Según Agustín Carstens, la violencia no impacta la economía mexicana, pero el temor a la violencia inhibe la integración y el desarrollo de la megalópolis.     En 1984, un grupo de científicos del laboratorio nuclear de Los Álamos decidió abrir su propio centro de estudios de complejidad en la ciudad Santa Fe, Nuevo México. El propósito de este centro era romper las barreras entre disciplinas y los silos de conocimiento, entre éstos el urbanismo por medio del análisis de sistemas complejos. Los que vivimos en esta megalópolis sabemos de su complejidad. Por lo mismo se vale acudir a expertos en el tema. El jueves pasado tuve el placer de platicar con Luis Bettencourt, investigador del Santa Fe Institute for Advanced Studies. El trabajo de Bettencourt ha sido discutido recientemente en el The New York Times, The Economist y el Harvard Business Review. Ya que este blog tiene como fin la difusión de ideas sobre la ciudad, me gustaría aprovechar el espacio para compartir algunas de las ideas de este investigador portugués, quien está desarrollando un modelo matemático general de la vida en las ciudades para un público mexicano. La ciudad, en el fondo, es una red social con ciertas características espaciales. Según el investigador, el beneficio central de ciudades más grandes es la aceleración de procesos en esas redes. Cuando todo el mundo está cerca es más fácil acudir a ellos para realizar actividades más complejas. Un ejemplo extremo de ello es la operación de una empresa en una oficina o en una planta de producción, donde todos los requeridos para cumplir una tarea compleja están reunidos en un mismo lugar. Cuando las personas están más dispersas implica mayor tiempo para la concreción de posibles sinergias, un factor que desfavorece a las periferias y la orilla. Las zonas más desarrolladas de la ciudad están donde este proceso de aceleración es más marcado. Las demarcaciones más grandes tienen mayor cantidad de interacciones sociales. Pero en términos prácticos pocas personas tienen acceso a las posibilidades totales de esta red social. En una ciudad como la de México, que creció explosivamente de 2.95 millones en 1950 a 15.27 millones en 1990, las redes sociales todavía pueden ser tenues, particularmente en las periferias. “Históricamente, cuando las ciudades crecen muy rápido no llegan a una integración social de inmediato”, comentó el investigador. “Tienden a una vida entre la lógica de subsistencia que la gente puede tener en el campo y a la vida de superciudadano urbano, el cual tiene a mucha gente que no sabe que hace muchas cosas increíbles para él. Pero mientras tienes que vivir en casas autoconstruidas, conseguir tu propia agua y electricidad, donde o porque estás espacialmente lejos o económicamente o socialmente o hasta étnicamente no fácilmente integrado, estás por la orilla, no necesariamente la física sino a la orilla de la red social.” En este momento, la escala plena de la ciudad no está realizada y la ciudad real es más pequeña de lo que espacialmente parece. Esta idea hace pensar en un ambiente pueblerino que muchas veces se encuentra aún en las partes más habitadas de la orilla como Ecatepec con sus 1.6 millones de habitantes e Iztapalapa con 1.8 millones, más que suficientes personas para una ciudad en sí. La paulatina integración de este grupo excluido de las redes sociales sería el gran motor del desarrollo económico y cultural de la ciudad intermediaria. Por lo mismo, el momento cuando una ciudad deja de crecer físicamente no necesariamente es el momento que deja de crecer como ciudad. El mismo Distrito Federal podría ser un ejemplo de una ciudad que sigue creciendo en términos económicos, aunque ha dejado de hacerlo en términos físicos, por medio de la integración de nuevos elementos. Para Bettencourt, el elemento fundamental en la integración de la red social de la ciudad es la confianza –principalmente generada por la ley–. Cuando la gente sabe que no va a ser estafada o agredida puede actuar con mayor fe y tener más contacto con personas más diversas. Por lo mismo, el temor a la violencia es uno de los mayores frenos al desarrollo de la ciudad. Inhibe la integración que impulsa su desarrollo. Puede ser que la violencia no tenga un impacto en la economía mexicana, como dice Agustín Carstens, gobernador del Banco de México, pero desde esta perspectiva sin duda tiene impacto en su desarrollo urbano. La ciudad, a su vez, es parte de un sistema nacional de ciudades. El modelo tradicional de ver los sistemas de ciudades es una cascada, donde la capital es la urbe más grande y donde surgen gran parte de las innovaciones urbanas y luego se dispersan a la segunda y tercera ciudad más grande, en un afecto cascada hasta que llegan a las ciudades más pequeñas. Por lo mismo, la innovación en la ciudad principal es estratégica. Un ejemplo en México podría ser la red del Metrobús, que primero se puso en marcha en la Ciudad de México y ahora está en Guadalajara, Puebla y Monterrey. Es muy difícil para las ciudades moverse en la jerarquía definida por estas cascadas pese a los planes de desarrollo de los políticos locales. Por lo mismo, un consejo a los administradores de la ciudades es fomentar las tendencias positivas que hay, y no intentar grandes transformaciones desde la nada. En un México que busca nuevos modelos de desarrollo, el enfoque de Bettencourt del desarrollo urbano es un paradigma que podría abrir nuevos caminos para la formulación de políticas públicas, particularmente en las periferias de este brujo gigante (la megalópolis del Valle de México) donde tantos vivimos.     Contacto: Correo: [email protected] Facebook: Feike De Jong     Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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