En México hay críticos de cine, después está Jorge Ayala Blanco. ¡En serio! Para muchos cineastas, y para un montón de cinéfilos, se trata de uno de los mejores crítico de cine en nuestro país. Para algunos, definitivamente, es el mejor en la actualidad.   De pronto, la sala ya estaba en penumbra. Hora y media después de comenzar la conversación, la poca luz de la tarde, en un intento (casi) desesperado, trataba de entrar por una de las ventanas. Para entonces ya sólo percibía su figura, la figura de mi anfitrión: el crítico Jorge Ayala Blanco. Supongo —obvio: todavía no tengo el don de desdoblarme— que él también sólo percibía mi silueta. Entretenidos y absortos en la plática, habíamos pasado por alto encender alguna luz artificial. Pero tampoco era raro aquello: han pasado por lo menos 15 años desde la primera vez que le entrevisté aquí mismo, en la sala de su casa, y la oscuridad de la noche siempre se las ha ingeniado para sorprendernos. (Da lo mismo si llego en calidad de periodista, o cinéfilo: las charlas con Jorge Ayala Blanco pueden extenderse, a veces por horas.) Y no es para menos: como pocos, él suele estar enterado de todo el tinglado en torno del cine mexicano. “¿Ya te enteraste de..?” “¿Ya supiste que..?” O: “¿Ya viste la película de fulano, ¡es buenísima!?” Y yo —que suelo hundirme en el farragoso terreno del cine nacional, ya que las pugnas y los golpes bajos están a la orden del día— sólo atino a decir un “¿en serio?”, o “¡mira nada más!” Después de todo, ¿qué otra cosa podría hacer ante un tipo como él? Pongámoslo así: en México hay críticos de cine, después está Jorge Ayala Blanco. ¡En serio! Para muchos cineastas, para mucha gente de la (incipiente) industria y, desde luego, para un montón de cinéfilos, se trata de uno de los mejores crítico de cine en nuestro país. Para algunos, definitivamente, es el mejor en la actualidad. Algunos datos aquí pueden ayudarnos a dar una mejor idea, una panorámica más clara, de su trayectoria. Veamos. Jorge Ayala Blanco tiene 52 años ejerciendo la crítica cinematográfica. Empezó a escribir exactamente cinco días antes de cumplir los 21 años; o sea: el 20 de enero de 1963 apareció su primera nota. Pasó, a lo largo de estas décadas, por varios de los suplementos culturales más importantes en la historia de nuestro periodismo: “México en la Cultura” del (desaparecido) Novedades; “La Cultura en México” de la revista Siempre!, o en el suplemento “Diorama de la Cultura” de Excélsior. Desde enero de 1989 está en la sección cultural de El Financiero: casi 26 años en la edición impresa, y desde hace un año en la página web del mismo periódico. Y, desde este año, también participa en el nuevo proyecto impreso de Víctor Roura: La Digna Metáfora.
Una treintena de libros publicados.

Una treintena de libros publicados.

Tiene, además, una treintena de libros publicados, divididos en tres series: sobre cine mexicano, sobre cine internacional, y sobre la exhibición cinematográfica en el país. Ha recibido, entre otros reconocimientos, la Medalla Salvador Toscano al Mérito Cinematográfico, y el Premio a la Trayectoria en Investigación Histórica José C. Valadés. Si esto no le convence aún, el 13 de mayo de 1965 entró como profesor al Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), por lo que está festejando, en 2015, cinco décadas de docencia. En definitiva, ningún crítico de cine en nuestro país tiene a su espalda números como éstos, ni trayectoria similar. Y la cereza del pastel: pasará a la historia como uno de los pocos críticos, quizás el único, que ha sido demandado por una crítica; la interpuso el cineasta Arturo Ripstein, en tiempos de Carlos Salinas. Desde luego, la anécdota es maravillosa: según el director, la reseña negativa que Ayala Blanco escribió sobre su película Mentiras piadosas lo dejó sin empleo durante un par de años. Cuando le pregunté sobre este pasaje de su vida, durante nuestra conversación, creí ver un destello en sus ojos. “Mi hermano Arturito”, balbució como para sus adentros. Y dibujó en su rostro una sonrisa sarcástica, llena de ironía. —¡Fue un escándalo pavoroso! —exclamó al cabo de algunos segundos—. ¿Sabes qué fue lo más ridículo? Que él no me demandó por difamación, sino que fue por daños patrimoniales. El señor alegaba que, como resultado de una crítica mía, él había perdido varias películas durante dos años, que nadie lo contrataba. Que ese argumento haya entrado como una acción legal, para mí era, sin duda, de risa loca. Sin embargo, y sin quererlo, con todo eso él me hizo famoso. Le platiqué que hace un par de años, en torno de una feria del libro en Oaxaca, un colega le había preguntado a Ripstein lo mismo. Se cumplían ya 20 años de este episodio. Bromeando, él se hizo el olvidadizo: “¿Yo hice eso?”, señaló entre risas. El maestro Ayala Blanco arqueó ligeramente las cejas: —¿Eso dijo? Pues recuerda que al periodista Miguel Ángel Quemain le comentó que ése fue el más grande error que había tenido en su vida. Porque, además, el hombre no dio la cara, se metió —Jorge enfatizó cada una de las palabras, y creo que las saboreó— bajo las faldas de su mujer…

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Vamos a ponerlo de esta forma: el maestro Jorge Ayala Blanco es, hoy, uno de los críticos cinematográficos más reconocidos del mundo de habla hispana. Una voz autorizada, por lo demás, cuando se trata de hablar de cine nacional o extranjero. ¿Por qué? Hay varias razones; la principal: porque sus críticas suelen ser pequeños ensayos en los que no se limita a comentar la película, sino que, literalmente, la desmonta para analizarla. Sus textos —fundamentados, rigurosos, llenos de ironía y humor, provocativos y nada complacientes, y escritos con un lenguaje inventado por él— “ponen a prueba la inteligencia del lector”, como puntualizó hace unos años Carlos Bonfil, otro de los críticos respetables de nuestro país. Aunque para muchos sus textos pueden ser difíciles, pesados, lo cierto es que su estilo se distingue porque está colmado de interminables referencias literarias, y musicales, y cinematográficas. Su prosa —extraordinariamente rica e inventiva— revela además el amor que Jorge Ayala Blanco ha tenido siempre por el lenguaje. Y eso es notorio en cada uno de sus libros. El más reciente de ellos, que apareció a principios de 2015, no es la excepción. De hecho, ha sido este libro —llamado El cine actual, confines temáticos, y los 50 años como profesor, lo que nos llevó a buscarle para conversar.
Cinco décadas de docencia.

Cinco décadas de docencia.

De entrada, El cine actual, confines temáticos es un libro que se ha ido —lunes a lunes— escribiendo, me aclaró Jorge Ayala Blanco, ya que recupera sus artículos que han ido apareciendo en su columna semanal de El Financiero. —De los 350 textos que están aquí, 90% ya fueron publicados, rehechos, y 10%, más o menos, son inéditos —me platicó Ayala Blanco, hace unos días, mientras caía la tarde—. Una de las cosas más interesante es que muchos de estos textos toman su verdadero sentido dentro del conjunto. ¿A qué me refiero? Pues, como sabes, el enfoque de cada libro mío sobre cine extranjero varía; varía de acuerdo con un diseño general. En este caso sería: ¿hasta dónde pueden llegar los temas del cine contemporáneo en cada película? La parte que me parece fundamental para entender esto es que están agrupados los textos en nueve grupos distintos; son: “Temas realistas” y “Temas observacionales”, “Temas interiores” y “Temas distanciados”, “Temas trascendidos” y “Temas fabulescos”, “Temas fantásticos”, “Temas espirituales” y “Temas carnales”… El maestro hizo una pausa para darle un trago a su vaso con agua. Aproveché y le pregunté sobre el diseño general, sobre el enfoque que ahora ha querido darle al libro. Él no lo pensó mucho: —Mis anteriores libros de cine extranjero, que llamo en el momento de editarlos “El cine actual”, tienen siempre un enfoque distinto. El anterior, por ejemplo, era El cine actual, estallidos genéricos: ahí el punto de vista era el género, y cómo es que han estallado éstos. El anterior a éste, El cine actual, verbos nucleares, de lo que se trataba era de encontrar el verbo que le daba dinámica a cada filme… Uno más anterior aún, llamado El cine actual, palabras claves, se trataba de hallar las palabras claves de determinadas películas… Así que, cada uno de mis libros tiene un enfoque distinto. —Habla de que el libro está dividido en nueve temas… —Corrijo. Más que nueve temas, son como corpus temáticos. Porque es un poco más compleja la cosa. Mira, uno podría preguntar: bueno, ¿no hay otros temas? Claro que los hay… Lo que sucede es que aquí son como grupos de temas, como campos temáticos. Para mí es una especie de juego y de posibilidad de entender mejor la película… Es decir, después de que lees el libro, entiendes mejor qué es lo que sucede con el cine actual…
—Sé que es una pregunta tramposa, pero, justamente, ¿qué es lo que nos dice el cine actual? ¿Qué es lo que sucede con el cine de hoy? —¡Uf! —exclama Ayala Blanco—. Nos está diciendo que, prácticamente, todos los campos del discurso cinematográfico están siendo cubiertos… cualquiera que sea tú interés. O sea, si a ti lo que te interesa son los filmes eróticos, la sensualidad, y la carnalidad, ahí están los temas carnales, como El extraño del lago, y ésta gran cantidad de películas que tratan ese tema. En este caso, por supuesto, es el juego de la homosexualidad y bisexualidad, que es uno de los temas más candentes, por decirlo de una forma, del cine actual… Lo que trato de encontrar es la riqueza del cine contemporáneo. De ninguna manera reducirlo, sino al contrario: abrir estas posibilidades para entenderlo mejor.
—Eso es cierto. Estamos viviendo una etapa interesante cinematográficamente… No sólo de confines temáticos y estallidos genéricos, más bien desde varios lados y frentes: estéticos, plásticos. Somos testigos de cómo el guión, en este momento, es tasajeado, por un lado, y por otro vemos cintas que sólo intentan recuperar el espíritu inicial de contar una buena historia, como Jongens, por ejemplo… —¿Verdad que sí? Entiendo perfectamente tu enfoque. Ya no es simplemente las películas que ilustran un guión. Las menos son precisamente estas películas. Las más interesantes, las que siempre nos han gustado (y lo hemos platicado muchas veces aquí), son las cintas que desbordan por todos lados el guión, las que incluso apenas necesitan éste. Por ejemplo, hoy ya no hay diferencia entre el documental y la ficción; existe una cosa que se llama docuficción. Ya no interesa la propuesta que te está dando un simple relato; ahora ese relato también está relacionado con otros más. Así que existe algo que se llama la metaficción…
—Esto a mí me parece que es tan apasionante… —Es que lo es; a mí también me resulta apasionante. Es lo que me obliga a seguir, digamos, la pasión del cine… Y sí: definitivamente cada vez me interesa menos el discurso del cine, sobre el cine. Cada vez me interesa menos el cine… me interesan menos los cineastas, y me interesan más las películas… A lo mejor a uno lo pueden ver como terrorista, desde este punto de vista, pero yo prefiero infinitamente eso. O sea, lo que digan los cineastas de sus propias películas es tan tedioso, los rollos sobre cine son tan tediosos, que por eso escribo este tipo de libros.
—¿Por qué lo dice? —Porque es verdad. Mira, yo no estoy demostrando nada con el libro… De hecho, yo volteo, invierto, justamente lo que haría cualquier académico… ¿Qué es lo que hace un académico? Pues establece su hipótesis, y toma una serie de puntos para demostrar esa hipótesis. Yo hago exactamente lo contrario: volteo la sartén. A mí lo que me interesa es no plantear hipótesis, pero sí desarrollar una serie de ideas a través de las películas mismas. ¡El análisis de cada película en sí misma! O sea, podríamos decir un especie de miniensayos. Son 350 miniensayos, que a veces no son tan “mini”… A mí me parece que en 4,500 caracteres ya dices muchas cosas, sobre todo con un tipo de lenguaje que por supuesto es inventado por mí. Llegado a este punto, le dije a Jorge Ayala Blanco, ¿cómo ha cambiado, entonces, su concepción de la crítica de cine? Se tomó unos segundos antes de responder…

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Creo que no lo he dicho: Jorge Ayala Blanco es un hombre modesto y amable. No hay nadie como él: ilustrado, corrosivo y, al mismo tiempo, inteligente. Polémico, pero también admirado y vilipendiado a partes iguales. Con virtuosismo, pasión e ironía —haciendo enojar a más de un cineasta, y a más de un actor, aunque muchos de ellos lo leen a escondidas—, cultiva el fino «arte» de la crítica cinematográfica de manera ininterrumpida desde hace 52 años. A él le debemos una vastedad idiomática que obsequia términos de una ironía tan oscura y genial como “posdictadura coñosuriana”, “mentalidad comepalomitas”, o películas “apantallapendejos”. “Creo que uno de los ejercicios intelectuales más placenteros que existen es la ironía”, me dijo, y soltó una risita contagiosa… —Maestro, ¿cómo ha cambiado, hasta este punto, su concepción de la crítica de cine? —A mí me parece que tu concepción de la crítica va evolucionando conforme la vas practicando, y también conforme el medio mismo te obliga… Ya no existe el discurso de la crítica como el señor que iba de cacería, como Xavier Villaurrutia, a ver las películas y a ver cuáles les recomendaba a sus lectores. Actualmente ya no interesa eso. La gente siente el deseo de ver una película y la va a ver, y si lee una crítica es para prolongar ese placer, para recrear la película, ¡a ver quién la recrea! Tampoco ya no tiene que ver con comprar un periódico o una revista. Ya la cuestión electrónica está desbordando mucho eso; sobre todo, ha multiplicado el discurso. Antes simplemente era la publicidad de boca la que se imponía sobre cualquier discurso autoritario de “¡Vea la película!” Ya no es eso…
—Creo que ya no puede ser esto… —En efecto: ya no puede serlo. Por eso hablo del miniensayo, que, finalmente, es la recreación de la película. Pero, sobre todo, es glosar el sentido de la cinta, es encontrar su verdadero sentido. Eso lo puedes conseguir desmontando todos los elementos que integran la película. Todos los discursos que la integran. O sea, yo creo que la crítica de cine, si sobrevive, va a ser a través del lenguaje que tú estás utilizando, que es muy plástico, muy descriptivo, muy sintético. Por supuesto, el análisis en sí mismo, que puede ser formal, sobre todo formal. Y estar, digamos, evocando imágenes. A mí me gusta mucho la crítica que me remite a determinadas imágenes, que me obliga a volver a ver la película. Y, por supuesto, la interpretación que tú le das a todo esto. Eso es una exigencia del lector hacia lo que está leyendo. Y, finalmente, suprimir esta idea del juicio crítico. Es decir: “es buena-es mala”; ¡eso ya no es así! En todo caso, uno puede hablar de los aspectos positivos y de los aspectos negativos… de sus aciertos y sus defectos…
—Eso es muy interesante. —Mira, lo que a mí me interesa es cómo se integra eso a nivel del discurso. Por ejemplo, veamos una cinta como Gravity; hay un aspecto extraordinariamente fascinante, que es toda la parte plástica. Si tú sólo te quedas con eso, la película es extremadamente novedosa: hacerle creer a la gente que estabas filmando en el vacío absoluto. Pero, por otra parte, la estructura misma del relato es boba, de carcajada loca. Es el filme en el que todo se resuelve con alambrito y con un “de tin marín de do pingüé”. No es posible. Todos esos infantilismos. Así que es una gran película coexistiendo con una película ridícula. Grotesca. Eso es realmente lo que es la película, su contradicción. Bueno, encontrar esas contradicciones es parte de la crítica.
—Finalmente, maestro, cumple 50 años de docencia. Son muchos años… —Ja-ja. Apenas.
—¿Se puede enseñar el oficio de cineasta? —Sigo creyendo que hay una intuición creadora, y que si no se tiene esa intuición creadora, así tomes miles de cursos de cine, nunca vas a poder hacer algo que valga la pena. Eso sí: o se trae o no se trae. Pero lo que sí puede aportarte el paso por una escuela como el CUEC es la conciencia formal. Y tú te das cuenta cuando ves una película: si fue el burrito que tocó la flauta y nunca más hará otra película a ese nivel, o bien, el personaje que sabe desde la primera secuencia que todo está fríamente calculado y bellamente calculado. El cálculo te lo da la conciencia formal, la belleza te la da la manera de ver las cosas. Yo sí puedo detectar eso… El tipo de cineasta consciente de cada uno de sus recursos expresivos, eso sí se da en una escuela de cine como el CUEC.
—Maestro, por tu aula han pasado infinidad de cineastas, algunos consagrados hoy por hoy… —Lo mejor es que fui aprendiendo a ser profesor sobre la marcha, o sea, dando clases. Creé mi propio método de análisis cinematográfico. Todas las vicisitudes y cambios que ha tenido la enseñanza del cine en México, yo los he presenciado. Hasta actualmente que ya es licenciatura. En cuanto a los famosos, tengo a dos: Alfonso Cuarón y Emmanuel Lubezki, que no por ello son los mejores alumnos que he tenido en mi vida… Por eso mi libro está dedicado a 50 generaciones de alumnos del CUEC, por el aguante mutuo. Fui maestro de Jaime Humberto Hermosillo, Alberto Bojórquez, Fernando Eimbcke, Julián Hernández, Ernesto Contreras… en fin, 50 generaciones…. Fui su maestro durante tres, cuatro, cinco años… Algo debo haber aprendido de ellos. Algo debo haber aprendido…   Nota bene: Editado por la UNAM/CUEC, en su Colección Miradas en la oscuridad, El cine actual, confines temáticos será presentado el miércoles 13 de mayo (de 2015), a las 19:00 horas, en la Casa Universitaria del Libro (Orizaba 24, colonia Roma). Participan Adriana Bellamy, Carlos Bonfil y Sonia Rangel. Modera Rodolfo Peláez.   Contacto: Correo: [email protected]   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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