El concierto mundial se sube al péndulo y monta un movimiento vertiginoso que, de un momento a otro, deja a la Humanidad con un espectáculo totalmente diferente. Apenas empezó la semana pasada, el discurso de la globalización era la tendencia; lo moderno significaba mirar fronteras indelebles que permitieran el libre tránsito de personas, mercancías y servicios. Hoy, ya no. ¿Será posible? Estamos tan acostumbrados a que la vida cambie de un momento a otro, que apenas nos estamos ajustando a las modificaciones cuando ya tenemos que mudar de aires. Sin embargo, parece que lo de la semana anterior traza nuevas líneas que dividirán al mundo. Hasta el jueves pasado, el mundo había creado una serie de redes que buscaron acercar a las naciones, empresas y a los individuos. Las ventajas del libre comercio tomaron el escenario y fueron utilizadas para beneficio de muchos. Sin embargo, los discursos a favor de profundizar las diferencias están haciéndose cada vez más audibles. Tal parece que la búsqueda por igualarnos está perdiendo terreno frente a las pretensiones de distanciarnos. ¿Qué está sucediendo? Durante los años de la Guerra Fría, el mundo vivió dividido por un muro ideológico y físico. De un lado se creía en la propiedad privada y del otro en las economías cerradas. Las fronteras eran claras y su propósito era separar. Por años, lo que sucedía de un lado era un misterio para los que estaban del otro. Familias y naciones se apartaron y vivieron aisladas conformándose con lo que había en su entorno. Pero la derecha y la izquierda dejaron de ser las líneas de división. La Humanidad empezó a valorar las ventajas de la libertad de tránsito para personas y del libre comercio para las mercancías. Viva David Ricardo y que cada quien se ponga a hacer lo que mejor le sale. Si una nación es experta en fabricar zapatos, ¿para qué perder el tiempo haciendo botellas de agua? La especialización daría como resultado mayores beneficios, menos desperdicios y, sobre todo, haría girar la rueda económica a mayores y mejores velocidades. La posguerra fría dejó muy desgastados los discursos diferenciados entre la izquierda y la derecha. La derecha lucía edulcorada y la izquierda muy huérfana. Los que elevan los brazos y agitan los puños con consignas leninistas dan ternura, se les ve pasados de moda. Stalin ya no es venerado ni en Rusia. No obstante, el discurso integrador empezaría a rechinar y otras líneas llegarían a dividir al mundo. Los discursos independentistas, las razones separatistas, los miedos frente a lo distinto irrumpen en el imaginario internacional y amenazan a la gente de buena voluntad. Pensar que los otros nos vienen a quitar lo que es legítimamente nuestro pretende derribar los puentes que se tendieron en busca de cercanía. Los ciudadanos del Reino Unido salen de Europa por voluntad propia. ¿Qué pasó ahí? Pareciera que el proyecto integrador, que construyó hace más de treinta años, perdió vigencia. No obstante, al analizar el voto que refleja el ánimo desintegrador, nos sorprendemos. Los jóvenes que nacieron y han vivido integrados, que no conocen una vida apartada, votaron por permanecer así. Los que conocieron un Reino Unido separado quisieron volver a ello. ¿Será que ya se les olvidaron las razones que tuvieron para unirse? Hubo unos años en los que el imperio británico se precipitaba a las fauces de quien años antes fue su territorio colonial. La libra perdía valor en forma vertiginosa y la actividad económica de la Commonwealth no era suficiente para frenar la caída. Fueron los que hace más de treinta años, los mismos que padecieron esa crisis terrible, lo que hoy optan por separarse, privando a los jóvenes de la libertad de vivir y trabajar en un territorio común que ellos mismos soñaron: Europa. Hace más de treinta años no había teléfonos móviles, computadoras portátiles, llamadas con imagen, correo electrónico, mensajes de texto gratuitos. El mundo estaba fraccionado, más que por las fronteras físicas, por la incapacidad que el Ser Humano tenía para comunicarse. Al romperse las barreras de comunicación, es muy complicado permanecer aislado. Ni los muros de agua, ni las barreras con picos, ni siquiera las balas pueden imponer obstáculos. Entonces ¿es posible esta pretensión? Es complicado entender. Peor aún, muchos de los que votaron a favor del Brexit no tuvieron conocimiento de lo que eso significaba. Pero se abrió la caja de Pandora. El minutero regresó el camino y la libra cayó a niveles similares a los que tuvo hace treinta años. En su derrumbe desmoronó a las bolsas del mundo y se llevó de corbata al precio del petróleo. Lograron lo imposible, o tal vez no. Salgo a caminar por las calles y veo a una pareja de japoneses sentados en una banca en el jardín, en la calle encuentro una moneda de un euro, veo que dos muchachos de mochila al hombro se toman una foto, escucho voces hablando en francés y muchas otras pronunciando español en distintos acentos. Si me acerco escucho a algunos dando instrucciones en inglés y otros atendiendo a lo que se dice. En fin, veo a muchas personas enviando mensajes desde sus aparatos inteligentes. ¿Separados? No. Me temo que no es así de fácil. Pese a todas las dificultades que implica tender barreras y las complicaciones que se le presentan al Reino Unido para separarse de la Unión Europea –resulta más fácil anexarse que invocar el artículo 50–, es necesario estar atentos a las nuevas líneas que dividirán al mundo. Los discursos populistas, las palabras que engendran miedo, los motivos que exacerban el malestar son hoy las verdaderas rayas divisorias del planeta. Subestimar las molestias de la gente, cualquiera que sea su punto de vista, es un grave error. La suerte que corran los negocios, los emprendimientos, las corporaciones y las naciones estará relacionada con la atención que se preste a las quejas y los disgustos. Disimular, echar el polvo debajo del tapete es una mala estrategia. Prestar oídos puede ser de gran auxilio para sortear los nuevos laberintos mundiales. Puede ayudarnos a determinar la nueva configuración internacional. Si lo que une y refuerza es la queja generalizada, el temor a lo diferente y los lamentos por la globalización, si las inquietudes ante los cambios demográficos tan rápidos están dejando una sensación de desasosiego, si las desigualdades han aumentado y han sido menos los que se han beneficiado que los que se han perjudicado —o esa es la percepción—, tenemos que tener cuidado. Los discursos populistas pueden infiltrarse en ranuras muy angostas y ofrecer soluciones simplonas a problemas de gran envergadura. Las nuevas líneas que dividen al mundo parecen venir cargadas de miedo. Y, tal como nos decían en la infancia, a los monstruos que asustan, lo mejor es enfrentarlos. El tremendismo, la furia contra el diferente, los intentos por desintegrar parecen no sólo difíciles sino inútiles. Sin embargo, el descontento ha dado un grave golpe al concierto mundial y parece que hubo un golpe de timón. Queda estar atentos, analizar y evaluar los nuevos rumbos.   Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @CecyDuranMena Blog: Las ventanas de Cecilia Durán Mena   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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