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Con tres premios nacionales de periodismo en su trayectoria,   la figura del fotorreportero que nunca admitió la condición de artista, resurge para su aniversario luctuoso.     Escritura con luz. Así definía Héctor García a la Fotografía. Con su lente, retrataba la lucha del medio ambiente contra la inquietud del hombre en busca de mejorar sus condiciones vitales. Nació en la Candelaria de los Patos de la Ciudad de México el 23 de agosto de 1923. Pata de perro, como su madre lo apodaba,  inició sus recorridos durante la época del Maximato. La marginación del barrio de la Candelaria -donde la muerte natural era de cuchillada-,  detonó en el fotógrafo su curiosidad entre las calles del centro de la ciudad, materia prima para su profesión.  Caminante sin sueldo, conoció el Distrito Federal, aquella urbe de  pobreza e injusticia, sin perder su sentido del humor. Con apenas siete años, recorrió en tren la República Mexicana; de Guadalajara a Monterrey,  de Veracruz a  Oaxaca. El precio por sus aventuras fue el Tribunal de Menores, donde conoció jóvenes sin futuro, condicionados por la ausencia de oportunidad y que años después retrataría. Luego se fugó del tribunal. La siguiente parada, el Reformatorio. Más sensato y guiado por el doctor Bolaños Cacho, ingresó al Instituto Politécnico Nacional,  pero su ánimo aventurero lo empujó, con credencial de bracero en la cartera, a Estados Unidos. En Filadelfia trabajó como lavaplatos. Viajó a Nueva York y en su tiempo libre estudió Fotografía. Poco después, el departamento de migración devolvió al pródigo ojo avizor a su patria. De vuelta en México en 1946 ingresó a la revista Celuloide,  dirigida por Edmundo Valadés.  Empezó como barrendero y cumplía con otras diligencias menores. Hablaba inglés y su personalidad replicante no disimulaba al reportero gráfico. Bajo la protección de su maestro Manuel Álvarez Bravo, pata de perro comenzó a dominar  la fotografía desde la paradoja: plasmaba la cotidianidad  por la que sentía cariño y respeto, pese a la miseria y  episodios de desgracia que sufrió en ella. Conoció a los escritores Salvador Novo y Xavier Villarutia, que lo orientaron en la construcción de  una estética dramática  que combinó  con el aprendizaje técnico y especializado de sus clases con Álvarez Bravo. Durante ese lapso como aprendiz, Antonio Rodriguez resumió el espíritu artístico del fotorreportero en una anécdota, espejo para cualquier periodista que inicia carrera: Héctor García fue  a hacer un reportaje de la aftosa en el Bajío. Apabulló a todos cuantos lo vieron con sus actitudes de fotógrafo genial; hizo temblar a los compañeros que lo vieron arrastrarse por el suelo, trepar hasta la punta de los árboles y bajar en paracaídas para soprender el idilio de una vaca. En vez de un reportaje de la campaña contra la fiebre aftosa, trajo una magnífica  colección de nubes, de árboles retorcidos y de crepúsculos dorados. Y Ortega, claro está, lo mandó con cajas destempladas a repetir el reportaje. No obstante, tuvo muy claro su participación en la fotografía como reportero gráfico. Su objetivo era informar de manera precisa, quería que las personas conocieran por medio de imágenes. En una entrevista,  respondió a  la importancia que Gabriel García Márquez  subrayó con respecto al oficio más importante, que es el de reportero  literario:  no le llega ni a los talones al reportero gráfico.  El reconocimiento de su  trabajo estuvo acompañado por las contradicciones que plasmaba en sus fotografías. Difundió problemáticas sociales  como el movimiento Vallejista, que le valió el Premio Nacional de Periodismo por las imágenes sobre las protestas de los trabajadores ferrocarrileros en 1958.  Lo mismo sucedió con las manifestaciones estudiantiles de 1968, en calidad de profesor del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) de la Universidad Nacional Autónoma de México. En 1978 fue laureado por tercera vez tras retratar el conflicto bélico en Oriente entre Palestina e Israel y las costumbres de sus habitantes. Publicó sus fotorreportajes en revistas como Mañana, Siempre!, Life, Time y diarios como Excélsior y Novedades. Durante la década de los 50, Héctor García  fundó  su agencia Foto Press. En 1953 capturó la imagen que le daría fama mundial: Niño en el vientre de concreto -tras el comentario del escritor André Malraux sobre el gran ejemplo de la crueldad mexicana, que lo llevó a exponer su obra en Francia-. Con  El Niño en el vientre de concreto, Héctor García sobrepasó la técnica fotográfica; no dependió de los lentes, los enfoques, planos ni focos,  fue una imagen cuya relevancia habitó en la denuncia del abandono humano sobre otros seres. El niño en el vientre de concreto (Foto: Fundación María y  Héctor García)

Niño en el vientre de concreto (Foto: Fundación María y Héctor García)

Tuvo oportunidad de retratar a la cofradía artística mexicana del siglo XX;  Diego Rivera y Frida Kalho, Dr. Atl, el poeta musical Agustín Lara,  Juan Rulfo,  José Clemente Orozco,  la imagen de David Alfaro Siqueiros preso en Lecumberri con la mano extendida entre las rejas. Siqueiros tras las rejas (Foto: Fundación María y Héctor García)

Siqueiros tras las rejas (Foto: Fundación María y Héctor García)

  El mundo del cine también forma parte de su extensa obra: Tin Tan en su visita a La Habana, Cuba; Pedro Infante en su casa de Cuajimalpa; la actriz estadounidense Mia Farrow y las mexicanas María Félix y Katy Jurado. Tláloc,  Presagio funesto, Bayoneta Calada,  Entre el progreso y desarrollo, A cada quien su grito  son fotografías que revelaron realidades profundas, del subsuelo y que siguen vigentes en las calles de la ciudad. Consciente, Héctor García desarrolló el  oficio en grado de virtuoso, con la intuición para capturar desde ángulos íntimos a la sociedad mexicana. La composición gráfica de sus historias, su capacidad para retratar la modernidad mexicana que no alcanzaba para todos los habitantes,  las escenas rurales fueron parte de la denuncia del fotorreportero incansable. La soledad del individuo, la lucha campesina en busca de oportunidades citadinas, la vida artística mexicana, las jornadas obreras, las sucesiones presidenciales, momentos políticos con múltiples interpretaciones todavía son referencia para las generaciones contemporáneas que insisten en ir más allá, en superar la función de la Fotografía como descanso visual de una nota. En 2002, el fotorreportero recibió el  el Premio Nacional de Ciencias y Artes e ingresó en 2005  a la Academia de Artes como reconocimiento por su trayectoria. Y como homenaje póstumo durante 2013,  la Medalla al Mérito Artístico entregada por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. La narrativa óptica de Héctor García  sobrepasó a la  imagen informativa. Su inteligencia para  transformar los hechos sociales como formas de expresión, redujeron la brecha entre el reportero gráfico y otro universo del que nunca pudo separarse: el arte.

 

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