Nueva York, NY. La experiencia no es, ni de cerca, como la imaginas. Cuando llegas a la planta que fabrica la primera vacuna biotecnológica contra la influenza, listo para hacer un recorrido por sus instalaciones, naturalmente esperas que se te ofrezca un traje hermético, como los que usaría cualquier científico en una película sobre amenazas biológicas. Pero, no: a pesar de que las instalaciones de Protein Sciences, al norte de Nueva York, producen unos cinco millones de vacunas cada año, al entrar sólo se te pide usar una bata quirúrgica, cubrebocas y red para el cabello; el objetivo no es evitar tu contagio, sino impedir que seas tú quien contamine las instalaciones. “Mientras que los otros laboratorios necesitan una muestra viva del virus de la influenza para elaborar sus vacunas, nosotros sólo necesitamos un correo electrónico de la Organización Mundial de la Salud (OMS) con la secuencia genética del ADN de la cepa de influenza, así que no manipulamos virus vivos”, dice Dan Adams, presidente ejecutivo y director de Desarrollo de Negocios Globales de Protein Sciences, la compañía que desarrolló Flublok, la primera vacuna recombinante (con ingeniería genética) contra el virus de la influenza. No hay nada simple en el proceso de fabricación de una vacuna. Tradicionalmente, los laboratorios farmacéuticos usan huevos, millones de ellos, como medio de cultivo para una versión de un microbio vivo que ha sido inactivado y fragmentado en el laboratorio para que no pueda desencadenar la enfermedad una vez que sea inyectado en el cuerpo humano. Se trata de un método en el que la vacuna presenta residuos de huevo, así como una cantidad considerable de subproductos (entre ellos, látex y antibióticos), mismos que pueden generar reacciones adversas en pacientes sensibles o alérgicos a esas sustancias. Pero, más allá, quizá la mayor desventaja de este método de fabricación sea lo lento del procedimiento, el cual puede tomar hasta seis meses, una eternidad si es que se reportara una pandemia. En el caso de una vacuna recombinante, como la elaborada por Protein Sciences, el proceso es distinto y más puro. Su tecnología permite conocer la secuencia genética del ADN que genera la hemaglutinina, es decir, la proteína responsable de la protección contra la enfermedad. Dicha proteína es producida en una línea de cultivo celular patentada con el nombre ExpressSF+, bajo los tres tipos de influenza indicados por la OMS y que, en el caso de esta temporada, fueron los H1N1, H3N2 y B. El uso de vacunas recombinantes no es nuevo, pero no se había logrado confirmar un uso efectivo contra la influenza. Las vacunas de vectores recombinantes simulan una infección natural y, por ello, son efectivas para estimular el sistema inmunitario. El uso exitoso de esta técnica “representa un gran avance”, escribió el doctor Jerry P. Weir, director de la división de Productos Virales en el Centro de Evaluación e Investigación Biológica de la Administración de Fármacos y Alimentos (FDA, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos, organismo que evalúa y aprueba los nuevos medicamentos que buscan llegar al mercado. “Éste es un avance revolucionario que reemplazará a las vacunas de huevo actuales. Mientras más alternativas de fabricación tengamos a nuestro alcance, mejor podremos responder a las emergencias públicas de forma oportuna”, añadió Weir. Hasta el momento, Flublok ha recibido el aval de la FDA en Estados Unidos y de la Cofepris en México, para ser administrada en adultos mayores de 18 años, pero Protein Sciences y Liomont y preparan ya su estudio en niños. También puedes leer: Boehringer Ingelheim quiere ser el Google de las farmacéuticas   En caso de pandemia Las imágenes pasaron a la historia: Eran los últimos días de mayo de 2009 y las calles del entonces Distrito Federal, la capital de México, lucían desiertas al mediodía. Una alerta sanitaria había obligado a las autoridades locales a decretar un estado de alerta e imponer el cierre de locales públicos, como cines y teatros, y a limitar el servicio de restaurantes a sólo preparar alimentos para llevar. De acuerdo con cifras de la Secretaría de Salud, esa crisis sanitaria costó a México al menos 4,000 millones de dólares (mdd), o 0.4% del Producto Interno Bruto (PIB), a pesar de que el número de casos confirmados durante el año fue de 54,000; de ellos, solamente fallecieron 398. Ésa es una tasa de letalidad de 0.73%, muy lejos del 50% del virus del Ébola. En una carta pública, Margaret Chan, en ese entonces directora de la OMS, justificó haber otorgado a la contingencia el grado de pandemia: “El análisis de las muestras de laboratorio mostró que el nuevo virus no había circulado nunca antes en la especie humana. Se trata de un virus de origen animal que combina, de forma singular, genes de virus de la gripe porcinos, aviares y humanos. La composición genética de este virus es muy diferente de la de los virus H1N1 que vienen causando epidemias estacionales desde 1977”, especificaba Chan. “El principal temor de la OMS es que se dé un contagio de animal a humano y que éste desarrolle la capacidad de contagiar a otros humanos. Sería altamente mortal porque los humanos no tenemos defensas contra eso”, explica la doctora Alicia Galván, directora médica de Laboratorios Liomont, la empresa mexicana que licenció los derechos de distribución y fabricación de Flublok para América Latina, excepto Brasil y Argentina. “Esta vacuna es revolucionaria porque puede tomarnos sólo cuatro semanas tenerla lista para el público, a diferencia de la tradicional, que tomaba hasta seis meses. Esto, en un caso de pandemia, es algo impactante: tenemos el tiempo de reacción para poder proteger a la población”, añade Galván. Ese tiempo de reacción habría ahorrado miles de millones de dólares en el escenario de la crisis generada por el virus H1N1 en México, en 2009; pero, para entenderlo, primero hay que comprender la dinámica que hay detrás del virus de la influenza. vacuna_foto2_buena   ¿Para domarlos a todos? Lo primero que hay que saber es que no existe un único virus de la influenza y que las cepas cambian constantemente. Es por ello que no existe una vacuna que, con una sola dosis, inmunice de por vida, así que la OMS tiene que monitorear constantemente los casos registrados alrededor del mundo para definir cuáles serán las tres cepas predominantes en el año. Una vez que la OMS ha decidido qué cepas serán las más comunes, avisa a los laboratorios farmacéuticos en todo el mundo a fin de que éstos, a su vez, preparen las vacunas estacionales para la temporada, un proceso que usualmente dura seis meses. Todo este proceso resultaría sumamente eficaz, de no ser por el hecho de que la Madre Naturaleza es caprichosa e impredecible y que, de vez en cuando, gusta de jugar bromas a los hombres, como en 2005, con el virus de la gripe aviar (H5N1), o en 2009, con la gripe porcina (H1N1), cuyas cepas pasaron inadvertidas para la OMS y mostraron un riesgo de contagio de proporciones alarmantes, obligando al organismo a declarar la enfermedad como una pandemia. Ambos brotes pusieron en evidencia la necesidad de contar con alternativas para la fabricación de vacunas denominadas pandémicas (que sólo incluyen una cepa; en estos casos, H5N1 o H1N1), que pudieran prevenir nuevos contagios de forma rápida y efectiva, sirviendo como un cerco sanitario. Pero, no: las primeras vacunas estuvieron listas mucho después.   Hecha en México En nuestro país, donde actualmente 54 millones de mexicanos mayores de 18 años no se vacunan contra la influenza, hay una oportunidad de negocio de una dimensión tan grande como el reto de convencerlos de hacerlo. “Toda la población se tiene que vacunar. No importa si ya tuviste influenza en alguna época de tu vida, nuevamente tienes que hacerlo porque, cada año, el virus tiene una cepa distinta”, advierte la doctora Galván. Ante ese panorama, Laboratorios Liomont, una empresa mexicana dedicada a la fabricación de medicamentos genéricos, decidió crear la división de Life Sciences en 2014, y comenzar a desarrollar productos biotecnológicos, explica la doctora. El acercamiento entre Liomont y Protein Sciences se dio desde hace varios años, cuando Sergio Valentinotti, director del área de Life Sciences en Liomont, conoció Flublok e intentó traerla a México, pero no fue sino hasta 2014 cuando ambas empresas firmaron un acuerdo de licencia de distribución en América Latina, excepto Brasil y Argentina. “En noviembre de 2015 comenzaron los procesos regulatorios del registro de Flublok en México, y este año ya está disponible en el mercado, detalla Óscar Gamiz, director de Mercadotecnia de la división de Life Sciences en Liomont. “El ideal sería que toda la población se vacunara, pero sabemos que es complicado. Lo que buscamos con este producto es incrementar las coberturas. Actualmente, el mercado privado ronda las 300,000 dosis y el público, que son las dosis aplicadas por el gobierno, suma 34 millones de dosis. Ése es un esfuerzo realmente importante de las autoridades de Salud. El mercado público es clave y, desde luego, nuestro objetivo es cubrirlo con la fabricación local”, explica Gamiz. También puedes leer: Genéricos, medicina para sanar alianza farmacéutica Para ello, Liomont construye una planta de fabricación en Ocoyoacac, Estado de México, que tendrá la misma capacidad de la planta de Protein Sciences en Nueva York: 5 millones de vacunas trivalentes (con las tres cepas dictadas por la OMS) anuales, o 15 millones de vacunas pandémicas (con una sola cepa). “El plan es abastecer con esta planta al gobierno para la temporada 2020”, año en que la planta estará terminada y en funcionamiento. Este 2016, Liomont trajo a México las primeras 50,000 dosis, todas ellas dedicadas al sector privado, y espera duplicarlas para 2017. “Por ahora, esa cifra no representa una rentabilidad interesante para el laboratorio, pero nuestra expectativa es recibir el producto terminado de Protein Sciences y acondicionarlo en México, bajar los costos, poder mantener el mismo precio preferencial y aumentar el volumen”, dice la doctora Galván. Según la directiva, “el costo más grande de un producto no es la manufactura, que puede ser muy sencilla, sino la inversión en investigación clínica”. Dan Adams, presidente ejecutivo y director de Desarrollo de Negocios Globales de Protein Sciences, está de acuerdo: “Ésta, en particular [Flublok], nos tomó 20 años. Es difícil determinar cuánto nos costó, porque hemos recibido mucho apoyo de las autoridades [el gobierno de Estados Unidos pagó 147 mdd para tener un lote asegurado de la vacuna] y el Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos nos apoyó con los ensayos clínicos. En total, desarrollar Flublok nos costó probablemente unos 300 millones”. Actualmente, Protein Sciences trabaja en una versión tetravalente de Flublok, así como en vacunas re-combinantes para combatir la rabia y el virus del zika. Liomont quiere replicar ese éxito y, por ello, está dedicando recursos a la adquisición de más licencias de fármacos biotecnológicos, así como a investigación (no dice el monto). De hecho, ya trabaja con el Instituto de Biotecnología de la UNAM para “desarrollar varios productos innovadores que estamos visualizando fabricar, diseñar y estudiar en México, con miras a ser exportados a Europa y Estados Unidos”, agrega la doctora Galván. Hasta ahora, México es uno de los dos países que han hecho esfuerzos reales de producción de Flublok; el otro es Japón, que compró la tecnología y construye una planta que será capaz de fabricar hasta 30 millones de dosis de vacuna contra la influenza estacional y 90 millones de la pandémica. Protein Sciences espera que, en breve, Flublok sea producida en Brasil, Argentina y Qatar, pero también trabaja en nuevas vacunas para la rabia, el zika y el Ébola, bajo el mismo enfoque biotecnológico. Es probable que esos productos aún se lleven algún tiempo en llegar al mercado; pero con Flublok, la compañía no sólo es capaz de proteger a la población de forma segura y efectiva, también está lista para hacer frente a una pandemia, y ha dado la vuelta a una vieja pregunta: ¿qué fue primero: el huevo o la vacuna?

 

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