Los mexicanos no necesitamos trabajar más horas, sino generar más valor en las mismas horas o en menos.   Por Verónica Baz*   Cada seis años, vemos un cambio de estrategia en el gobierno para lograr el tan deseado crecimiento económico que el país necesita. Dicho cambio generalmente viene acompañado de entusiasmo y de la creencia de que, si tan sólo nos enfocáramos en las reformas estructurales, la competitividad, el empleo productivo, la innovación, el apoyo a las Pymes, entre otras recetas, el país crecería. Sin embargo, con el tiempo las expectativas disminuyen y, al final del sexenio, hay decepción pues el desarrollo que ansiábamos no llega. En vez de pensar en grandes temas aislados, un ejercicio más útil podría ser, primero, imaginarnos al México ideal y, luego, avanzar en esa dirección. A continuación menciono algunos puntos que, aunque sencillos, podrían mantenernos enfocados en lo relevante. Cuando de crecimiento económico se trata, la productividad es y seguirá siendo la variable fundamental. Los mexicanos no necesitamos trabajar más horas, sino generar más valor en las mismas horas o en menos. Sin embargo, nuestra baja productividad no es un problema generalizado: existen sectores que desde hace décadas se modernizaron y otros que siguen gravemente atrasados. Transformar a estos últimos tendría un impacto importante en toda la economía. Por ejemplo, el sector agropecuario ocupa a un número importante de personas pero genera una muy pequeña proporción del PIB. Lo mismo ocurre con quienes se dedican al comercio al por menor: su aportación al PIB es mínima pero en el censo de 2009 aglutinaban a 25% del personal ocupado. Así, cambiar las condiciones que mantienen improductivos a estos sectores tendría un efecto exponencial. Pero para incrementar la productividad no necesitamos más regulación ni más supervisión. Lo que necesitamos es más competencia. Hoy, por ejemplo, la Profeco gasta cuantiosos recursos en verificar que nos den a los consumidores “litros de a litro” y los seguirá gastando mientras no exista competencia entre gasolineras. Claro que más competencia implicaría apertura y, sin duda, cierto descontento inicial entre los grupos que se beneficiaban del statu quo. Por otro lado, la regulación sí es necesaria, pero casi exclusivamente en sectores donde existen beneficios de tener a un sólo productor o un sólo distribuidor, y siempre entendiendo que se trata de una segunda mejor opción a la competencia. En México nos podemos enfocar en incentivar una mayor oferta de bienes y servicios, pero también en crecer el mercado interno. Para esto, debemos pensar en políticas para sacar a las personas de la pobreza extrema, al tiempo que sentamos las bases para una mayor movilidad social y la consolidación de una clase media moderna y pujante. Tema clave en esto es el acceso a la educación, pero, sobre todo, a las habilidades que los jóvenes realmente requieren para integrarse a los sectores competitivos de la economía. Más escolaridad, pero sin habilidades, nos pondría en la situación que Europa conoce tan bien. Lo anterior sucederá en un México urbano. Conforme México se vuelva casi enteramente citadino, los debates serán cada vez más sobre las ventajas comparativas de una ciudad vs. otra, y cuál es la mejor forma de solucionar problemas de transporte público, agua, energía, basura, seguridad y calidad de vida. Y se requerirá un México que se relacione sin complejos con el mundo. Haciendo a un lado la migración de mano de obra barata a Estados Unidos, la exposición de los mexicanos al extranjero es limitada. Hay becas para estudiar en el extranjero que no se aprovechan porque no hay suficientes candidatos mexicanos, mientras que el número de personas con dominio real del idioma inglés es aún bajísimo, eso considerando que Estados Unidos es nuestro principal socio comercial. Pero a la vez habremos de entender el dinamismo del entorno global. Sólo algunas de las variables que podrían cambiar las reglas del juego internacional son: el aumento de precios en los commodities, derivado de una creciente clase media en países como China e India; un vecino al norte que podría pronto dejar de ser deficitario en su consumo de energía, con la subsecuente caída en el precio del petróleo; y un incremento en el número e intensidad de los desastres naturales. El éxito de las políticas de Estado que buscan promover el crecimiento económico, no depende de su originalidad, grandeza en adjetivos o el entusiasmo que despiertan inicialmente en la población (ni mucho menos en los grupos de interés perjudicados). Depende estrictamente de su capacidad para poner a los actores económicos a competir, crecer y dar cada vez más de sí… en un entorno globalizado. Ahí y no en los golpes de timón sexenales se dan los pasos hacia nuestro México ideal. *Verónica Baz es directora general del Centro de Investigación para el Desarrollo, A.C.

 

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