La Fundación Leo Matiz hará tirajes limitados para coleccionistas de las 55 fotografías encontradas en el archivo del fotógrafo colombiano que retratara México en la década de 1940. Muchas de ellas tienen a Frida Kahlo como protagonista. Por MARU MONROY Leo Matiz llegó a México en 1939 con la cabeza llena de sueños. Era muy joven y al país se le comparaba como la París latinoamericana. En su equipaje traía muy poco: material para dibujar caricaturas, una cámara, algo de ropa y lo acompañaba su esposa: una joven hija de un cónsul inglés a quien conoció durante el viaje, en Nicaragua. Matiz nació en Aracataca –la población que Gabriel García Márquez bautizó en Cien años de soledad como Macondo– en 1917 y sus historias convencieron a Álvaro Mutis para que dejara Colombia y se mudara al país fantástico que lo enamoró y al que consideró su patria por adopción aunque aquí no vivió más de nueve años. Nueve años intensos, enmarcados por la dorada década de los 40. Era un tipo talentoso y también tenía suerte. Apenas se instaló en la Ciudad de México se presentó a los medios como reportero del diario El Tiempo y lo invitaron a participar en una exposición en Bellas Artes que conmemoraba el aniversario de Colombia, presentada por Pablo Neruda. También conoció a Plutarco Barba Jacob, poeta colombiano, quien lo introdujo a la revista Así, donde trabajó con escritores como Efraín Huerta o Luis Spota y recorrió el país entero. Fue gracias a un reportaje para la revista que conoció a Diego Rivera. Admirador de su trabajo, Matiz tenía mucho en común con el muralista mexicano: la afición por la pintura, la fiesta y las mujeres, por lo que se convirtió en uno más de su grupo, fotógrafo de su vida cotidiana.   Las imágenes El archivo de Leo Matiz cuenta con 170,000 negativos, 5,000 positivos de época, pintura, cámaras, caricaturas, material de prensa y efectos personales. Ocho volúmenes de 200 páginas cada uno están dedicados al paso del fotorreportero por México. Para Alejandra Matiz, presidenta de la Fundación Leo Matiz e hija del fotógrafo, una carpeta nombrada “México amigos” pasó desapercibida durante mucho tiempo pues erróneamente creyó que había material más importante por clasificar y limpiar; sin embargo, hace cinco meses cayó nuevamente en sus manos y lo que descubrió fue una serie de 55 negativos de 35 milímetros en los que Frida Kahlo es la protagonista. “Tardamos dos meses en limpiarlos y vimos que era un archivo importante. Lo escaneamos y descubrimos que es material inédito”, comenta Alejandra Matiz. En las imágenes se ve a Diego y Frida relajados, hay algunas de días de campo, otras en las que Frida aparece abrazada con Cristina, su hermana menor; las hay donde se le ve tumbada sobre el pasto y otras en las que bebe cerveza Indio durante un paseo por Xochimilco. Las más inusuales, sin embargo, pertenecen a una Frida Kahlo de cabello corto y rizado, vestida a la moda europea, con un saquito de piel de vaca. En el archivo de Matiz existen al menos 60 fotografías en las que aparece Frida Kahlo y este nuevo hallazgo enriquece el acervo de la pintora que naciera en 1907. Por el momento, la Fundación planea organizar tres exposiciones que viajen por el mundo con las fotografías de este hallazgo y también realizará la impresión de algunos de estos negativos en series muy pequeñas (de cinco a 15 impresiones) en platino paladio y otras en sales de plata, firmadas y numeradas por la Fundación Leo Matiz. Las fotos del colombiano se cotizan en el mercado entre los 5,000 y los 40,000 dólares. “Es un acervo valioso porque en aquellos años los fotógrafos casi no viajaban y él retrato la vida en todo el continente”, explica Alejandra Matiz.   Matiz en México Leonet Matiz está considerado uno de los fotógrafos más importantes del siglo xx gracias a la versatilidad que mostró en su trabajo. Durante su estancia en México retrató a los iconos del cine de oro, como María Félix –con quien se relacionó sentimentalmente–, Dolores del Río, Cantinflas o los hermanos Soler; hizo foto fija en los Estudios Churubusco, pasó largas veladas charlando con Luis Buñuel y Agustín Lara (y también los retrató); José Clemente Orozco fue su mentor y la persona a quien consideró su padre; vio el nacimiento del Paricutín con Gerardo Murillo (Dr. Atl) y Arcady Boytler; viajó a las islas Marías y reveló con Efraín Huerta la forma en la que vivían los presos de aquellas ínsulas; visitó la fábrica de armas en la Ciudad de México en una década marcada por la Segunda Guerra Mundial y colaboró con su fotografía a la obra de varios murales de David Alfaro Siqueiros. Fue precisamente tras un escándalo con el muralista que Matiz huyó de México para no padecer la misma suerte de León Trotsky. No volvió a México durante casi 50 años; sin embargo, siempre lo extrañó. Ni siquiera las temporadas que vivió en Europa y Estados Unidos o los 30 años entre Venezuela y Colombia borraron el recuerdo de esa década maravillosa en el país. Regresó en 1995. La mayoría de sus amigos estaban muertos, apenas le quedaban Gabriel Figueroa, Manuel Álvarez Bravo y un par más; también lloró cuando vio que el terremoto de 1985 destruyó el edificio donde estuvo su estudio en Avenida Juárez. Y volvió a fotografiar. En 1997, viejo y casi ciego, recorrió buena parte del país capturando las imágenes que forman parte de Los hijos del campo, el último libro que fotografió. Allí, de la mano de niños e indígenas que encontró a su paso durante los 40 y que también forman buena parte de su trabajo, se ven los jornaleros mexicanos actuales. Y hay una constante en su trabajo: el genio siempre lo acompañó.   Para mayores informes sobre las fotografías de Leo Matiz escriba a [email protected] y visite www.leomatiz.org

 

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