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Es una tarde de junio de 2015, y aquí, en las oficinas de la dirección de Siglo XXI Editores, reina una tranquilidad esplendorosa… la cual se ve interrumpida por la vitalidad de su director; sí, con 76 años recién cumplidos (los festejó el pasado 15 de junio), Jaime Labastida presume una increíble fortaleza, energía y movilidad. Atiende visitas (de amigos o escritores de la casa), contesta llamadas, está atento a cualquier detalle sobre la Academia Mexicana de la Lengua —de la que todavía es su director—, y se da tiempo para comenzar a coquetear con las redes sociales, aunque aún de manera muy, muy tímida. —A ver, ¿de qué quieres que hablemos? —dice, mientras saluda, e invita a tomar asiento. Estamos con él, pues desde hace un par de meses ha vuelto a poner en circulación El amor, el sueño y la muerte en la poesía mexicana. Por supuesto: ya corregido y aumentado… —Me parece que podemos comenzar por el motivo que le llevó a reimprimir este trabajo —le digo, mientras manipulo con mis manos el libro. Le leo a Jaime Labastida lo que a manera de prólogo escribe en la «Advertencia»: si nuevamente ha vuelto a imprimirlo es porque “se trata, en no poca medida, de otro libro, nuevo en varios aspectos: se apoya en la primera edición, desde luego, pero introduce cambios decisivos”. En efecto, confirma don Jaime Labastida: éste es prácticamente un nuevo libro. Muy diferente de aquél. “Pero, entonces, ¿cuál fue el impulso que le llevó a reimprimirlo?”, le interrumpo con la misma pregunta nuevamente. La respuesta es relativamente sencilla, dice él, y arquea sus cejas: “¿Qué sucedió en 45 años?” Después, desglosa: “En primera, mis lecturas se ha enriquecido. La perspectiva desde la cual veo los poemas ahora es diferente de la que tenía 45 años atrás. He seguido leyendo todos estos poemas, y muchos más, por supuesto… Así que me encontré insatisfecho de lo que había realizado en la primera edición. Como ya seguro lo has advertido, este libro, este tipo de antología, es diferente de otras que están en circulación. Normalmente en éstas vienen los textos de los poetas y un breve prólogo en donde el autor explica por qué los ha seleccionado, a la par de dar unas cuantas referencias… Lo que intento es algo completamente diferente: es dar una interpretación de los poemas que incluyo; lo que sucede es que varios de estos poemas, en la medida misma en que son de una densidad muy grande, muy complejos, necesitan una serie de llaves, creo yo, para que el público los comprenda y los goce por completo.” —A diferencia de otras antologías, ésta me parece que es muy rigurosa… —Sí, lo es. Hay solamente 24 poetas, en cinco siglos. No es habitual. Te pongo un ejemplo: ahora mismo circula una antología de Juan Domingo Argüelles, la cual recoge decenas de poetas. O también está la antología hecha por Gabriel Zaid, en la cual (y su propio nombre lo indica: Ómnibus) incluye una enorme cantidad de poetas. Y aquí no. Aquí cabe sólo la selección hecha por mí. Puedo equivocarme, lo admito, pero me arriesgo en esa equivocación y en la elección que pude haber hecho. —Otra diferencia, de otras antologías, es que no sigue un orden cronológico… —Así es. Las otras van normalmente de los poetas más antiguos y terminan con los más jóvenes… La antología de Francisco Rico, Mil años de poesía española, comienza con las jarchas, pasando por poetas del Renacimiento o del Barroco, y termina con poetas nacidos alrededor de 1930. Otra antología, como Poesía en movimiento, sigue una cronología inversa: inicia con los más jóvenes y termina con los más antiguos. La mía no sigue ninguno de estos criterios. Más bien, una modulación interna de los poemas es la que lo guía; o sea, los poemas se siguen uno a otro por temas, por musicalidad, por intensidad, digamos, del tratamiento del asunto… —¿Podríamos decir que inconsciente, o conscientemente, en esta selección de poetas y poemas tuvo gran peso la madurez de Jaime Labastida como persona? Supongo que a los 20 años uno contempla el amor con mayor intensidad que a los 70 años… ¡O al contrario..! A lo mejor uno vive con más apasionamiento el amor cuando tiene siete décadas que a la pueril edad de los 20… —Sí, claro, muchas cosas cambian con la edad… —Pongamos como caso la muerte. Al principio, uno toma una perspectiva más distante, como algo que sólo le ocurre a los demás. Pero a cierta edad se vuelve más personal, casi como si fuera una inminencia, ¿no? —Pues sí. Pero fíjate en esto, José David: el poema no cambia; el que cambia, aparentemente, es el lector, somos los lectores. El mismo poema leído 20 años más tarde, en este caso 45 años más tarde, expresa otras cosas que antes no habías advertido. No es que el poema en sí mismo cambie; aparentemente es el mismo. Pero lo que le preguntas al poema, lo que responde el poema, lo que tú tienes, es totalmente distinto. ¿Por qué siguen vigentes poemas tan grandiosos como La Ilíada o La Odisea? Porque nosotros nos modificamos y volvemos a leerlos con otras preguntas. Entonces, hace 45 años leí varios de estos poemas mexicanos con cierta ingenuidad… Hace 45 años, como dijo alguna vez Gabriel García Márquez, era joven e indocumentado; 45 años de lecturas no pasan en vano, creo… —Me asalta una curiosidad: ¿hubo un poema en particular que le sorprendiera de esta nueva lectura? —Hay tres o cuatro en los que, digamos, tuve que modificar muchas cosas. Está el caso de “Idilio salvaje”, de Manuel José Othón; ésta fue una nueva lectura. Me encontré con cosas que antes no había captado… Como Othón trató de ocultar el origen personal de ese poema, que era la confesión de un adulterio, las cosas se prestaban a confusión. Conste: él se lo confesó a Alfonso Reyes, y yo reproduzco lo que le dijo: que éste había sido un poema de aventura, que éstos eran versos de aventura. Entonces, ¿qué hizo Othón? Atribuirle el hecho a un amigo suyo: al historiador Alfonso Toro. Todos supimos que eso era falso. Segundo: él lo citó en un lugar donde no ocurrió, en el desierto. Luego, el paisaje no es la descripción del paisaje como la encontramos, por ejemplo, en Joaquín Arcadio Pagaza; todo lo contrario: es el paisaje emotivamente asimilado. El paisaje no está descrito sino sentido: “Mira el paisaje,/ árido y triste, inmensamente triste.” Desde el inicio está un paisaje con una enorme carga emotiva. Esto fue lo que empecé a ver que había ahí… Además, a ella la describe como una “india brava”, lo cual tampoco es cierto. Othón ocultó todas las pistas para confundirnos… —¡Wow! —Sí, en efecto. Otro caso fue Ramón López Velarde. En la primera edición había sólo uno de los poemas a Fuensanta, prácticamente el penúltimo que le escribió a esta mujer, a Josefa de los Ríos, cuando ella estaba en agonía, que es bellísimo y que se llama “Hoy como nunca”. Dice así: “Hoy, como nunca, me enamoras y me entristeces;/ si queda en mí una lágrima, yo la excito a que lave/ nuestras dos lobregueces.” Y más adelante: “Hoy, como nunca, es venerable tu esencia/ y quebradizo el vaso de tu cuerpo,/ y sólo puedes darme la exquisita dolencia/ de un reloj de agonías, cuyo tic-tac nos marca/ el minuto de hielo en que los pies que amamos/ han de pisar el hielo de la fúnebre barca.” ¡Ella está a punto de morir! —Caray, ya no siga… —Ja-ja. Entonces, ¿qué fue lo que hice ahora? Bueno, incluí lo que llamo el ciclo de Fuensanta, desde los primeros hasta los tres últimos: “Hormigas”, “Hoy como nunca”, y el que escribió y que dejó inconcluso, “El sueño de los guantes negros”, pues él la soñó resucitar con guantes negros… Ahora bien, advertí en “Hormigas” la enorme pasión erótica, lúbrica, de López Velarde. Porque lo que se ha dicho de ella siempre es que fue la amada ideal, intocable, casta, pura; pero en “Hormigas” (un poema que forma parte de su segundo libro: Zozobra) no hay eso. Le dice en unas líneas: “tu boca, que es mi rúbrica, mi manjar y mi adorno,/ tu boca, en que la lengua vibra asomada al mundo/ como réproba llama saliéndose de un horno”. ¡Ella está encendida de pasión también! Y él habla de sus hormigas, que es, en su caso, el deseo, erótico, en estado puro. Entonces, capté todos estos aspectos y los explico en el libro…§§§
Para esta nueva edición de El amor, el sueño y la muerte en la poesía mexicana, Jaime Labastida incluyó a varios poetas que —“por mi torpeza”, señala— fueron excluido en la edición anterior. Por ejemplo, Gutierre de Cetina, Gilberto Owen, Alí Chumacero, Eduardo Lizalde. También le añadió más poemas a algunos que sí estuvieron, como a Rubén Bonifaz Nuño. De él había incluido sólo un poema a la muerte de su padre; ahora, sin embargo, está íntegro El manto y la corona, el cual está escrito en alta poesía. Dice así (y es sólo un pequeño fragmento); por favor, vea, lea:Centímetro a centímetro —piel, cabello, ternura, olor, palabra— mi amor te va tocando.
Voy descubriendo a diario, convenciéndome de que estás junto a mí; de que es posible y cierto; que no eres, ya, la felicidad imaginada, sino la dicha permanente, hallada, concretísima; el abierto aire total en que me pierdo y gano.