A todos nos sorprendió el resultado del proceso electoral que recientemente se realizó en Estados Unidos, el cual, por lo menos, cam­biará las relaciones económicas y di­plomáticas que el país de las barras y las estrellas tiene con México. Los sucesos fueron tan inespe­rados que, inclusive, los mercados reaccionaron positivamente el día de la elección, puesto que daban por sentado que la ganadora iba a ser la candidata del Partido Demócrata, Hillary Clinton. Ante el resultado, el gobierno de nuestro país, las empresas naciona­les y los ciudadanos mexicanos (de éste y del otro lado de la frontera) deben tomar en cuenta que las cosas no van a seguir igual con el “Tío Sam”, como se le conoce al gobierno estadounidense. Si Trump sólo cumpliera la mitad de sus promesas o, más bien, “ame­nazas electorales”, habría motivo suficiente para estar ojoavizor. No basta con hacer declaraciones ante la prensa para decir que estamos blindados, cuando el tipo de cambio se ha disparado más de un 11%, a cerca de los 21 pesos. Como dice el especialista en po­lítica y economía Luis Rubio, ojalá la elección nos centre en nuestro principal problema y en la razón por la cual muchos norteamerica­nos nos señalan: la corrupción, la violencia, el sentimentalismo y la falta de solidaridad. Pero este nuevo “volver sobre México” debe hacerse de manera integral. Suena como disco rayado, pero somos un país vecino de la primera potencia del mundo, con muchas playas, recursos naturales y gente buena. Por ahora, nosotros no queremos analizar estos tópicos, sino la ausen­cia, al menos desde 1986, de una conciencia para adoptar un modelo mexicano de desa­rrollo, ad hoc con el ethos de nuestra cultura, es decir, un capitalismo mexicano. Somos una de las econo­mías más abiertas del mundo, que ha sabido aprovechar su entrada preferencial al mer­cado norteamericano, pero no ha intentado otras aventuras, a pesar de que la alternativa comercial ya existe, lo cual no quiere decir que sea necesa­riamente fácil. ¿No será momento de volver adentro? ¿No podemos prescindir de los norteamericanos? La respuesta es: no. Tenemos en Estados Unidos entre 10 y 15 millones de braceros; más del 80% de nuestras exporta­ciones van al vecino del norte; y, por mucho, Estados Unidos es el país con más inversión extranjera en México, aunque ha ido disminuyen­do significativamente en los últimos años, en especial desde la entrada de China al mercado mundial. Es cierto que, si Estados Uni­dos tiene un resfriado, México agarra una neumonía. Pero, ¿debe ser necesariamente así? ¿Tenemos nuestra alma atada de forma maldita a la norteamericana? De nuevo, la respuesta es: no; pues México fue, durante muchos años, autosuficiente y una potencia económica casi sin necesitar de Estados Unidos, y me refiero a la época del Desarrollo Es­tabilizador, cuando nuestra econo­mía crecía a ritmos del 5% anual. ¿No habrá llegado el momento de cambiar o, al menos, adecuar nues­tro modelo económico? Tampoco sostengo que nos cerremos sobre nosotros mismos, que nos convir­tamos otra vez en una isla económica (lo cual, además, es imposible en los tiempos que corren). Lo que critico es que sólo tengamos ojos para Estados Unidos, siendo que nuestra relación cultu­ral es mayor con los países latinoamericanos, que podría ser más fuerte en materia económica. Otra opción es revisar nuestros lazos con Asia del Este. El TPP iba a ser esta llave, pero ya está enterrado, así que hay que crear otros vínculos con Oriente, “midiéndole el agua a los camotes”, para tampoco hacer aperturas insensatas. O bien, sugiero que zarpemos hacia el continente europeo. Si Estados Unidos no nos quiere como aliados comerciales, quizá nos está haciendo un gran favor para no poner todos nuestros hue­vos (que tenemos muchos) en una misma canasta.   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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