Por Mónica Cordero Aportó sus habilida­des como ingenie­ra eléc­trica y física al equipo que diseñó los satélites que predicen las condiciones del tiempo en el planeta. Su liderazgo en la ejecución de proyectos quedó demostrado en la misión que llevó la sonda MAVEN a Marte, para entender por qué este planeta es árido y casi sin atmósfera. Ella es Sandra Cauffman, subdi­rectora de la división de Ciencias Terrestres de la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA), y cuya historia evidencia cómo la mezcla de perse­verancia, trabajo y educación son la combustión para el desarrollo de las mujeres. Esta mujer está al mando de las misiones, las investigaciones y el desarrollo de tecnologías que observan el comportamiento de la Tierra. Su puesto, en la escala jerárquica de la organización, se encuentra inmediatamente debajo de los colaboradores de confianza del presidente de Estados Unidos, Barack Obama. “Nunca he tratado de ser quien no soy. Siempre he tenido esa se­guridad. Soy hispana, tengo acento y a veces hablo torcido. Aprendí a ignorar eso porque el lenguaje no es lo importante, sino el conocimien­to”, afirma. Sandra Cauffman nació en Costa Rica en una familia de recursos limitados. En su infancia vivió, junto con sus hermanos y su mamá, agresión familiar y muchas limi­taciones económicas. Incluso, en un momento de su vida, su familia perdió lo poco que tenía y tomó como hogar una oficina en el centro de la ciudad de San José. También puedes leer: Liderazgo femenino: el sutil ADN prehistórico De esa oficina, ante la falta de recursos económi­cos en ese momen­to, Sandra hizo su casa, con todas las limitaciones que ello implicaba. No obstante, el ejemplo de lucha y perseverancia de otra mujer, su madre, le enseñó que no debía “doblegarse ni bajar la cabeza”. Por ello, cuando Cauff­man habla de sus logros, no pierde la oportunidad de hablar de esa otra mujer: su heroína, como suele llamarla. Y es que doña Mary Alba la impulsó a soñar sin límites. Cuando tenía siete años, caminaba con su mamá hacia su casa luego de ver en la televisión blanco y negro de un vecino la llegada del hombre a la Luna. No sabía qué era la NASA y conocía el satélite natural sólo porque lo veía en la noche. “Le dije a mami: ‘quiero ir a la Luna’. Ella me dijo: ‘estudie, esfuércese y uno nunca sabe’. Me pudo haber dicho que eso ocu­rre sólo en Estados Unidos o que éramos pobres, pero me empujó”, relata. Su historia también evidencia las barreras de género que las mujeres deben saltarse. Cuando ingresó a la universidad, sus calificaciones le permitían estudiar lo que quisiera. Su meta era convertirse en inge­niera eléctrica, pero el profesor consejero le dijo que en esa carrera no había mujeres. Sandra admite que en aquella época no era muy asertiva y termi­nó matriculándose en ingeniería in­dustrial como le sugirió el profesor. Cuando migró a Estados Unidos, se pasó de carrera y casi cuatro años después obtuvo su doble bachillerato. También como profesional ha tenido que luchar contra los estereo­tipos de género y de migrante. En su primer trabajo, debió pelear para dar a valer su conocimiento, luego de que se dio cuenta de que fue contratada para llenar una cuota cultural en una empresa que daba servicios a la NASA. En otra ocasión, un compañero de la agencia espacial le dijo: “por qué están empleando mu­jeres tontas en este proyecto”, una frase que marco a Sandra, pero para bien, pues la impulsó para demostrar que tenía tanta o más capacidad que muchos hombres. “Hay que tener confianza en uno mismo y no dejar que te den por menos. Hay mucha gente que trata de hacer eso con otras personas”, relata. Desde su experiencia, Sandra Cauffman describe a un líder como aquella persona que emana credibi­lidad, confianza e integridad. Esas cualidades hacen que las personas estén dispuestas a seguirla. “No hay un líder si no hay gente que te siga voluntariamente. Eso hace la dife­rencia con un jefe”, concluye.

 

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