En el mundo cada vez más multimillonarios donan grandes sumas a causas necesarias. No es porque sean buenos samaritanos. No. Lo que buscan es maximizar sus ganancias para aliviar ciertas necesidades. En México, todavía hay mucha tarea por hacer.   Por Ágata Székely   Para 2035 se erradicará del planeta todo resquicio de pobreza, ha dicho Bill Gates. La Fundación Bill y Melinda Gates, ha gastado más de 28,000 millones de dólares (mdd) en causas como eliminar la malaria, el ébola, el VIH pediátrico y es uno de los más paradigmáticos ejemplos del fenómeno filantrocapitalista que personifican otros empresarios como Warren Buffett, Richard Branson, George Soros o celebridades como Bono, Bob Geldof, Sting… Filantrocapitalismo es el término acuñado por Matthew Bishop, editor de The Economist y coautor (con el economista Michael Green) del libro que lleva tal nombre y se utiliza para nombrar la tendencia de aplicar métodos y enfoques empresariales a la filantropía (Philanthrocapitalism: How the Rich Can Save the World, Bloomsbury Press, 2008). Los filantrocapitalistas, de acuerdo con Bishop, no son donantes tradicionales, sino inversores sociales que consideran y calculan maximizar las ganancias para las causas que han elegido colocar bajo su ala. Primero, grandes fortunas financieras han florecido favorecidas por la globalización. Por otro lado, una suerte de ola contagiosa, una “Segunda Edad de Oro” de la filantropía, ha surgido luego del Giving Pledge, la campaña creada por Buffett y Gates que invita a los multimillonarios a donar al menos la mitad de sus fortunas y que hasta mayo de este año han firmado 127 de ellos (individuos y parejas de 13 países, ninguno de América Latina, entre los que se encuentran Mark Zuckerberg, George Lucas y Mellody Hobson, Dave Goldberg y Sheryl Sandberg, Paul E.Singer, Jeff Skoll, Paul Allen, Richard y Joan Branson, Steve Bing y John Caudwell). Entre todos han aportado (o se han comprometido a aportar) una cifra que alcanza los 600 billones de dólares. La mecha había sido encendida varios años atrás por uno de los firmantes más distinguidos: el empresario de medios Ted Turner, cuando decidió crear el “Slate 60”, un listado donde la revista online (Slate) publicó las mayores donaciones filantrópicas. La historia muestra que estos actos, bien encaminados, son significativos y un parteaguas; según reporta Bishop, las investigaciones acerca de cómo incrementar las cosechas en los países menos desarrollados —financiadas por la Fundación Rockefeller— lograron un aumento de la producción que, se calcula, ha salvado a más de 1,000 millones de vidas desde la década de 1940. grafico_filantrocapitalismo El perfil Los filantrocapitalistas en lugar de dar sumas ínfimas de dinero con el objetivo de generar publicidad positiva —un “lavado de cara” de responsabilidad que en realidad es sólo relaciones públicas— ellos más bien marcan agenda y prioridades. Suelen ser bien recibidos por los líderes políticos y sus perfiles mainstream logran que discursos y necesidades urgentes tengan prensa. Una de las características de los filantrocapitalistas estrella es el seguimiento cercano que dan a sus inversiones sociales. Gates, por ejemplo, cuantifica en su blog los logros de su fundación y los planes a seguir. Cuenta cuánto aumentó el presupuesto para un objetivo específico y cuánto ha logrado con sus movimientos estratégicos.Con la nueva prueba RDT lo ha logrado, y en 2013 ha hecho 200 millones de ellas, sólo en África. Gates señala cómo estas acciones han alcanzado una dramática reducción de la mortandad (42% desde 2000) y su convicción de que se logrará erradicar la enfermedad por completo en una generación. Pero pese a la credibilidad que dan estas cuentas, no todo son odas y halagos para los filantrocapitalistas. Desde el tiempo en que se maneja el vocablo algunos han apuntado sus fallas. Uno de sus principales críticos es Michael Edwards, del Brooks World Poverty Institute de la Universidad de Manchester, autor de Just Another Emperor? The Myths and Realities of Philantrocapitalism (Demos, 2008). Edwards no compra los argumentos de los caballeros responsables del mercado. Sus principales objeciones son que las transformaciones son sólo para unos y no transforman la sociedad por completo; que no son sostenibles pues dependen del flujo de voluntades que pueden cambiar repentinamente, y que ocultan responsabilidades de las instituciones y no se ocupan de manera adecuada en reflexionar sobre la justicia. El filantrocapitalismo, dicen los críticos, no va a la raíz de los problemas (la pobreza, la corrupción) sino que aplaca síntomas. Ante estos alegatos en diferentes coloquios, Bishop suele responder que es cierto que el mundo no es simple y muchas veces los filántropos no van a las raíces del asunto pero, ¿deberían los pobres observar pacientemente cómo sus hijos mueren de enfermedades prevenibles como polio o malaria, mientras ellos esperan por el cambio social? Mientras estos debates ocurren, ¿en qué punto estamos en México? ¿Se usa la inspiración filantrocapitalista? ¿Qué calificación obtendría la filantropía nacional puesta a examen? Mucho por hacer Comparado con sus pares en América Latina, el nivel de filantropía formal en México apoyando a instituciones no lucrativas es bajo, asegura el doctor Michael Layton, director del Proyecto sobre Filantropía y Sociedad Civil del ITAM. En el último estudio comparativo del sector no lucrativo más importante, realizado por la Universidad de Johns Hopkins en Baltimore, Maryland, México está empatado con Filipinas en último lugar del porcentaje de PIB en donativos filantrópicos con un 0.04%. En tanto, un estudio exploratorio de este año, realizado en conjunto por el Centro de Investigación y Estudios sobre Sociedad Civil, A.C. en el Tecnológico de Monterrey y el Centro Mexicano para la Filantropía (Cemefi), publicó que las fundaciones empresariales en el ejercicio fiscal 2012 que fueron donatarias autorizadas donaron más de 2,697 millones de pesos (mdp). De acuerdo a este mismo documento, entre las diez empresas más importantes de México (en términos de facturación), sólo 40% tiene una fundación empresarial. En total existen 131 de estas organizaciones y 64% pertenece a alguna de las 500 empresas más importantes del país. Por otra parte, México se ubica en el lugar 93 de 135 naciones que más aportan a organizaciones benéficas, según el World Giving Index 2014 (que realiza la Charities Aid Foundation y la encuestadora Gallup). “Las fundaciones empresariales en México son un pequeño pero muy influyente grupo dentro del amplio campo de la inversión social privada”, concluye el informe. “Sus aportes en recursos humanos, financieros y programas son muy importantes para el país, pero existe un gran campo de oportunidad para hacer más efectivo su contribución social”. ¿Cómo puede mejorar? “Hay que pensar en los dos lados de la ecuación”, asegura Layton. “En la disponibilidad de recursos y en la demanda de estos recursos. En términos de disponibilidad, hay dos niveles: la gente adinerada que puede hacer grandes actos filantrópicos, y los demás. Las familias más ricas en México, en general, han empezado a crear instituciones donantes: existen ejemplos importantes, pero aún falta la profesionalización de sus actividades. La clase media ya está en una posición de apoyar a causas sociales, pero falta un catalizador adecuado. Y este catalizador tiene que estar del lado de la demanda, un sector de organizaciones no lucrativas eficaces y transparentes, con estrategias de intervenciones sociales innovadoras y metodologías de recaudación de fondos modernas, enfatizando la rendición de cuentas y la vinculación con sus donantes y voluntarios”. Para Mónica Tapia, directora en el país de la organización global Synergos (que entre otros programas tiene un círculo de filántropos que agrupa 100 importantes familias de todo el mundo), la cultura filantrópica está creciendo en todos los continentes, aunque para fortalecerla en México es necesario mejorar el marco legal, que no está suficientemente desarrollado y también el marco institucional. “En otros países se enseña la inversión social desde los 12 o 15 años), donde ocurren los cambios más interesantes y eso se empieza a contagiar”. Es un proceso de largo plazo, coincide Layton: “Hay que promover el trabajo voluntario, la participación ciudadana y una cultura de pedir y dar donativos entre los jóvenes. Algunos donantes dan a muchas buenas causas, pero no tienen mucho enfoque. A muchos les falta una visión estratégica”. Para avanzar también hay que sobreponerse a tabúes o prejuicios. “Muchos legisladores, funcionarios y periodistas ven los donativos como una evasión fiscal”, dice Layton. “Pero la gran mayoría de los donativos apoyan causas muy nobles. Muchos ven el marco fiscal como fundamental en esto. México tiene los mismos incentivos para donativos que Estados Unidos (una reducción de la base gravable del isr). Pero aquí existe un nivel de informalidad mucho más alto, y estos incentivos no tienen impacto para mucha gente. Hay que tomar en cuenta que Andrew Carnegie enfatiza la necesidad de circular la riqueza y usarla para el beneficio público. Allí está el origen del llamado filantrocapitalismo.

 

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