El sector farmacéutico es uno de los que presenta mayor crecimiento anual en cualquiera de las variables analizadas. El modelo del comercio triangular del colonialismo puede extrapolarse a la época actual, en que la materia prima es adquirida donde cuesta menos, la mano de obra donde es más barata y los productos se comercializan en nichos de mayor poder adquisitivo. En 2014, las ventas globales de medicamentos alcanzaron 1 billón de dólares, según el informe Pharmaceutical R&D Factbook, con una tendencia a seguir creciendo cada año. La mitad de todos los fármacos nuevos estuvo enfocada en cáncer, VIH y presión arterial. En ese mismo ciclo, el sector registró un flujo comercial de 528 millones de dólares (mdd), sin incluir los 30 mdd que genera la falsificación y el contrabando de productos, al punto de señalarse la provincia Espaillat como la de mayor impacto en estos delitos, señala la Investigación de Mercados Sanitarios y Farmacéuticos. Sin embargo, hay dos partes del negocio que es menester dividir: creación y comercialización. Los laboratorios, que son los que más dinero ganan, crean los medicamentos que más tarde son comercializados en las farmacias o dispensarios. Y aunque estos últimos no ganan tanto como las fábricas, sus ingresos son muy saludables. El economista Jaime Aristy Escuder, presidente de la Asociación de Industrias Farmacéuticas Dominicana, dice que bajo esa entidad se resguardan casi 40 laboratorios de los 214 que presenta en su registro la Dirección General de Drogas y Farmacias, 55% locales y el resto extranjero. Se presume que contando los ilegales la cifra llega a los 400. “Ciertamente, la materia prima con que se elaboran los medicamentos ya no paga arancel, pero sigue siendo igual de costosa la elaboración de los fármacos por el costo operativo de las plantas, además de que sí hay cosas que pagan arancel”, explica Aristy. Quizá los gastos a los que se refiere el presidente de Infadomi estén relacionados con el pago a empleados, en razón de que —según él— éstos cobran casi el doble de lo que gana un asalariado de otra rama, y eso aumenta con el nivel de especialización de la mano de obra. También se pudiera incluir el gasto en publicidad y propaganda. Aristy Escuder precisa que más de 60% del valor de un medicamento se gasta en promoción, que incluye publicidad mediática directa. Ciertamente los laboratorios nacionales que están debidamente registrados pagan sus impuestos, ofrecen salarios atractivos para sus empleados e invierten lo que se necesite en publicidad. La Organización Mundial de la Salud precisa que las principales patologías no transmisibles que le restan vida a los dominicanos son cardiovasculares 32%, cáncer 12%, diabetes 5% y respiratorias 5%. Para tratarlas se requiere el consumo de medicamentos de alto costo, salvo cobertura pública, que presenta un precio que a veces es 50% menor a la parte privada. El gasto de bolsillo promedio per cápita anual en medicamentos en América Latina y el Caribe alcanzó los 97 dólares, estima el estudio Salud en Las Américas 2012. Las farmacias locales mueven cerca de 7,800 productos distintos al mes. Sus ventas anuales llegan a los 31,000 millones de pesos de República Dominicana (a un tipo de cambio de 45 pesos de RD por dólar), según la Unión de Farmacias.   El papel de las farmacias La Dirección de Drogas y Farmacias tiene registrados 3,100 establecimientos en todo el país; sin embargo, la Asociación Nacional de Dueños de Farmacias cree que la cifra ronda los 7,000, incluyendo las ilegales. El informe Perfil Farmacéutico de la República Dominicana (Salud Pública, 2012) precisa que en la isla hay 3,330 farmacéuticos registrados y aproximadamente 4,000 droguerías autorizadas. En suelo dominicano hay cuatro firmas que se han destacado por ser las de mayor alcance, que tienen más sucursales y que invierten mayores recursos en publicidad. Entre las diferentes marcas se mantiene una guerra publicitaria para aumentar y mantener el liderazgo en las ventas. Los acuerdos de exclusividad con los laboratorios son comunes, sobre todo si el medicamento involucrado es indispensable para la supervivencia de cardiopatías, hipertensión, control de la glucemia, enfermedades renales, respiratorias y algunas de transmisión sexual. Aun sin estar enfermos, las marcas se escudan en prevención para vender más en una sociedad consumista.   La panacea estatal En la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, empresarios se unen para elaborar y comercializar medicamentos de fabricación local. En 1953 se crea el Laboratorio Químico Dominicano y se promulga un Código de Salud en 1956 para que el régimen dominara el sector medicinal. En 1998 se lanza el Reglamento 148-98 de registro sanitario y establecimientos farmacéuticos. Ante las constantes discusiones que se generaban por el reglamento 148, en junio de 2006 se promulga el reglamento 246-06 que fiscaliza todo lo relacionado con los medicamentos, además de delimitar las acciones de la Dirección de Drogas y Farmacias. En el año 2013, Promese se convierte en la mayor importadora de medicamentos al adquirir 823 tipos de productos, con un valor superior a 2,000 millones de pesos de República Dominicana (a un tipo de cambio de 45 pesos de RD por dólar). Esta entidad es la única que suple al Estado, lo que genera ronchas entre las agrupaciones de farmacias. Sus licitaciones son públicas, pero eso no evita que haya hermetismo en la cúpula privada. Para ese entonces —de acuerdo con Salud Pública— esa compra benefició a 194 hospitales y 1,264 Unidades de Atención Primaria (UNAP); a la red de 466 farmacias populares y 194 instituciones sin fines de lucro asociadas. Aunque algunos laboratorios locales participan en las ventas, la mayor cantidad de productos llega desde la India, China y Pakistán. Sobre este particular, Infadomi considera que el Estado puede acordar con los laboratorios nacionales para que provean de medicamentos a Promese, lo que garantiza un aumento en el volumen de producción —obligaría contratar más mano de obra local—, reduciría los costos por la oferta, lo que conllevaría precios más económicos para los ciudadanos. Mientras se llega a un acuerdo, los dolientes locales se ven en la imperante obligación de comprar fármacos para equilibrar la malograda salud. Sin agua y sin alimentos no se concibe la vida, pero sin medicinas no se mantiene… y las campañas hipocondriacas del sector farmacéutico así lo demuestran.

 

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