Ayotzinapa es otra muestra de que las más importantes rebeliones sociales de los últimos años se han gestado en dos núcleos sociales: las universidades y el campo.     Dos meses después de la desaparición de 43 alumnos de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, Guerrero, nadie, hasta ahora, se ha puesto a reflexionar que estamos hablando de jóvenes del campo que vivían en una zona rural y que, junto con sus familias, eran el más vivo reflejo de la pobreza que vive el campo mexicano. El ser pobres es una condición que en sí los hace vulnerables, pero el ser pobres que viven en el campo los convierte en un blanco aún más fácil para que, tal y como pasó, de la noche a la mañana pudieran desaparecer sin que hasta ahora se pueda saber su paradero. Como lo publicó en días pasados un diario extranjero, en México las personas desaparecen porque en el país se pueden hacer este tipo de cosas sin que haya un castigo para los culpables. Según datos disponibles a 2013, en el país son 29 millones las personas que viven en el campo, de las cuales 16.7 millones están en condiciones de pobreza o pobreza extrema; la mayoría vive en zonas alejadas, de difícil acceso, por lo que a menudo es difícil saber lo que pasa en sus comunidades. En un país donde la impunidad ronda el 98%, la gente del campo es altamente vulnerable a ser víctima no sólo de desapariciones forzadas, sino de secuestros, robos, extorsiones y trata, sólo por mencionar algunos. Seguramente, en muy pocos casos se hará justicia. El caso Ayotzinapa debería ser motivo para que más de alguna autoridad recuerde que las más importantes rebeliones sociales de los últimos años se han gestado principalmente en dos núcleos sociales: las universidades y el campo, y el tema de los normalistas reúne estos dos ingredientes.     Contacto: Twitter: @julianafregoso     Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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