, de la satisfacción total, se reduce a una frase: “ama lo que haces y haz lo que amas”. Bradbury se enamoró de los libros a los tres años, a los cinco empezó a leerlos y durante más de 70 años escribió todos los días, sin excepción, cuentos, novelas, ensayos, guiones para cine y teatro, prólogos, todo lo que sus fantasías y su pesadillas le dictaron. Sus motores fueron el amor por su profesión, por la vida y por su familia, y sus combustibles fueron la disciplina y el trabajo incesante. Por otra parte, está el beatnik Jack Kerouac, quien encontró su camino como escritor tras ver interrumpida una prometedora carrera de futbolista a causa de una lesión. Kerouac estudió las filosofías orientales y resumió su credo de escritor en 30 principios, todos maravillosos e inspiradores, como:- Eres un genio, siempre.
- Describe las indecibles visiones del ser.
- No te emborraches fuera de casa.
- Traduce constantemente la historia real del mundo a monólogo interior.
- Sé, como Proust, un fanático del tiempo.
- Escribe para que todo el mundo sepa cómo piensas.
- Escribe para ti mismo, recogido, asombrado.
- Dirígete desde el centro a la orilla, nada en el mar del lenguaje.
- Enamórate de tu existencia.
- Libretas secretas garabateadas y páginas frenéticas mecanografiadas para tu propio placer.
- Respira, respira tan fuerte como puedas.
- Vive tu memoria y asómbrate.
- Acepta perderlo todo.[1]
[1] De Antología de la generación beat. Traducción y notas de M. R. Barnatán. México: Editorial Letras Vivas, 2011
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