El nacionalismo mexicano tenía en el petróleo su objeto más sagrado, y en la nacionalización de la industria en 1938 por Lázaro Cárdenas un acto venerable. Se tenía al crudo bajo la tierra y el mar como un tesoro al que había que explotar en beneficio de todos y había que proteger de las rapaces manos privadas, nacionales y extranjeras. La llamada Ronda 1.4, en el marco de la liberalización (y privatización, aunque la palabra no se utilice) del sector realizada el 5 de diciembre marcó un cambio histórico. Por primera vez, Pemex (esa empresa mítica también fundada por Cárdenas) compartirá un campo petrolero (Trión) en su explotación con una extranjera (australiana). Además, ocho de diez campos ofrecidos fueron asignados para su exploración y explotación. Desfilaron por esa Ronda varias de las empresas petroleras más importantes del planeta, esas extranjeras que (se suponía) afilaban dientes y garras para hundirlos en los campos de la patria, chupando el petróleo por las venas abiertas. Ante los mitos tan difundidos por los sucesivos gobiernos del PRI, el país se enfrenta ahora a la realidad. Por una parte, que Pemex resultó un depredador de la riqueza nacional, que por décadas benefició al gobierno mexicano (y por ende a la población), pero en lo particular a su abundante planta de trabajadores y de directivos. La mayoría honrados y eficaces, pero con algunos grupos que saquearon a la empresa con singular alegría, tanto o más que esos míticos extranjeros rapaces. Pero incluso para los trabajadores honestos y capaces, Pemex resultó un sueño: condiciones excepcionales, desde sueldos hasta prestaciones, además de pensiones que millones soñarían. Mejor todavía: plazas que podían heredarse. Si la paraestatal hoy requiere de los recursos y la tecnología de sus otrora rivales es porque prometió mucho más de lo que debía. Hoy es momento de pagar, y Pemex está, para cualquier efecto práctico, en quiebra. Para sorpresa de muy pocos, la “entrega” del petróleo a empresas extranjeras fue recibido con absoluta indiferencia por parte de esos millones que, se habría esperado hace no mucho tiempo, saldrían enardecidos a las calles a defender el patrimonio nacional. Quién sea propietario o productor del chapopote es algo que no mueve ni las mentes, ni tampoco los corazones, de los supuestamente nacionalistas mexicanos. De hecho, ningún partido político, ni un solo líder, se ha manifestado dispuesto a “defender” el petróleo. Ni siquiera Andrés Manuel López Obrador ha lanzado una sola declaración o tuit prometiendo regresar el petróleo a manos exclusivas del Estado. En su “Proyecto Alternativo de Nación 2018-2024”, hecho público en noviembre pasado, presenta una escapatoria política digna del Gran Houdini: si bien su inclinación personal es por hacerlo, dice, consultará con “la gente” si las reformas del sexenio peñista deben de revertirse. Está la mesa puesta para mantener los profundos cambios estructurales peñistas, con el aval del “pueblo”. Renacionalizar el petróleo sería un ejercicio astronómicamente caro, requiriendo de recursos que no existen, o que habría que obtener sacrificando otros rubros más prioritarios. No es cuestión de ideología, sino de dinero. Y eso lo demuestra el pragmatismo (disfrazado) del que hace despliegue hasta un López Obrador. ¿Qué muestra el éxito de la más reciente Ronda petrolera? Lo errado del camino mexicano por más de 75 años. Una vez más, se demostró (a un costo astronómico para las generaciones presentes y futuras) que el Estado es un pésimo empresario en el largo plazo. El administrador público más eficaz e idealista es, a la corta o larga, sustituido por un burócrata depredador. Lo que es una lástima es que la apertura del sector petrolero no ocurrió en 2004 (con los precios elevados), o en 1974 (igual, con cotizaciones internacionales en la estratósfera). México, una vez más, llegó a la fiesta gritando y con las matracas ya cuando todos se habían retirado a su casa. Pero, es el único consuelo que hoy queda, más vale tarde que nunca. Finalmente, se muestra que los pueblos quieren bienestar, no ideas nacionalistas. El extranjero llegó para explotar el otrora sagrado crudo mexicano. Sucede que el gobierno le puso la alfombra roja y las multitudes no se enrollaron en la bandera nacional para tirarse desde el Castillo de Chapultepec, ni tampoco tomaron enfurecidas las calles para derribar a ese gobierno “entreguista”. No les importó, porque de hecho quién explota el petróleo es poco importante, en tanto no cueste a los contribuyentes. Lástima que pasaron casi 80 años para disipar el engaño.   Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @econokafka   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.  

 

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