Por Juan Pinacho* El orden y tendencia mundial mantiene una máxima en los últimos años: todos los días surgen productos y servicios digitales innovadores susceptibles de ser consumidos por las organizaciones y los individuos. Aplicaciones, conceptos, tecnología celular, reproductores digitales, son algunos de los productos y servicios altamente difundidos en los medios generando amplias expectativas de beneficios asociados con su consumo. Cualquier innovación se convierte en objeto de deseo no sólo en una sociedad ávida de mantenerse al día con respecto a lo que se encuentra en tendencia, sino entre las organizaciones que no quieren o temen perderse de alguna novedad que potencialmente pueda aportare soluciones en su entorno. No obstante, es tan rápido el ciclo en el que surgen novedades tecnológicas, que el consumo no siempre responde a necesidades reales o a decisiones informadas, sino a impulsos de consumo sin sentido generando gastos innecesarios y riesgos para los consumidores y sus organizaciones. Es innegable que, existe una industria tecnológica/digital muy activa, que en todo momento está generando soluciones y aplicaciones tendientes a facilitar la vida de seres humanos y organizaciones. Sin embargo, la vorágine generada por la innovación puede convertir al consumidor (tanto individual como organizacional) en tomadores de decisiones superfluos, eufóricos y poco conscientes, capaces de adquirir lo que sea, y a costa de lo que sea. Esta tendencia en el ámbito organizacional (cuyos líderes viven un mundo en el que la globalización, la comunicación y el conocimiento, se construyen en las redes e interactúan mediante las tecnologías), genera la creencia de que es imprescindible invertir y adquirir todas las innovaciones tecnológicas que surgen en el mercado. En este sentido, se convierte en algo muy interesante el estudiar, ¿por qué en las organizaciones crece cada vez más la intención de buscar los avances tecnológicos a toda costa? Podemos comenzar señalando que, una vez que la tecnología penetra todas las redes del conocimiento, la educación y la información, comienza a ejercer una influencia en la opinión pública y las organizaciones tal que genera una nueva dinámica en las que la innovación lleva el rol protagónico, esto también propicia una cultura laboral orientada a la productividad y a la eficiencia. Y es que, en un mundo tan activo y globalizado, las organizaciones deben ser rápidas y eficientes con todos sus recursos para no rezagarse. En este contexto, la tecnología ha llegado para resolver los problemas y eliminar las barreras de las organizaciones a través de sistemas innovadores y que son adaptables a las necesidades de cada una. Lo que antes tomaba semanas e incluso meses, hoy en día es posible terminarlo en unos pocos minutos y sin mayor esfuerzo ni complicación. Así, la tecnología logra la optimización y la mejora de los procesos de comunicación, producción, organización, despacho, venta, cobranza y capacitación, lo que les permite establecer ventajas competitivas, conseguir más y mejores clientes y, por supuesto, alcanzar mayores niveles de productividad (e incluso de expansión). Como resultado de mejores y más óptimos procesos, se reducen el trabajo manual, así como las horas-hombre, disminuyendo los errores y aumentando la productividad de cada uno de los colaboradores de una compañía. Sin embargo, debemos estar conscientes de que no todo es “color de rosa”. Hay que considerar que la tecnología se mantiene en constante innovación, por lo que su inversión no acaba en cuanto se adquiere. Se requiere de renovación y actualización en los equipos y sistemas cada cierto tiempo. Las empresas de tecnología han aprovechado muy bien esta necesidad y nueva cultura, produciendo en ciclos cada vez más cortos campañas de difusión y publicidad con mensajes prometedores que generan altas expectativas sobre nuevos beneficios (que no siempre son reales). La falta de conciencia en los líderes que invierten de manera constante y desmedida en adquirir nueva tecnología fundados en el miedo de perderse de algo y no basándose en una decisión informada o en una correcta evaluación de los beneficios reales a obtener puede constituir un alto riesgo para ellos y sus organizaciones. Aún más, el hecho de que los líderes sometan a sus empleados a nuevos productos tecnológicos de manera constante implica el riesgo de causar fatiga y confusión entre ellos Por todo lo anterior nos gustaría cerrar este espacio con una serie de recomendaciones para que los tomadores de decisiones evalúen, se informen y distingan entre innovaciones pasajeras o mejoras y aquellas soluciones reales y estratégicas que justifican una inversión considerable.:
  • Evaluar qué tanto el avance tecnológico es compatible con la misión, la visión, la cultura y la estructura de la organización; se aconseja ponderar beneficios versus riesgos, así como la tolerancia a estos últimos.
  • Entender la definición de “éxito” para la organización versus las expectativas en torno a la innovación; si no están bien definidos los indicadores de éxito, las expectativas con respecto a la tecnología tampoco lo estarán.
  • Antes de adoptar un avance tecnológico para arreglar un problema o aprovechar una oportunidad, el líder debe de analizar la estrategia, los procesos, la gestión y los indicadores de éxito utilizados actualmente para detectar oportunidades de mejora ya que muchas veces es viable innovar sin la necesidad de grandes inversiones en nuevas soluciones tecnológicas.
  • Finalmente es muy importante llevar una bitácora detallada de aquellas novedades tecnológicas que hayan aportado valor y soluciones reales a sus organizaciones.
En suma, la tecnología ha aportado un sinnúmero de beneficios para la productividad y la eficiencia de las organizaciones. Sin embargo, es tarea de los líderes filtrar la vorágine de la publicidad que orienta a un consumo continuo y compulsivo, y sólo hacer actualizaciones tecnológicas informadas y responsables para una optimización inteligente de la organización, sus colaboradores y sus clientes. *Socio Líder de Integración Tecnológica en Consultoría, Deloitte México.   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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