Manuel Arango, empresario y filántropo, es un visionario que se plantea un futuro mejor y más solidario en un plazo de 50 años, gracias a la alianza necesaria entre tres sectores: empresa, gobierno y ciudadanos, que buscan ayudan a los demás y a sí mismos.   Por Raquel Azpíroz y Álvaro Retana   En el siglo XVIII, los salones de la aristocracia francesa, liderados por la Marquesa de Lambert, Madame de La Fayette y Charles-Irénée Castel de Saint-Pierre —más conocido como el abate Saint-Pierre—, se convirtieron en promotores de un ideal laico que frente al concepto de caridad cristiana del siglo anterior contraponía una idea pragmática encaminada a restablecer, mediante actos concretos, el principio de igualdad. El término bienséance, y todo lo que representaba, se convertirá, tal y como señala Benedetta Craveri en La cultura de la conversación (FCE, 2004), “en la piedra angular de un sistema en el que el placer y la sociabilité se exaltan mutuamente”. Hoy, en pleno siglo XXI, el empresario y filántropo Manuel Arango, presidente del Grupo Concord y CostaBaja, presidente honorario del Centro Mexicano para la Filantropía (Cemefi) y fundador de la Fundación Mexicana para la Educación Ambiental, entre otras muchas instituciones, sostiene algo parecido: “Siendo un poco egoístas y viendo lo que necesita el entorno y sus carencias, al final vas descubriendo fórmulas para que ese entorno mejore. Y cada cual encuentra su camino. Ahí es donde inicia la filantropía realmente, en un acto benevolente y solidario puesto en acción, porque se puede quedar sólo en pensamientos”. Desde que en 1997 la multinacional Walmart adquirió 76% de las acciones del Grupo Cifra, este visionario se concentró en una cruzada para implantar en las empresas mexicanas el concepto de responsabilidad social, con atención especial a todo lo relacionado con el medio ambiente. “Me inicié en este tema, es una cosa que me preocupó desde hace muchísimos años, y vi que era un rompecabezas porque depende de la economía, del desarrollo, del empleo y de la pobreza, que a su vez depende de las políticas públicas”. ¿Y de qué manera se puede completar ese rompecabezas llamado filantropía? Todo el mundo quiere ayudar, pero la diferencia está en cómo hacerlo. Puede ser un acto personal o un acto organizado, para que tenga un efecto multiplicador importante. Cuanto más organizado e institucional, mayor será el impacto. ¿Se puede hablar entonces de dos modelos de filantropía? Sí, está el modelo de Bill Gates y el modelo de Carlos Slim; son dos maneras distintas de obtener resultados. En el primero, los recursos son una parte muy importante que se divide en dos grandes pilares: los grand givers y los grand seekers, los que aportan recursos económicos y los que buscan esos recursos. En Estados Unidos, la mayor parte de las fundaciones con capitales muy grandes canaliza dinero a proyectos u organizaciones que ellos consideran válidos y que carecen de esos recursos. En el ámbito latinoamericano, sin embargo, es más común otro tipo de fundación, la operativa, que no destina recursos económicos a terceros, sino que forma su propia fundación, la opera, maneja y canaliza los recursos. ¿Qué papel cumplen esas fundaciones en la sociedad actual? Estadísticamente, está comprobado que en muchos países pueden llegar a ser una parte importante del PIB y una extraordinaria fuente de trabajo. Es lo que se llama el tercer sector, aunque tiene muchos nombres: organizaciones de la sociedad civil, organizaciones voluntarias, ONGs… ¿Cuáles son los otros dos sectores? El primero es el sector empresarial o mercado, que ha evolucionado a través de milenios; luego está el sector gobierno. El sector que se inicia con los ciudadanos, que somos la mayoría, va a ser el que en cincuenta años, que no es nada, marque el equilibrio fundamental entre mercado y gobierno. Es una visión muy optimista pero, ¿es viable? Sin la menor duda. Este sector ciudadano está creciendo enormemente en el mundo. Y va a seguir creciendo, porque ahora tiene el arma más poderosa: la información. Creo que el equilibrio se establecerá cuando los tres sectores reconozcan cada uno su peso específico y la necesidad de trabajar conjuntamente. Yo tengo un lema: “Para los grandes problemas, grandes alianzas”. Los problemas que la empresa no puede solucionar, ni tampoco el gobierno por falta de recursos, tienen que arreglarse gracias a los ciudadanos que quieren mejorar su entorno. ¿Y cómo fructificarán esas alianzas? ¿A través de líderes, de fundaciones, de comités? Hay canalizadores que ayudan a un entendimiento entre los tres sectores. No hablamos de cúpulas, porque la cúpula implica un órgano de gobierno que controla. Pero, por ejemplo, está el Centro Mexicano para la Filantropía, cuya misión es promover la ayuda, facilitarla, tener la información, capacitar y promover las leyes adecuadas, las políticas públicas para que a la gente que quiere hacer algo se le facilite. Menciono esta organización porque fui uno de sus fundadores hace 26 años, pero como ésta, están surgiendo muchas. ¿Qué es necesario para que un proyecto filantrópico tenga éxito, además del dinero? Además de generosidad, como en el mundo de los negocios, encontramos también innovación. Como en una gran empresa, no es necesario empezar con un gran capital. Muchas empresas que son un ejemplo de éxito no se iniciaron con capitales altísimos; lo necesario es el talento. Pero el recurso más importante es el tiempo, porque es el único que no se repone. El dinero va y viene, a veces sube y a veces baja, hay gente que lo gana y gente que lo pierde. El tiempo es invariable. A mí me queda poco tiempo. ¿Qué lecciones como empresario le han servido también como filántropo? La organización. No basta con tener una buena idea, sino que hay que aterrizarla; conjuntar los elementos para que surja, camine y se mantenga. Creo que la escuela empresarial es muy buena para eso, porque castiga muy rápido —se organiza uno o desaparece la empresa— y eso es fundamental: la capacidad organizativa empresarial no con fines de mercado, sino con fines solidarios. En el caso de un empresario, ¿es posible obtener algo más allá del simple beneficio? Se puede ir mucho más allá porque no va en detrimento de la empresa el poner una parte de ese talento y de los recursos en crear un proyecto paralelo. Es más, muchas de las grandes empresas que salen en el listado de las 500 más importantes a nivel internacional también son las más generosas en cómo destinan parte de sus recursos para el bienestar general. Además, la gente las admira. ¿Es un firme partidario de la llamada filantropía estratégica? Sí, pero con un matiz: la filantropía debe caminar casi, casi como una empresa. Siempre digo que ojalá pudiesen fundarse organizaciones no ya sin fines de lucro, sino sin fines de dividendo. Pero no se puede organizar la filantropía como una economía perfecta, tiene que haber un espíritu de riesgo más alto. Si quieres que la filantropía funcione exactamente igual que una empresa, es una exageración. Digamos que se trata de una relación necesaria, además de una relación de conveniencia. Es más fácil que un empresario, por capital y formación, cree una fundación a que una persona que trabaja en el sector solidario cree una empresa. Por eso necesitamos que exista la empresa, porque es la que crea el capital. Obviamente, las necesidades son muy superiores al dinero disponible. No importa cuánto dinero haya, no alcanza. Tenemos que crear riqueza, que es lo que hace la empresa. El sector no lucrativo crea otro tipo de riqueza, que puede ser espiritual o cultural. En Estados Unidos este sector crea muchísimos empleos. ¿Cómo se podría hacer entender esto a los empresarios mexicanos? Cambiar una cultura toma mucho tiempo. Es la cultura opuesta al “Sálvese el que pueda” y “Yo levanto la canasta para el que la alcance”. Octavio Paz, por ejemplo, llamaba al gobierno el Ogro Filantrópico. Hoy día sabemos que no importa la buena fe que pueda tener un gobierno; el Estado necesita del mercado para generar riqueza y de la participación ciudadana para complementar muchas otras cosas desde la civilidad. Además, el ciudadano comprometido trasciende sexenios políticos porque está comprometido con una causa y cree en ella. ¿Qué es para usted la filantropía? Es una pasión que no tiene nada que ver con el sacrificio, cuando descubres que cada logro es una victoria. Es una cultura que empieza desde la niñez: si no se vive y no se siente, cuesta más trabajo. ¿Es México un país donde existe esta cultura? En México hay voluntad de ayudar, como vimos, por ejemplo, durante el terremoto. Hay que aprovechar esa voluntad. Si tienes una red social, es más fácil. Cuando vino el huracán Paulina, en Acapulco, mandamos camiones con víveres, pero aquello fue un caos porque nadie sabía cómo repartirlos. Y, de repente, la Universidad de Acapulco dijo: “Yo lo hago”. Así fue como creamos la Red Universitaria para Emergencias. Queremos que las universidades realicen un mapeo del país y así hagan un inventario de todo, que sea una parte formativa. Es una manera de fomentar esta cultura tanto en el seno académico como dentro de la sociedad mexicana. La solidaridad es global, no entiende de fronteras. ¿Y los negocios? Tampoco. Las finanzas están por encima de cualquier frontera y son más rápidas que los legisladores. En un mundo complejo, con una población que crece y donde la cuarta parte vive en condiciones de miseria, hay quien aún no se ha implicado y no considera que ayudar sea una necesidad. Si se diese esta alianza, en diez años México sería… Cuando los políticos que defienden los intereses del partido y no de los ciudadanos se den cuenta de eso, observaremos cambios enormes. No será una revolución, sino una evolución. ¿Qué habría que cambiar para que eso se produzca? Creo enormemente en las instituciones, aunque no sean perfectas. Si no te gustan las instituciones, hay que perfeccionarlas, porque son lo único que trasciende a los hombres. ¿Se puede hacer filantropía sin una saneada cuenta corriente? Mucha gente asocia filantropía a dinero, recursos que pasan de las manos de unas personas a otras que lo necesitan. Pero lo más importante es el deseo de compartir, más allá de su valor económico. La raíz de la propia palabra dice “amor para la humanidad” y no “dinero para la humanidad”. filantropia_foto_interior1

Foto: Germán Nájera e Iván Flores. 

 

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