Francisco Javier Conejo Rueda* Desde luego que la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca el próximo 20 de enero significará un cambio político. Quienes lo ven como el comienzo del siglo XXI quizá exageran, pero no se equivocan en señalar la dimensión del acontecimiento en el culmen de la política populista, por tratarse del ascenso de un ex novo, ese término que empleaban los romanos para llamar a los políticos que no venían de la elite gobernante, hechos a sí mismos, a la más poderosa institución política. No sabemos si es el principio del fin de esa estrategia política que propone soluciones fáciles a complejos problemas mundiales o locales, se refugia en el odio al enemigo –que es el mejor instrumento para cohesionar a un colectivo- y usa un mensaje simplista directo al corazón y al bolsillo de los votantes que se extiende como la pólvora gracias a las redes sociales, inocuas por sí mismas pero enemigas de la deliberación política real en nuestras democracias. Puede ser su fin porque la realidad se acaba imponiendo incluso a los planteamientos simplistas y la desafección de quienes creyeron esas falsas promesas será alta. El problema migratorio no se soluciona con un muro, por citar una cuestión que ha copado la actualidad mexicana. Resulta que la respuesta a los efectos de la globalización es un populismo, de corte nacionalista y autárquico en el plano económico. Debemos reconocer que los neoliberales han sabido imponer su modelo de globalización y ahora tratan de imponer sus soluciones a los problemas creados por un libre mercado a base de acuerdos comerciales que muy poco han dedicado a las condiciones labores de los trabajadores. Aquí tiene un reto la socialdemocracia, porque ésta es el gran antídoto contra el populismo. Esa socialdemocracia alejada de los nacionalismos, con vocación internacionalista, que defiende una fuerte gobernanza mundial, procesos de integración de personas y no solo mercados, que lleva por bandera la igualdad. No es fácil articular un mensaje socialdemócrata en estos tiempos de ideas simples. Tampoco la conversación mundial discurre por los marcos –en el sentido descrito por Lakoff en sus obras que tanto nos han influido a los socialistas españoles- más propicios. La crisis económica, el caldo de cultivo necesario para el auge de los extremismos de ambos lados y la instrumentalización populista, agrava la propia crisis de la socialdemocracia, falta desde hace años de un discurso económico. Las ideologías se han visto superadas y los dogmas han caducados por la crisis, tanto de la izquierda como la derecha. Incapaces de ofrecer una solución viable a la ciudadanía, sin dar respuesta a la desigualdad generada por la crisis, hemos visto cómo el dinero ha gobernado e impuesto sus postulados, con un resultado palpable: el mundo es más desigual ahora que cuando comenzó la crisis. Los gobiernos admiten y la ciudadanía siente que la política está subordinada a los mercados. El dinero es el que manda frente a las personas. Parece que la socialdemocracia olvidó que la economía está en el centro de nuestro modelo de convivencia y a veces desvinculamos la economía de los sistemas de protección social, de los pilares del Estado del Bienestar. Nos hemos quedamos olvidado de gobernar la economía en el mundo y de alumbrar un modelo económico para la igualdad, muchos más eficiente y eficaz social y productivamente, que aporte recursos a nuestro estado de protección social. En los países con un estado del bienestar forjado en las últimas décadas su reforma debe abordarse de la mano de los agentes sociales. El punto de partida del futuro de la socialdemocracia como respuesta a la ola de populismo que busca en las clases medias y trabajadoras empobrecidas una nueva mayoría social en las urnas comienza por ser sincera ante los retos y pedagógica con las soluciones, que no son instantáneas ni inmediatas, pero que siempre deberán tener un objetivo claro: la igualdad. O si quieren en sentido contrario: la lucha contra la desigualdad. En España conocemos bien la estrategia populista de la mano de Podemos, que se debate entre el populismo comunista de Pablo Iglesias y el populismo de corte peronista de Íñigo Errejón; ambos pretenden llegar al momento de división total que haga caer la pelota, como en aquella película de Woody Allen, de uno de los lados de la red. Los retos de la socialdemocracia en el mundo son los retos que afrontan los partidos políticos que defienden estos postulados en cada uno de los países. Lo cual implica que recetas locales pero globales. A las respuestas a nuestras realidades nacionales –que no nacionalistas- se unen una agenda política mundial. El refuerzo de la gobernanza mundial es imprescindible, siempre que se avance en derechos comunes. La integración regional con el único fin de crear espacios económicos y comerciales está abocada al fracaso social en épocas de crisis. Tomen nota del ejemplo de la Unión Europea, del Brexit y el enfrentamiento centro (Alemania) y periferia (países del sur, como España). Incluso esa configuración de mercados comunes debe hacer con corresponsabilidad, solidaridad y cohesión (valores claramente socialdemócratas). Me gusta decir que, si la agenda política está marcada por los acuerdos comerciales internacionales, como hemos debatido en Europa con el TTIP o en México con los acuerdos con Estados Unidos, la voz de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) debe retumbar en esas salas. Si la competitividad entre países se basa en la devaluación vía precariedad laboral al tiempo que se acuerda el libre flujo de capitales y bienes, siempre habrá perdedores y ganadores, estos últimos en un gran casino financiero que ha engullido a la economía real, y los primeros siempre serán los mismos, aquellos que deben volver a confiar en una socialdemocracia creíble nacida para la reconstrucción económica, social y moral de nuestro presente. *Francisco Javier Conejo Rueda es diputado portavoz del Grupo Socialista de la Diputación de Málaga, secretario de Política Institucional del PSOE de Andalucía.   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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