El regreso a la mágica y mítica tierra de Oz es reimaginado por un director salido del anaquel de Terror y Acción. ¿Qué tal resultó el experimento de meterse con una de las intocables de la cultura pop de EU?   El mago de Oz (The Wizard of Oz, 1939) es una vaca sagrada para los estadounidenses. Aman la película tanto como las grasas saturadas o la libertad para portar armas. Han pasado más de 70 años desde que se estrenó la cinta y se mantiene popular, basta mirar las calificaciones que tiene en sitios como Metacritic (100/100), IMDB (8.2/10) o Rotten Tomatoes (críticos 99%, audiencia 82%). La visita de Judy Garland no fue la primera al mundo de Oz en la pantalla grande —el honor quizá corresponda a unos trabajos de Otis Turner que datan de 1910—, pero sí fue la que caló más hondo en la audiencia. Así, regresar a la tierra de Oz plasmada por Victor Fleming era inevitable. Ante la gran profusión de materiales que hablan sobre lo que sucedió después del viaje de Dorothy, la opción más viable era ir hacía atrás y contar qué pasó antes de la llegada de la dulcísima niña. Oscar (James Franco) es un mago de feria al borde de la bancarrota, cada vez menos personas se sienten atraídas por su espectáculo. La situación lo irrita y se muestra molesto con la vida, él piensa que el destino le ha negado la fama y fortuna que merece. Después de un desastroso show y en plena tormenta, nuestro protagonista debe huir ante la posibilidad de ser maltratado por el hombre forzudo de la feria. Logra escapar gracias a un globo aerostático y hacia el tornado. Al despertar descubre que no está muerto y se encuentra en una extraña y colorida tierra. Pronto se topa con Theodora (Mila Kunis), una de las tres hermanas brujas que habitan Oz, quien le informa que él es el mago de la profecía, el elegido para librar el reino del yugo de la Bruja Malvada. Ésa es la historia de Oz, el poderoso (Oz the Great and Powerful, 2012). El encargado de revisitar el clásico de la cinematografía americana es Sam Raimi, el hombre detrás de las trilogías de Spider-Man y Evil Dead. De entrada, la elección de Raimi para este trabajo podría resultar extraña. La mayor parte de su filmografía se recarga en el género del horror, el humor negro o héroes incomprendidos, incluso forzados a serlo: de Peter Parker a Darkman, hasta el Ash de Bruce Campbell. A veces filtrado por una estética similar a una historieta. En Oz, el poderoso, Raimi no despliega todo su arsenal estilístico. Fuera quedan el humor negro y los elementos del terror, en parte porque se trata de una producción de Disney. Lo que sí se mantiene es ese estilo de cómic y la figura del héroe que es obligado por las circunstancias. Raimi juega con los elementos del clásico de Fleming sin pervertirlos, eliminando algunas toneladas de azúcar en el camino. Empezando por el prólogo en blanco y negro en tributo al preámbulo en sepia donde Dorothy y Toto iban a dar a la tierra de Oz. Los que estén buscando una revolución, se equivocaron de película. El juego del realizador incluye elementos plásticos, como el contraste entre los escenarios reales y los creados por computadora. En ningún momento la intención del diseño de producción o el departamento de arte es hacer pasar a Oz como algo real, esa característica de fantasía utópica se abraza en cada fotograma. El ostentoso decorado tiene una intención y no es una mera golosina visual como en Alicia en el país de las maravillas (Alice in Wonderland, 2010) de Tim Burton, que era casi vómito de unicornio. Hasta la decisión de conservar el maquillaje de la malvada bruja del Oeste tiene el propósito de conservar el tono fantasioso. Llama la atención la capacidad de James Franco de involucrarse en diferentes proyectos, igual protagoniza una película de Disney que conduce la ceremonia del Oscar, produce documentales sobre sadomasoquismo o uno sobre sí mismo —con él como director—, o le entra al cine experimental con una recreación/reimaginación de los 40 minutos faltantes de Cruising de William Friedkin en Interior. Leather Bar (2013). En Oz, el poderoso, Franco luce adecuado como el mago, sinvergüenza pero encantador, que la dulce e indefensa gente estaba esperando. Oscar es un antihéroe y puede llegar a ser verdaderamente malvado —aún sin intención—, el egoísmo de sus actos crea heridas que ni toda la bondad puede curar. Asimismo, contrasta con la dulzura o intensidad de los personajes secundarios. En especial de Finely, el mono alado, y la frágil muñeca de porcelana (Joey King), quienes terminan por robarse la película —como en esa dulce escena en que el mago le pega las piernas rotas— y sirven como símil del espantapájaros, el hombre de hojalata y el león que acompañaban a Dorothy en su aventura. Los momentos bajos vienen cortesía del guión de Mitchell Kapner y David Lindsay-Abaire, inspirados por la novela original de L. Frank Baum. A ratos, el libreto se torna predecible y se desaprovecha la lucha intestina de las tres brujas. Sam Raimi le exprime todo el jugo que puede, pero tampoco se pueden hacer milagros con tan poco.

Valga la comparación con otro largometraje que chocará con Oz the Great and Powerful en cartelera: Jack el cazagigantes (Jack the Giant Slayer, 2013). Ambas cintas tratan de ser una revisión/reimaginación de un clásico infantil, la diferencia radica en que mientras Bryan Singer se enfoca en hacer un versión genérica sin atreverse a tomar riesgos —buena pero sosa ejecución—, Raimi se aventura dentro de los límites que se le imponen.

Oz, el poderoso es, ante todo, un crowdpleaser con la intención de divertir y encantar que nunca quita de su mente la producción de 1939 y los azucarados cantos Judy Garland, un viaje actualizado a ese mundo lleno de dulzura ahora con una infusión de claroscuros. [youtube id=”yyywumlnhdw” width=”620″ height=”360″]

 

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