La autora de este blog se remonta a la historia para explicar el actual conflicto en Ucrania, que amenaza con convertirse en una guerra entre Rusia y Europa.         En el mundo occidental, dónde las noticias se difunden e intercambian mucho más rápidamente que en otros rincones del mundo, los ojos están puestos en Crimea, pequeña región de Ucrania en las costas del Mar Negro. El dramatismo de los medios, desde Washington hasta Bruselas, refleja la histeria de la misma diplomacia, que en muy pocas horas se ha movilizado contra unas fricciones que podrían, en cualquier momento, convertirse en guerra. Los intereses en juego son muy altos para ambos: rusos y europeos. En contra a la más frecuente retórica anti-Moscú, leer el conflicto en términos de revanchismo y opresión rusos es una mera simplificación. Algunos puntos necesitan ser aclarados. Primero, las raíces históricas, donde siempre yacen las causas del presente y que siempre ignoramos, revelan la pertenencia histórico-cultural de Crimea y de su pueblo a Rusia. De hecho, hasta el siglo XIII, cuando Moscú no era todavía una gran capital, sino un pequeño punto perdido en las nieves, Kiev era la capital de la federación de eslavos orientales, llamada Rus, una de las naciones más grandes y poderosas de Europa. Hasta que llegaron los rusos en el siglo XVIII, Rus, inclusive la península de Crimea, vivió continuas guerras y ocupaciones. Tras el fin de la Primera Guerra Mundial, se consolidó el Estado ucraniano, que se convirtió en una de las repúblicas fundadoras de la Unión Soviética. En ese entonces, Crimea no era parte de Ucrania. Sólo después de la Segunda Guerra Mundial, en 1954, la región fue regalada por el presidente ruso Krushchov a Kiev, al fin de mejorar las relaciones con los vecinos. Vecinos que, por su parte, bien conscientes del indisoluble lienzo con Moscú, firmaron un acuerdo para permitir que la flota rusa del Mar Negro permaneciera en Crimea. Hoy, son justamente esas divisiones internas del pueblo ucraniano las que revelan las huellas dejadas por la historia: no sólo existe ese alto porcentaje de ucranianos de etnia y habla rusa, sino hay un vínculo sentimental con Moscú, no sólo entre rusos, sino entre rusos y ucranianos. Hasta hoy, Kiev es percibida como la cuna de la civilización rusa. Al mismo tiempo, después de la caída de la Unión Soviética, los ucranianos tuvieron que soportar una alternancia de gobernadores corruptos e incapaces, que no tuvieron la capacidad de modernizar el país, para que lograra una estabilidad política y sobre todo económica, que garantizara su completa independencia, no sólo sobre papel. Cuando llegó Putin a Moscú, Rusia volvió a ponerse de pie y a sentir fuertes ambiciones revanchistas que, por cierto, incluían una política muy fuerte y contestable hacia sus vecinos. En 2004, logró poner por primera vez a su amigo Yanuckovich en el gobierno, pero con la Revolución Naranja Yanuckovich perdió el poder y fue sustituido por unos gobiernos europeístas. Esos son los años de los famosos Yushchenko y Tymoshenko. Por cierto, hay que decir que esos gobiernos no llevaron democracia, ni libertad, ni desarrollo económico. Al revés, representan, sin duda, unos iconos populistas, pero no han sido políticos eficientes o íntegros. Su contribución para eliminar la corrupción endémica y la profunda crisis económica que destrozan el país ha sido nula. Aún más, cuando la Tymoshenko era primer ministro, la crisis económica del país vivió su peor momento. En las elecciones presidenciales de 2010, la Tymoshenko corrió contra Yanukovich y perdió. Eso no significa que Yanukovich sea mejor opción y que la revolución de las semanas pasadas ha sido un error. La revolución de estos días nace por causas reales y el pueblo ucraniano tiene todo el derecho de liberarse de su opresor, pero es también probable que la euforia por el fin de Yanukovich esconda los fracasos de los gobiernos “europeístas”. La mayoría de todos los ciudadanos, independientemente de su lengua y origen, están desesperados por la actual situación política y económica, donde reinan el desempleo, la corrupción y la desigualdad. En Crimea esa frustración es exasperada por las continuas cargas en contra de sus raíces y sus lienzos directos con Moscú. A este escenario se añade la discutible contribución del Oeste. La decisión de Washington de recurrir a la NATO para intervenir diplomáticamente en el conflicto ha sido un claro error. No sólo no hay ninguna clara legitimidad a intervenir, ya que Ucrania no es parte de la organización, sino es una afrenta abierta a Moscú que simplemente complica la situación. Sobre todo, hay que considerar que la NATO no goza del apoyo popular de los ucranianos, que han abiertamente y en diversas ocasiones reiterado su desinterés a ser parte de la comunidad transatlántica. También, lo que la comunidad Europea puede ofrecer es aún menor de lo que quiere ofrecer (que ya es muy poco): fuera de la retórica de estos días, el espíritu optimista que caracterizó a Europa en sus primeros años, ha sido sofocado por la crisis, reprimiendo todo deseo de expansión e integración. Asimismo, el Oeste no puede permitirse una guerra contra Rusia, en ningún término, ni político, ni económico, ni estratégico; ni puede otorgar a Ucrania ninguna ayuda para salir de su crisis. Como tampoco Putin puede permitirse los costos, sobre todo políticos, de un choque armado contra Crimea, contra “su” población. Es evidente que el dramatismo de los medios y de las políticas occidentales ha contribuido al agravamiento de la situación en Crimea. Considerando los enormes intereses comunes y, encima de todo, la interdependencia energética, que incluye un sistema infraestructural común entre Moscú y Europa, los estados europeos deberían dejar de alejarse y engancharse en una cooperación más estrecha con Rusia. Sabiendo que Putin tiende a caer en las ambiciones revanchistas, los europeos deberían dejar de hacer alusiones inútiles a una expansión imposible hacia el territorio ex soviético. Por cierto, las relaciones entre Moscú y Bruselas no quitan el hecho cierto de que los ucranianos merecen la libertad que anhelan. Por eso mismo, nuestro soporte debería empezar respetando su debate interno, sin tratar de dirigir el discurso a nuestro favor.     Contacto: Twitter: @AureeGee       *Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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