No hay duda en que «el conocimiento es poder», pero ¿cuáles fueron los antecedentes para ordenar el saber como ahora lo conocemos? ¿Por qué «clasificar la información» cambió la historia, nuestra forma de concebir el mundo e incluso de ejercer el poder? He aquí algunas respuestas.

      Desde la Antigüedad han existido diversos esfuerzos por recopilar «todo el conocimiento humano», ya fuera en una sola obra —como la Historia Natural, que Plinio «el Viejo» compiló en 37 libros alrededor del año 77 de nuestra era y en los que intentó sintetizar el saber del Mundo Antiguo— o en compendios de múltiples obras como las bibliotecas. Aunque la descripción de Plinio «el Viejo» es puntual y la dividió por temas —de lo físico a lo geográfico e incluso espiritual—, su descripción es narrativa y no tuvo forma de crear un método de búsqueda ni de organización.   Ordenar el mundo La necesidad de clasificar, es decir, de establecer categorías para cada cosa, va de la mano de comprenderlas: de conocer la naturaleza de cuanto nos rodea. Antes de Newton —quien estableció el método científico como lo conocemos—, las ciencias eran un cúmulo de disciplinas que se entremezclaban con las artes que, hasta finales de la Edad Media, se conocían como las «siete artes liberales». Éstas se dividían en dos grupos: el trivium, que contenía las relacionadas con la elocuencia: gramática, retórica y dialéctica. Y el quadrivium, conformado por aritmética, astronomía, geografía y música. Desde la Alta Edad Media los filósofos se esmeraron en reordenar el trivium y el quadrivium para encontrar un «orden total» del conocimiento. A san Isidoro de Sevilla se le atribuye la redacción de las Etimologías —Originum sive etymologiarum libri viginti— entre los años 627 y 630: una veintena de libros en los que se describen las ciencias de su época y, lo más relevante, el origen y significado de las palabras. Otro de los documentos que plantearon un tipo de orden al saber, fue la Suda, un compendio histórico sobre el mundo mediterráneo escrito en griego por eruditos bizantinos en el siglo X. El gran aporte de este libro fue que estaba ordenado de forma alfabética —con cerca de 30 mil entradas. En China, alrededor del año 1403, el emperador Yongle —de la dinastía Ming— ordenó a dos mil eruditos que reunieran todos los documentos antiguos. Para 1408 ya habían compilado 22 877 manuscritos impresos en 11 095 libros, que versaban en arquitectura, arte, astronomía, geología, historia, naturaleza religión y tecnología. En la actualidad sólo se conservan 400 volúmenes de esa ecuménica empresa.  

«Si nos detuviéramos a seguir todas las categorías que existen

para “organizar la vida”, nunca haríamos otra cosa» Robert Darnton

  De la fe a las ciencias En el siglo XIII, el monje franciscano inglés Roger Bacon (1214-1294), tuvo acceso a las obras que los árabes habían rescatado del Mundo Antiguo —libros de las culturas helénicas y romanas que habían permanecido ocultos en Bizancio— y que los sabios de Toledo tradujeron del griego antiguo y del latín a otros idiomas. Bacon hizo énfasis en que los teólogos debían conocer las Escrituras en sus idiomas originales —para evitar malas interpretaciones— y de que el conocimiento no podía limitarse a la formación religiosa. En su época las «ciencias» no estaban sustentadas con experimentos ni métodos de comprobación, sino que los argumentos estaban basados en «la tradición» aristotélica. Bacon abandonó la rutina escolástica, comenzó a realizar experimentos de óptica y señaló los errores del calendario juliano tres siglos antes de que fueran adoptados por el papa Gregorio XIII en 1582. En su Opus Maius (1267) Roger Bacon estableció, además de un método para confirmar la veracidad de cualquier información, una forma de categorizar las ciencias, la filosofía, la moral y la ética, como base para ordenar el conocimiento humano. Aunque la obra —por la influencia de la época— tiene una notable carga religiosa, se considera fundamental en el establecimiento del método científico y la clasificación del saber.  

«La naturaleza sólo se nos presenta por medio de las cosas particulares,

que son infinitas en número y sin divisiones establecidas» Denis Diderot

  El avance del conocimiento Aunque algunas obras ya ostentaban el nombre de Enciclopedia —término de origen griego que significa concatenación de las ciencias—, no dejaban de ser recuentos arbitrarios de información que obedecían a criterios personales, de Estado o religiosos y carecían de un método de clasificación riguroso.   Pourbus_Francis_Bacon Francis Bacon, por Frans Pourbus (1617) En 1605 el filósofo y político inglés Francis Bacon —sin vínculo familiar con Roger Bacon— presentó su Of the Proficience and Advancement of Learning, Divine and Human —también conocido como El avance del conocimiento—, en el que estableció dos «árboles» para clasificar el saber: conocimiento humano y conocimiento divino. El conocimiento humano lo dividió en: memoria, imaginación y razón; la base de la memoria era la historia, que a su vez se dividía en: natural, civil, eclesiástica y literaria. La forma en que Bacon dividió sus dos árboles —humano y religioso— obligaba a reconocer la existencia de Dios, pero también a que el criterio cristiano no interfiera con los resultados del incipiente método científico: «No debemos intentar deducir o someter los misterios de Dios a nuestra razón»; incluso hacía énfasis en: «el gran daño que la religión y la filosofía han sufrido al ser mezcladas; pues de esto ha resultado una religión herética y una filosofía imaginaria y fabulosa». Ordenar el conocimiento bajo este criterio no tendría consecuencias en la sociedad sino hasta el siglo XVIII, cuando Diderot y d’Alembert retomaron casi intacto el esquema de Bacon para redactar su Enciclopedia. Y sobre ello se hablará en la siguiente entrega.   [Gran parte de este artículo se publicó en la revista Algarabía, en junio de 2011: www.algarabia.com]

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