Es mucho más que una región. Gracias a su cercanía con el continente negro y las diferentes culturas que ha alojado a lo largo de su historia, en el sur de España encuentras maravillas árabes, un profundo legado judío y actualmente el sabor de África del Norte.   Cada provincia de la nación ibérica nos deja con la sensación de que estamos en países completamente distintos. No existe un punto de encuentro entre el carácter relajado del sur, con la seriedad del norte y la dulzura de la frontera portuguesa. España es así, y aunque en algunas de sus provincias se reniega de ella, en otras, como Andalucía, se celebra a la menor provocación el hecho de haber nacido ahí, de ser parte de su historia y de poder gritar sin el menor empacho un fuerte “ole” ante las cosas que provocan emoción y alegría.   Córdoba, la puerta de entrada El cansancio después de un vuelo trasatlántico y de tomar el tren de alta velocidad un par de horas después para llegar de noche a esta pequeña ciudad, se convirtió en una sensación minúscula en cuanto nos desprendimos de las maletas –que parecía que habían estado adheridas a nosotros– y pisamos las empedradas calles del “casco viejo” (como los locales llaman al Centro Histórico) y aspiramos al instante el aroma de los árboles de naranjos que decoran cada uno de sus rincones.
Arcos de la mezquita.

Arcos de la mezquita.

La primera noche en Córdoba nos dio una muestra del verdadero significado de lo que es una fusión de culturas. Al caminar por sus estrechas calles fue sorprendente encontrarnos con un templo romano (descubierto hace poco más de 50 años) justo enfrente de una iglesia católica con un arco árabe enfrente. En este lugar, las religiones convivieron, se enriquecieron y tomaron lo mejor de las otras, haciéndolo en perfecta armonía; ésa fue la sensación que nos dejó este primer encuentro aquí, donde todo puede pasar, incluso el vivir en paz sin importar la creencia individual. Era viernes por la noche. La Plaza de las Tendillas, considerada como el punto de encuentro y centro social del lugar, estaba a su máxima capacidad. Cada uno de sus edificios, su decoración y ubicación están en perfecta armonía con el ambiente del lugar. En el centro de ésta encontramos una estatua que –gracias al conocimiento de uno de los locales que nos acompañaba– nos permitió entender y saborear el ingenio de sus habitantes. El protagonista de esta imagen es Gonzalo Fernández de Córdoba, conocido como el Gran Capitán, hecho que le valió que se le rindiera tributo ahí. Sin embargo, cuando nuestro acompañante compartió que en realidad la cara de esta estatua no corresponde a Fernández, sino al rostro de un famoso torero apodado Lagartijo, descubrimos cómo los cordobeses aprovechan la ocasión para rendir homenaje a dos figuras legendarias, en lugar de sólo con una, con un acto que quizá fue una travesura de su escultor y terminó convirtiéndose en un rasgo del carácter de su gente.   Una mezquita catedral Ocho siglos de dominación árabe en España dieron como resultado la existencia, en casi todas sus ciudades, de inmensas catedrales ahora católicas, construidas sobre lo que fueron los grandes templos moros. Por suerte, antes de que éstos fueran destruidos por los religiosos, en señal de victoria y superioridad los hicieron sus centros de culto, decisión que nos deja admirar, después de tanto tiempo, su majestuosidad.
Mezquita y catedral de Córdoba.

Mezquita y catedral de Córdoba.

La mañana siguiente, en el interior de la Catedral de Santa María, tuvimos un primer encuentro con una arquitectura que sólo es visible en esta región: la denominada mudéjar, que representa la fusión perfecta entre lo hispano y lo árabe. No resulta difícil perderse entre sus arcos con forma de herradura, y es casi una obligación ver hacia el techo y perderse en las formas geométricas trazadas en éstos para finalmente atestiguar el choque cultural que significa ver en este marco su altar mayor barroco, así como el retablo y su coro de madera.   El barrio judío Con ganas de más, después de la intensa muestra del que fuera uno de los centros de oración musulmanes más grandes, la misma ciudad nos marcó el camino para llegar a la zona donde se asentó la población semita durante el siglo XIV. A primera vista fuimos conquistados por el color blanco que predomina en cada una de sus casas y tiendas. Otra característica que no se puede dejar pasar es la estrechez de sus calles, que contrastan con la amplitud de los patios de sus casas, abiertos al público, llenos de flores y macetas. En este ensanche está la pequeña sinagoga, en la que actualmente no se realizan ceremonias, pero es, sin duda, uno de los sitios turísticos más visitados, cosa que comprobamos en carne propia, pues fue prácticamente imposible estar adentro más de cinco minutos y complicado poder ver sus paredes sin toparnos con la espalda o cabeza de los turistas que la visitan. Casi sin aliento, salimos para encontrarnos con la imagen del célebre médico Maimónides en la plaza de las Tiberíades, que hoy en día se ha convertido en un atractivo turístico, pues, según la creencia popular, tocar su zapato trae al que lo haga la felicidad eterna, así que, por si las dudas, fue necesario entrar en el tumulto para rozar su babucha y tener una oportunidad.   Ciudad dentro de la ciudad Antes de abandonar Córdoba hicimos una escala obligada en Medina Azahara, una villa árabe construida como un símbolo de poder y superioridad ante los enemigos del imperio. Resultó un privilegio poder pasear en su interior. Aún queda mucho por descubrir de este lugar, y se continúa estudiando el origen y significado de cada uno de sus elementos. Sin embargo, no perdimos la oportunidad de ver un auténtico horno de la época, así como sus jardines y baños.
Medina Azahara.

Medina Azahara.

En la villa, que se encontraba amurallada para poder tener un control y visión total de los movimientos de sus adversarios, los arcos de herradura continúan siendo una constante, y lo que se encuentra expuesto a la fecha, según los expertos, no es nada aún, pues lo mejor continúa bajo tierra. Aunque parece un sueño, Córdoba es real, y cada una de sus esquinas parece contar una historia. Su gente, su comida, hasta el barullo de las calles suenan a música que canta lo que ha pasado en esta tierra. En definitiva, no hay que irse de este mundo sin ir por lo menos una vez a este lugar.   Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @mariagiuseppina   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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