Las torpezas del gobierno, y no un fallo repentino de los mercados libres, provocaron la crisis de 2008 y motivaron el colapso de múltiples compañías, la más reciente: GE Capital.   Por Steve Forbes   El mega anuncio de que General Electric se deshará de la mayoría de sus negocios de financiamiento es una dura crítica tanto a la Reserva Federal como a los reguladores bancarios de Estados Unidos. Juntos han dañado el funcionamiento de los mercados de crédito y casi paralizado el crédito bancario, con lo que dificultan gravemente la recuperación de la crisis económica de 2008. Están convirtiendo a la industria financiera, una fundamental, en un ente estancado que está más preocupado con complacer a los reguladores hambrientos de poder –que tienen en sus manos su futuro– que en la prestación de productos y servicios financieros innovadores y cruciales que han hecho de los mercados de capitales estadounidenses la envidia del mundo y que han ido fomentado el impresionante crecimiento económico de Estados Unidos. GE, aunque es un jugador importante del mercado de capitales, no es tu banco tradicional. No recibe depósitos. En su lugar, recauda dinero a través de la emisión de bonos y otros instrumentos. Su alguna vez impecable calificación crediticia le permitió pagar las tasas más bajas disponibles (a excepción de las de los bonos del Tesoro de Estados Unidos) y luego poner esos recursos a trabajar para ganar en grande. Pero ese modelo ya no es viable para una empresa que exige una alta rentabilidad. Como su CEO Jeffrey Immelt lamentó al hacer el anuncio: “El modelo de negocio para las grandes empresas financieras financiadas al por mayor ha cambiado, por lo que es cada vez más difícil generar rendimientos aceptables.” Los problemas de GE Capital en nuestro mundo poscrisis financiera no son únicos. Los bancos están bajo una presión regulatoria y política fenomenal. Los bancos más pequeños están cayendo como moscas. Las startups financieras, una vez comunes, escasean en estos días. Los grandes bancos se han convertido en los cajeros automáticos de los políticos, que regularmente aducen la existencia de presuntas irregularidades, y luego intimidan a esas instituciones hasta obligarlas a llegar a acuerdos que derivan en pagos de miles de millones de dólares. Como a los mafiosos les gusta decir: tienen una oferta que no podrán rechazar. La sabiduría popular dice que los bancos y los gigantes financieros como GE Capital fueron súbitamente poseídos por una codicia insaciable hace varios años, y ampliaron temerariamente sus actividades, lo que llevó al mundo al borde de un paro cardiaco económico. El pánico hizo necesario que el gobierno emprendiera rescates masivos de bancos y empresas como GE; sin embargo, a pesar de los heroicos esfuerzos de la Fed y otros bancos centrales, la economía mundial aún no se ha recuperado de los acontecimientos acaecidos en 2008. ¡Pamplinas! Esa noción está de cabeza. Las torpezas del gobierno, y no un fallo repentino de los mercados libres, provocaron la crisis. Como es muy típico en este tipo de situaciones, la culpa recayó sobre el sector privado, y las partes realmente culpables, como la Reserva Federal, asumen no su responsabilidad, sino más poder.   Debilitamiento del dólar Durante la primera parte de la década pasada, la Reserva Federal, con el apoyo silencioso pero entusiasta del Departamento del Tesoro, comenzó a debilitar al dólar. La Fed creyó que el dinero barato estimularía la recuperación de la recesión de 2000-2002. Con una mentalidad mercantilista que habría disgustado a Adam Smith, los funcionarios del Tesoro creían que un dólar que perdiera gradualmente su valor estimularía las exportaciones, haciendo caso omiso de varios cientos de años de experiencia que han demostrado que los países con monedas inestables siempre tienen un desempeño más bajo que aquellos con monedas estables. Pensaron que una devaluación en cámara lenta no despertaría la ira de nuestros socios comerciales mientras intentábamos manipular las reglas en nuestro favor. Adam Smith pudo haber dicho a los funcionarios y a esos economistas equivocados que tal manipulación no les ganaría nada y, de hecho, dañaría la economía: las monedas volátiles obstaculizan las inversiones creadoras de riqueza. El dólar inestable también ha corrompido la valiosa información transmitida por los precios de mercado, que llevó a la destrucción masiva de capital, sobre todo en materia de vivienda. Cuando el dinero pierde valor, los inversionistas recurren a este tipo de activos duros como petróleo, cobre, oro, plata, tierras y casas. La subida de precios fue un reflejo de la debilidad del dólar, no un aumento en valor real, pero el ascenso condujo a la gente a creer equivocadamente que la escasez era un factor en juego o que la demanda había aumentado repentinamente. El capital fluyó hacia el sector y la oferta aumentó. Entonces estalló la burbuja. En el caso de la vivienda, el impulso inflacionario de los precios fue instigado por las reglas del gobierno para “alentar a los compradores de casas no tradicionales”. Fannie Mae y Freddie Mac pidieron hipotecas subprime, al igual que las burocracias gubernamentales. No sorprende que los bancos y otros hayan respondido. El mismo fenómeno se dio durante la década de 1970. El petróleo subió de 3 dólares por barril a casi 40 dólares. Cuando Ronald Reagan terminó con la terrible inflación de esa década, el petróleo cayó a alrededor de 10 dólares antes de estabilizarse en el rango de 20 a 25 dólares. De 1985 a 2002 el petróleo subió poco más de 21 dólares por barril. Por desgracia, el colapso de 2008-2009 no dio lugar a un periodo de comportamiento semirresponsable por parte del banco central de EU, como ocurrió durante gran parte de las décadas de 1980 y 1990. A raíz del pánico registrado en 2008-09, la Fed procedió a cuadruplicar las reservas de los bancos, al tiempo que redujo las tasas de interés en todos los ámbitos. Fue como inyectar arena en un motor: Al igual que con los mercados del petróleo, los mercados de crédito no pueden funcionar de manera óptima sin precios verdaderos. El gobierno ofreció paquetes de bonos con intereses cercanos a cero. Los bonos para las grandes empresas proliferaron, mientras que el crédito para las nuevas y pequeñas empresas se estancó.   El pecado del Tío Sam Los reguladores acaparadores de poder han desatado una cascada interminable de normas y restricciones sofocantes. Los bancos han tenido que contratar a un enjambre de colaboradores para cumplir con ellas, lo cual tiene un gasto directo, y en el mundo real nada hacen para promover mejores prácticas bancarias. Ellos, junto con un ejército parasitario de reguladores, quienes, al igual que los soldados acuartelados en las casas de la gente en los días de antaño, acampan permanentemente en las oficinas bancarias y son un amortiguador perenne de las prácticas crediticias vigorosas. Una de las atribuciones más odiosas que Washington se ha hecho a sí mismo es designar a aquellas instituciones cuyo fallo supuestamente podría lastimar al sistema financiero como “instituciones financieras de importancia sistémica (SIFI, por sus siglas en inglés)”. Estas etiquetas de “demasiado grandes para quebrar” han significado gastos regulatorios excesivos y una intrusión excesiva. El Tío Sam ha impuesto esta designación no sólo a los grandes bancos, sino también a compañías como GE. Peor aún, los burócratas han hecho lo mismo con aseguradoras como MetLife, y están salivando ante la perspectiva de poner las manos en grandes compañías de fondos mutuos. Una de las grandes virtudes de una economía de libre mercado es que si el gobierno reprime un servicio necesario, los empresarios encontrarán nuevas formas de satisfacer esa necesidad. Hoy en día nuevas entidades, incluyendo a muchas en línea, se están levantando para llenar este vacío, al igual que los jugadores en el espacio de los fondos de renta variable. (Uno puede darse cuenta de que el Imperio se está preparando para contraatacar porque denomina a esta actividad con el nombre siniestro de “shadow banking”.) La legión de críticos de GE señala los errores de GE Capital previos a 2008-2009 y al hecho de que durante el pánico necesitó de garantías federales para continuar recibiendo financiamiento a corto plazo, pero esta grave situación nunca habría surgido si el gobierno estadounidense no se hubiera desviado de su responsabilidad fundamental, que es preservar la integridad de la moneda.

 

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