Por Matthew Herper Si buscas en Goo­gle el nombre de Osman Kibar, en­contrarás fotos de él jugando al póquer. No es que alguna vez haya sido un jugador serio, pero en 2006 ganó el primer torneo de póquer en el que había jugado, y un año más tarde ocupó el segundo lugar entre 3,000 jugadores en un torneo a cargo de la World Series of Poker en Las Vegas. “No entiendo”, le dijo a un amigo. “Voy a entrar a otro torneo sólo para comprobar esta hipótesis.” Así que jugó un torneo más, lo ganó y luego se retiró. Kibar, doctor en ingeniería que emigró de Turquía a Estados Unidos para cursar la universidad, no tiene que apostar a las cartas para ganar dinero. Samumed, la firma con sede en San Diego que ha construido si­gilosamente desde hace una década, es la startup de biotecnología más valiosa en el planeta. Sobre la base del efectivo inyec­tado por inversionistas privados que incluyen a la firma privada de capital de riesgo de IKEA, particulares acaudalados anónimos y una única firma de capital riesgo, Samumed ha levantado 220 millones de dólares (mdd), y la más reciente ronda de financiamiento valuó la compañía en 6,000 mdd. Además, la startup está por cerrar otra ronda por 100 mdd a una valuación de 12,000 millones. Kibar controla una tercera parte de la empresa, lo que le daría un patri­monio neto de 4,000 mdd. A Samumed le está resultando fácil levan­tar grandes cantidades de efectivo, dado que cree que ha inventado medicamentos que pueden revertir el envejecimiento. Sus prime­ros fármacos están dirigidos a padecimientos muy específicos. Uno tiene como objetivo regenerar el cabello en los hombres calvos. El mismo medicamento también puede con­vertir el cabello gris a su color original, y una versión cosmética podría borrar las arrugas. Un segundo fármaco pretende regenerar el cartílago en las rodillas artríticas. Otros medicamentos que son probados actualmente en seres humanos buscan reparar discos de­generados en la columna vertebral, eliminar cicatrices en los pulmones y tratar el cáncer. Después de eso, Samumed intentará curar una causa principal de la ceguera e irá tras la enfermedad de Alzheimer. El enfoque de la firma, enfermedad por enfermedad, síntoma por síntoma, es hacer que las células de las personas mayores se regeneren con la misma fuerza que las de un feto en desarrollo. Es emocionante, pero también increíble­mente especulativo. Los estudios realizados hasta ahora indican que los fármacos parecen bastante seguros, que pueden hacer que el cabello crezca de nuevo y parecen aliviar el dolor y mejorar la función en las personas con artritis de rodilla, pero es importante recordar que 80% de los nuevos medicamen­tos que alcanza esta etapa de investigación no llega al mercado. ¿Y la valuación? Es una locura. Y en este punto a todos en la industria de la biotecnología les preocupa invertir en la próxima Theranos, la empresa de análisis de sangre que inversionistas pri­vados valuaron en 9,000 mdd antes de que se determinara la exactitud de sus pruebas. Entonces, la pregunta es: ¿Osman Kibar ha encontrado una fuente farmacéutica de la juventud, o es simplemente uno de los jugadores de póker con más talento que el mundo haya conocido? Kibar nació en Izmir, Turquía, frente a las islas grie­gas, en la costa del mar Egeo. Es un hermoso y cálido sitio, y aún hoy Osmar se deprime en época de frío. Después de la primaria acudió al Robert College, en Estambul, una escuela de élite en la que gracias a su desempeño se ubicó entre el 0.2% de los estudiantes que hicieron la prueba estandarizada nacional de Turquía a los 11 años. El Robert College fue el preludio de Samumed: fue donde Kibar se hizo amigo de los chicos que con el tiempo se convertirían en director financiero, director de asuntos legales y director médico. Luego se mudó a California, atraído por su clima, para estudiar en la Universidad de Pomona (licenciatura en Economía Matemática, 1991), el Caltech (ingeniería, 1993) y la Universidad de Califor­nia en San Diego (doctorado en Biofotónica, 1999). Mientras estudiaba el posgrado, fundó una empresa de biotecnología, Genoptix, que vendió a Novartis por 470 mdd en 2011. Tam­bién fue cofundador de E-Tenna, que fabrica­ba antenas para la industria inalámbrica y fue escindida y vendida a Intel y Titan Corp. Él tampoco tuvo ningún papel en la dirección. Kibar abandonó la academia porque sentía que era demasiado burocrática y se mudó a Nueva York para trabajar en Pequot Capital explorando nuevas empresas de tecnología. Sus amigos del Robert College estaban allí, y jugaba con ellos partidos semanales de basquetbol. Pero a medida que sus carreras despegaron y empezaron sus propias familias, los juegos fueron pospuestos y Kibar se sintió desencantado en Pequot, dado que la empresa comenzó a interesarse menos en la tecnología de punta. “Desperté una mañana, y era un banquero de inversión”, confiesa. Así que decidió volver a San Diego, donde el clima no lo orillaba a permanecer en cama todo el día. En un aeropuerto en Turquía se encontró con uno de sus amigos del Robert College, Cevdet Samikoglu, un banquero que, después de una temporada en Goldman Sachs, se había convertido en un socio de Greywolf Capital, el poderoso fondo de riesgo de 3,600 mdd. Kibar esbozó su estrategia de inversión en la parte trasera de su boleto de avión, la cual consideraba enfocarse únicamente en las tecnologías que podrían tener un impacto capaz de cambiar al mundo. Después de esa reunión, Samikoglu le ayudó a asegurar 3.5 mdd para crear nuevas startups. Una, que na­ció en una incubadora de Pfizer, fue llamada Wintherix y con el tiempo se convertiría en Samumed. Pero el contrato con Pfizer que creó Wintherix terminó en conflicto. Después de dos años, Pfizer decidió no seguir ade­lante con los medicamentos de Wintherix, y las empresas se demandaron mutuamente. Wintherix escapó de la incubadora de Pfizer en el transcurso de un fin de semana. Uno de los empleados de Wintherix entró al edificio 130 veces para sacar las cosas. En una queja de 2010 Pfizer alegó que Ki­bar hizo una ronda de financiamiento que di­luyó la participación del gigante farmacéutico en Wintherix de 60% a 2.6%. Wintherix res­pondió que Pfizer trataba deliberadamente de sacarlo del negocio al evitar que levantara fondos para que Pfizer pudiera comprarla por menos. Durante la batalla, el saldo bancario de Wintherix se redujo a 9,000 dólares. Pero Kibar encontró dinero. Su cuñado, Ugur Bayar, ceo de Credit Suisse en Turquía, fue el principal inversionista en una ronda de fami­lia y amigos por 2.4 mdd. En 2012 la demanda de Pfizer se resolvió de una manera que dio a Wintherix el derecho a los fármacos. Kibar renombró la empresa Samumed, en honor a un concepto zen, samu, que significa meditación a través de las tareas diarias como la jardinería o cortar leña. Alguien en Pfizer quedó impresionado: Corey Goodman, capitalista de riesgo de VenBio que estaba en el equipo ejecutivo de Pfizer en el momento de la batalla legal, ha sido consejero de Samumed y tiene un peque­ño puesto en la empresa. A medida que la demanda evolucionó, Ki­bar llamó de nuevo a Samikoglu. “¿Qué estás haciendo ahora?”, preguntó Kibar. Samikoglu respondió que estaba invirtiendo su propio dinero en Turquía. Había vuelto a casa para cuidar a su madre, que padecía cáncer, pero ésta había muerto. “Está bien, no estás ha­ciendo nada”, dijo Kibar. “Ven a ayudarme”. Samikoglu se convirtió en el director financiero de Samumed e hizo otra inversión en la empresa. Nervioso, Samikoglu llamó a otro amigo del Robert College, Yusuf Yazici, ahora un importante reumatólogo en la New York University. ¿La ciencia de Kibar tenía algún sentido?, preguntó Samikoglu. Él organizó una conferencia telefónica de 15 minutos con Kibar, que duró una hora. Durante la llamada, Yazici le envió un mensaje: “Tienes que ayudarme a entrar en esto. Osman ha en­contrado la píldora de Dios”. Otro amigo del Robert College, Arman Oruc, aban­donó una asociación en la firma de abogados de élite Simpson Thacher & Bartlett para convertirse en director de asuntos legales. In­cluso se le olvidó negociar su sueldo antes de mudarse a San Diego. Luego se unió Yazici como director médico. “Espero que esto fun­cione”, dijo su esposa a Samikoglu cuando Yazici se unió a la empresa. “Ahora vas a empezar a involucrar a las personas que real­mente me agradan”. Medicamentos en República Dominicana. (Foto: Reuters.) Mano derecha ¿Qué tiene Kibar que hizo que sus ami­gos de la preparatoria, todos ellos ya exitosos, se unieran a él con salarios de unos 300,000 dólares anuales, sin bonos especiales? Mucho de esto tiene que ver con el director científico de Samumed y cofundador, John Hood. Hood, de 49 años, había inventado un me­dicamento contra el cáncer que hizo que su anterior empresa, TargeGen, fuera comprada por Sanofi por 635 mdd. Él tiene una opinión distinta sobre el desarrollo de fármacos: Él piensa que todo el mundo toma demasiados atajos e insiste en hacer él mismo el trabajo que otras empresas externalizan, incluyendo la formulación química de los fármacos, la ejecución de pruebas de fármacos en anima­les de laboratorio y de los ensayos clínicos. El objetivo que Hood y Kibar perseguían era obvio: un gen llamado WNT, siglas en inglés que significan “sitio de integración sin alas”, porque cuando lo extraes de las moscas de la fruta, éstas nunca desarrollan alas. Es una pieza clave en un grupo de genes que controla el crecimiento de un feto en desarrollo, ya sea que se trate de una mosca o de un ser humano. En conjunto, estos genes se conocen como la Vía de señalización WNT. Si activas los genes correctos es posible que revivas carne vieja. Algunos cánceres hacen su trabajo sucio mediante el secuestro de WNT, y bloquearlo podría detener el creci­miento de un tumor. La mayoría de los otros investigadores que habían trabajado con fármacos WNT usaron uno de los caballos de batalla de la biome­dicina: una línea celular derivada de un feto abortado en los Países Bajos en 1973. Esas células fetales son fáciles de usar en el la­boratorio, pero en las pasadas décadas se han vuelto muy distintas de las que normal­mente se en­cuentran en los seres humanos. Hood optó por buscar en cé­lulas de cáncer colorrectal que expre­san WNT, comparándolas con las células sanas del colon que no lo hicieron. Le tomó casi tres años. ¿Qué en­contró Hood exactamente? Samumed no lo dirá. Nor­malmente una patente explica qué productos químicos incluye un fármaco. Sin embargo, en 2013 la Suprema Corte de Estados Unidos dijo que los genes no son patentables –el caso hacía referencia a una prueba clínica para una variante genética que causa el cáncer de mama–, un veredicto que Samumed interpre­ta como que la empresa puede tener sus pa­tentes, siempre y cuando mantenga esas vías bioquímicas en secreto. “Es nuestro secreto comercial”, afirma Kibar. “Ese es nuestro pan de cada día”. Para los científicos, esto es un gran proble­ma. “Siempre hay un costo”, dice Roel Nusse, un experto en WNT en Stanford. “Es difícil encontrar una molécula que afecte siempre a la enfermedad, pero no a los tejidos norma­les. Para equilibrar la balanza, tienes que saber cuál es el mecanismo”. Kibar asegura que eso interesa sólo a los académicos y a su competencia. Lo que la empresa mostrará son los datos de animales y humanos sobre sus tratamien­tos para la calvicie y la artritis. En ra­tones y cerdos a los que se les ha retirado el pelo, éste ha vuelto a crecer. Los experimentos sobre la artri­tis implican el corte de los ligamentos de las rodillas de las ratas para que se destru­ya el cartílago. Los fármacos de Samumed regeneran el cartílago y así las ratas pue­den caminar nuevamente. Sin embar­go, los estudios en animales son comunes. “He visto do­cenas de esos resultados en animales que no se traducen en resultados clínicos”, expone Nancy Lane, reumatóloga de la Universidad de California en Davis, que es asesora pagada de Samumed. Entonces, ¿qué ocurre en las personas? En marzo, Samumed presentó datos sobre el uso de su medicamento contra la calvicie, cuyo nombre código es SM04554, en 300 pacientes en la Academia Americana de Dermatología (AAD), en Washington, DC. Las cabezas de los sujetos fueron fotografiadas y los cabellos, contados. Los que usaron un placebo vieron su recuento de cabello caer 2.5%. Los que usaron una solución de 0.15% de SM04554 en la cabeza todos los días vieron un aumento en cantidad de cabello de 9.6%. Los que recibie­ron una solución al 0.25% vieron un aumento de 6.9%. Los especialistas en la caída del cabello que vieron los datos no estaban impresiona­dos. Esos resultados no son lo suficientemen­te grandes como para tener la certeza de que no está ocurriendo por casualidad o que los hombres sientan realmente que el producto está haciendo que su cabello vuelva a crecer. “Creo que en el mejor de los casos están presentando una tendencia”, dijo Daniel Zelac, dermatólogo en el Centro de Medicina Integral de Scripps, en La Jolla, California. Wilma Bergfeld, ex­perta en la pérdida del cabello de la Cleveland Clinic y ex presidenta de la AAD, ayudó a dirigir los estudios de pérdida de cabello de Samumed. Ella señala que es demasiado pronto para decir si el fármaco de Samumed es más eficaz que Rogaine. Ese medicamento fue lanzado en 1988 con bombo y platillo, pero los hombres aún se quedaban calvos. Para la mayoría de los hombres, Rogaine previene la caída del cabello, pero no causará un exuberante crecimiento del cabello. La solución para el cuero cabelludo de Samumed tendrá que hacerlo mejor. Cuando se trata de la valuación de Samu­med –y la medicina en su conjunto–, los datos sobre la artritis son mucho más importan­tes. Más de 27 millones de estadounidenses padecen la enfermedad cuando el cartílago que amortigua las articulaciones se desgasta. Cada año, 700,000 personas son sometidas a un reemplazo de rodillas con articulaciones de metal debido a que sus huesos se han desgas­tado hasta la médula por la edad y la actividad. Otras 300,000 reciben caderas artificiales. El estudio más grande del medicamento contra la artritis de Samumed, SM04690, incluyó solamente a 60 pacientes. Allan Gibo­fsky, profesor de medicina en el Weill Cornell Medical College, quien asesoró a Samumed, menciona que, incluso con cifras reducidas, los resultados se alinean seductoramente: Los pacientes que recibieron SM04690 obtuvie­ron mejores resultados que los que recibieron placebo en dos cuestionarios que medían lo bien que funcionaban y si su dolor cedió. En las radiografías de las articulaciones de rodilla de los pacientes, el espacio entre los huesos parecía haber aumentado, lo que in­dica que el cartílago realmente podría haber vuelto a crecer. Aún así, de nuevo, incluso los propios consultores de Samumed dicen que los datos son preliminares. Habrá más pruebas con un ensayo entre 445 per­sonas que Samumed pretende completar a finales de año. “Es pequeño y pre­maturo”, afirma Nebo­jsa Skrepnik, director de investigación en el Instituto de Ortopedia de Tucson, en Tucson, Arizona, quien ayuda a realizar la prueba. “Se trata de un número reducido de pacientes. Sí, obtienes una buena idea de a dónde va esto, pero ¿en verdad po­drías concluir que sería válido y resistiría el escrutinio científico? Probablemente no”.   Bajo el microscopio Samu­med luce como una empresa con un par de medicamentos que no han sido probados y, si las tendencias en el descubrimiento de fármacos se mantienen, probablemente no lleguen al mercado. Pero, obviamente, sus inversionistas ven algo mucho más maravi­lloso, capaz de cambiar el mundo y poten­cialmente lucrativo. “Sólo podemos decir que lo que nos dijeron que alcanzarían, lo están alcanzan­do”, asevera Bjorn Konig, director de capital privado en el Inter IKEA Group, el mayor inversionista de Samumed. “Supongo que el dinero importa a todo el mundo, pero la motivación subyacente era construir una empresa a largo plazo cuyo objetivo final era mejorar la vida de las personas, aliviar tanto dolor en este mundo”. Pero los inversionistas de Samumed dicen que la compañía ya vale tanto como BioMarin e Incyte, empresas que han comercializado productos con ventas anuales de 889 y 753 mdd, respectivamente. El medicamento contra la artritis por sí solo justifica la valuación, insiste Finiano Tan, un inversionista en Samumed Vickers Ventu­re Partners, quien también hizo una apuesta temprana y legendaria en Baidu, cuando estaba en Draper Fisher Jurvetson ePlanet. Él insiste que el medicamento contra la artritis de Samumed podría ser el más vendido en la historia. “En este momento me duele cuando corro”, comparte. “Si puedes regenerar un milímetro del cartílago, me someto al trata­miento, siempre y cuando no haya efectos secundarios. Creo que si alguien, no importa quién, logra regenerar el cartílago sería más grande que Apple”. Los inversionistas de Samumed tienen un punto. Sovaldi, la cura para la hepatitis C que ha generado 32,000 mdd en ingresos para Gilead Sciences, fue comprada por 11,000 mdd, y se trata de un solo fármaco, Samumed promete algo más grande. Incluso algunas de las dudas acerca de los medicamentos de Samumed ofrecen esperan­za. Tanto los medicamentos para la calvicie como para la artritis tienen el mismo proble­ma: en vez de volverse más eficaces con una dosis más alta, tienen una zona dorada en donde son más poderosos. Esa es una señal de advertencia que podría significar que los resultados son simplemente probabilidad estadística. Podría también, como espera Samumed, ser lo que sucede con los fármacos WNT: hay una dosis perfecta, y si se la elevas demasiado, deja de funcionar. Una de las ven­tajas: estos medicamentos parecen extraordi­nariamente seguros, porque Hood los diseñó para mantenerse donde se les coloca –en la cabeza de un calvo o en una rodilla artrítica–, y no para moverse por todo el cuerpo, como la mayoría de los medicamentos. Y si estos fármacos funcionan, eso eleva las probabilidades de que algunos de los otros medicamentos de Samumed lo hagan también. Hay un tratamiento para la cicatri­zación del pulmón, conocido como fibrosis pulmonar idiopática. Y otro para la degenera­ción macular, que provoca ceguera. ¿Podrían estos fármacos, sumados uno tras otro, sus­tentar una valuación de decenas de miles de millones de dólares? Definitivamente, aunque hay mucho que tiene que salir bien. Pero esto es cierto: Samumed no es The­ranos. Esa empresa tenía un plan de negocios que era difícil de entender. ¿Cómo podía un disruptor derrotar a los gigantes del diag­nóstico LabCorp y Quest haciendo pruebas de diagnóstico más barato –y por tanto reduciendo así el mercado– valer tanto como LabCorp y Quest? Más que eso, a pesar de lo que diga Theranos, parece que lanzó su tecnología de pruebas al mundo real antes de que estuviera lista, lo que podría poner a los pacientes en riesgo. Samumed no sigue el mismo curso de acción. Sus medica­mentos llegarán al mercado, a través de la Administración de Alimentos y Drogas (FDA por sus siglas en inglés), sólo después de que hayan demostrado su eficacia. Si sus inver­sionistas están dispuestos a jugar el juego de la paciencia y a esperar a que llegue el éxito, bien por ellos. Veremos los primeros grandes ensayos de Samumed con sus fárma­cos durante el próximo año y medio. Después de un día de conversación en sus oficinas de San Diego –Samumed emplea a 120 personas y tiene sus propios laboratorios y salas llenas de ratas y ratones–, Kibar y Sa­mikoglu salieron a comer a un restaurante ja­ponés. En ese momento, Samikoglu fue quien acaparó la mayor parte de la conversación, mientras que Kibar se sentó en silencio, como un hombre que mira sus cartas a escondidas, evaluando a sus oponentes y esperando la oportunidad de subir su apuesta.

 

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