Savile Row sigue siendo para muchos el destino en el que se concentra la mejor sastrería en el mundo: precisa, rigurosa, perfecta. Sin embargo, algo está cambiando en la cuna del estilo británico. Éstos son los nuevos (viejos) tiempos. 
Por: Álvaro Retana El lenguaje no es gratuito. Al contrario, siempre es intencional. Tal vez por eso estilo es un término masculino, mientras moda es femenino. Pero, ¿y el lujo? Mark Tungate, periodista y autor de un libro de referencia como Luxury World, considera que el último reducto del lujo es masculino y responde al nombre de una calle: Savile Row, ubicada en el corazón de uno de los barrios más exclusivos de Londres, Mayfair. Allí, sus centenarias sastrerías son todavía frecuentadas por una clientela de gentlemen que entiende de elegancia, no de marcas. Si nombramos muchas de sus etiquetas, no le dirán casi nada al común de los mortales: Hardy Amies, Gieves & Hawkes, Hunstman… «Los nombres del hiperlujo están íntimamente relacionados con lo manual y lo hecho a medida. Su clientela suele conocer su existencia porque suenan dentro de su círculo», explica. Sin embargo, algo está cambiando en la meca del bristish tayloring. En 2013, un grupo de caballeros dignamente ataviados con trajes sastre y abrigos tan bien cortados como un vestido de alta costura se manifestaba ante el número 3 de la calle. ¿La razón? Abercrombie & Fitch, esa cadena estadounidense famosa por sus dependientes sin camisa luciendo abdominales, había tenido la osadía —¡anatema!— de abrir una tienda en plena cuna del estilo británico. Pocos meses después, la Corte de Westminster falló contra la marca no porque atentase contra uno de los pilares del estilo británico, sino porque había pintado la segunda planta de su tienda de un color no permitido (marrón) en un edificio catalogado. «A mí me parece mucho más grave la ropa que venden», bromeó uno de los sastres de la zona, Jeffrey Doltis, propietario de un negocio de camisería a medida.
Lo cierto es que muchos de los sastres de Savile Row han tenido que bajar sus precios, aunque no sus estándares de calidad, para adaptarse a los tiempos. Un traje de Hunstman, la firma más cara de la calle, puede valer 9,000 dólares; una camisa a medida de Doltis 700 dólares, y un traje de Dege & Skinner —una de las pocas casas que sólo cose piezas bajo pedido— , 6,000 dólares. Sin embargo, son pocos los afortunados que pueden permitirse el lujo de pagar esos precios, de modo que firmas como Hardy Amies ya no hace a medida y otro clásico, Gieves & Hawkes, ha abierto una tienda en la misma calle dedicada al prêt-à-porter. Así, mientras marcas de alta gama como Dolce & Gabbana dan el salto a la sastrería tradicional con su servicio de Alta Sartoria Su Misura, algunas de las más reputadas y centenarias sastrerías de Savile Row han decidido recorrer el camino inverso. Toda una paradoja.

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