Por Rich Karlgaard La gran consternación provocada por la incipiente presidencia de Donald Trump es que está cumpliendo, en su mayoría, con todo lo que dijo que haría. Por supuesto, el republicano ha dicho muchas cosas. Detectar una señal clara en medio de sus tuits  y la polémica que genera en los medios puede parecer desalentador. Pero, retrocedamos. Podemos encontrar el plan económico del ahora presidente, descrito claramente en el libro de Wilbur Ross —elegido por Trump para desempeñarse como secretario de Comercio—, y del asesor comercial Peter Navarro. El texto se titula “Scoring the Trump Economic Plan: Trade, Regulatory and Energy Policy Impacts”, y está disponible aquí. Para una versión rápida, lo he editado y lo parafraseo a continuación: El “New Normal” es una excusa política para justificar el bajo crecimiento económico. De 1947 a 2001, el PIB de Estados Unidos creció a una tasa anual de 3.5%. Pero desde 2002 hasta la actualidad, el promedio cayó a 1.9%. Esta pérdida de 1.6 puntos porcentuales en el crecimiento real del PIB representa una reducción del 45% en los máximos históricos de la tasa de crecimiento de Estados Unidos, previo a 2002. ¿Por qué la tasa de crecimiento de Estados Unidos cayó tan dramáticamente? Muchos economistas han descrito este periodo de crecimiento lento como el “new normal”. Explican que la caída se debe en parte a los cambios demográficos, como la disminución en la tasa de participación de la fuerza laboral y la transición al retiro de la generación de los baby boomers. Ése es un punto de vista derrotista. No hay nada inevitable respecto a los acuerdos comerciales mal negociados, la excesiva regulación, la carga tributaria elevada y la política deficiente. Éste, es un mal creado por los políticos, por lo tanto, nada respecto al “new normal” es permanente. Arreglar los acuerdos comerciales, la regulación, los impuestos y la energía, en ese orden. Las malas políticas han empujado la inversión de capital al extranjero, han desalentado la inversión en el país. Este “arrastre de inversiones” hacia el extranjero está directamente relacionado con el crecimiento del PIB. Cada punto adicional en el crecimiento real del PIB se traduce en aproximadamente 1.2 millones de empleos. Cuando la economía estadounidense crece a una tasa anual de sólo 1.9%, en lugar de sus máximos históricos de 3.5%, significa que creamos 2 millones menos de empleos al año. La regulación excesiva está matando a las empresas. Más del 80% de los CEOs de las grandes compañías estadounidenses están de acuerdo con este punto. Dicen que las regulaciones de negocios en Estados Unidos están entre las peores de los países desarrollados. La situación es aún peor para los 28 millones de pequeñas empresas en Estados Unidos. Desde la recesión, han proporcionado dos tercios del crecimiento laboral y se han lastimado aún más.  Los costos de cumplimiento de las pequeñas empresas son excesivamente altos. La Heritage Foundation y la National Association of Manufacturers (NAM) han estimado que los costos regulatorios están en el rango de los 2 billones de dólares anuales, aproximadamente el 10% del PIB estadounidense. NAM considera que las “pequeñas manufactureras se enfrentan tres veces más a la carga promedio de los negocios estadounidenses”. En sólo ocho años, la administración de Obama añadió diversas regulaciones (ambiental, laboral, bancaria y de protección al consumidor), que agregaron 120,000 millones de dólares en costos anuales de cumplimiento. Esos costos, como todos los de negocio, se han transmitido a los consumidores, y son ellos quienes deben pagar más por los productos y servicios. De acuerdo con el Competitive Enterprise Institute, este “impuesto oculto” de las regulaciones asciende a los “casi 15,000 dólares anuales por hogar estadounidense”. La manufactura tiene el mejor efecto multiplicador de riqueza y empleo. Nótese que el plan de reformas regulatorias de Trump contribuirá de forma desproporcionada, e intencional, al crecimiento del sector manufacturero. Este es el sector más poderoso para impulsar al crecimiento económico y los ingresos. Estos ingresos, a su vez, beneficiarán de manera desordenada a la mano de obra de la nación. Este efecto multiplicador es precisamente el porqué la doctrina comercial de Trump y el plan económico buscan fortalecer la base manufacturera estadounidense, y la reforma regulatoria es clave para ello. Justo ahora, como Mark y Nicole Crain calculan: “Los costos de las regulaciones federales recaen desproporcionadamente en los fabricantes…Los fabricantes pagan 19,564 dólares en promedio por empleado para cumplir con las regulaciones federales, o casi el doble de los 9,991 dólares por empleado de los costos asumidos por todas las empresas en su conjunto”. Desde la era de la globalización, la manufactura como porcentaje de la fuerza de trabajo ha descendido de un pico del 22% en 1977 a un 8% en la actualidad. Para aquellos que señalan a la automatización como culpable del declive de la manufactura, sólo necesitan mirar a dos de las economías más tecnológicamente avanzadas del mundo: Alemania y Japón. Ambos son líderes mundiales en robótica. A pesar de las bajas en los últimos años, casi el 20% de la mano de obra alemana sigue empleada en la industria manufacturera y en el caso de Japón representa casi el 17%. Para ser claros, cuando hablamos de manufactura, no sólo estamos hablando de la fabricación de camisetas baratas y juguetes de plástico. Estamos hablando de aeroespacial, equipos biomédicos, productos químicos, chips de computadora, electrónica, motores, vehículos de motor, productos farmacéuticos, material para ferrocarril, robótica, impresión tridimensional, resinas, construcción naval y mucho más. Así que ahí lo tienen. Los planes fiscales, energéticos y monetarios de Trump también se describen. Pero a los ojos de Trump, el comercio y la regulación son los principales acontecimientos. Igual que la visión de Trump o no, su hoja de ruta es clara. Y hasta ahora, en su presidencia, Donald Trump ha demostrado que tiene intención de seguirla.

 

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