Seamos francos: para bien o para mal, poco artistas en el ámbito musical han sido tan explorados y explotados —tras el repentino fallecimiento— como Jeff Buckley. Hemos de creer que tiene que ver con la lógica del mercado… ¡Ah, claro!, también el talento del chico. Que lo tenía, y mucho. Retrocedamos en el tiempo. Era agosto de 1994, cuando en las tiendas de Estados Unidos apareció un disco raro (de un tipo raro) (con un talento raro) que iba en contra de la borrachera del grunge que se vivía en ese primer lustro de los años noventa. Era un volumen con un título sencillo y melodioso: Grace, cuyo autor era un chico de 28 años llamado Jeff Buckley, cuya encantadora voz alcanzaba hasta tres octavas, algo casi insólito para un cantante de música rock.
Edición engordada del mítico ‘Grace’.

Edición engordada del mítico ‘Grace’.

Aunque las ventas caminaban lentamente, el álbum recibió enseguida alabanzas de la crítica y el aprecio de otros músicos. No eran músicos menores: Bob Dylan, Elvis Costello, Neil Peart o Jimmy Page echaban elogios a este joven enigmático y elegante. Visto en perspectiva, tampoco era para menos: Jeff descendía de Tim Buckley (1947-1975), quizás uno de los más experimentales cantautores de los sesenta del rock de vanguardia, con influencias del jazz, el funk, la sicodelia y el soul, quien murió prematuramente víctima de una sobredosis. Jeff tenía ocho años cuando su padre falleció, y, en realidad, apenas lo había tratado. Pero creció entre música gracias a él, como después lo recordaría. Tras varios intentos con grupos vulgares de rock, que él mismo vio como un periodo de aprendizaje, Jeff se dio cuenta de que su California natal —donde había nacido en 1966— no se prestaba a sus sueños, así que se mudó a Nueva York: ya para entonces una ciudad cosmopolita con memoria y respeto por el talento. Ahí, el nombre de Tim Buckley era aún sinónimo de vanguardia; de hecho, el debut de Jeff como vocalista tuvo lugar en la catedral de St. Ann, precisamente en un homenaje a su padre. Poco después de aquello empezó a cantar —de manera periódica— en el famoso café Sin-é de Greenwich Village, donde los ejecutivos de la Columbia Records le echaron el ojo. Mucho le ayudó, eso sí, que Jeff fuera un pretty boy, además de la sensual vulnerabilidad que expresaba a la hora de subir al escenario. Así llegó su primera grabación comercial: el EP Live At Sin-é, grabado en diciembre de 1993, que mostraba a Buckley acompañándose sólo de una guitarra eléctrica. Pero fue en 1994 cuando dio el gran salto con Grace: un disco grandioso, a veces sublime, con opulentas orquestaciones. Parecía un disco fuera de época: generacionalmente, Jeff pertenecía al embelesamiento del grunge, en el que no quiso participar; compensaba su tendencia a la angustia espiritual (de entonces) con duras y furiosas descargas de decibelios.
Sensual vulnerabilidad. (Foto: jeffbuckley.com)

Sensual vulnerabilidad. (Foto: jeffbuckley.com)

Durante 1995 y 1996, Buckley arrasó en vivo, mientras Grace iba en camino de convertirse en un álbum de culto. Para Jeff había llegado la hora de meterse al estudio. Y así lo hizo. Sin embargo, comenzó a tener dificultades con el sonido que él quería para esta segunda obra. De buenas a primeras decidió abandonar al productor de Grace, Andy Wallace, y se unió al guitarrista Tom Verlaine para grabar Sketches For My Sweetheart The Drunk. Pero nuevamente algo no le agradó. Así que, insatisfecho, desechó la producción y partió a Memphis para grabarlo de nuevo. Allí estaba el 29 de mayo de 1997, relajándose a orillas del río Wolf (escuchando, dice la leyenda, “Whole lotta love” de Led Zeppelin), cuando de repente se metió en el agua, con ropa. De acuerdo con diferentes versiones, su amigo que iba con él giró para subir el volumen y, al voltear, ya no vio a Jeff. Su cuerpo fue encontrado cinco días después. Desde entonces se predica —y ha crecido— el culto a Jeff Buckley, otro songwriter (sensible y agonista) (intuitivo y obsesivo) (pletórico y atormentado) tan merecidamente fácil de colocar al lado de otros mitos muertos, como Nick Drake, Elliott Smith o Kurt Cobain. Eso sí: tal como sucedió con otros músicos, su discografía se ha multiplicado luego de su muerte. Bajo la supervisión de Mary Guibert, su madre, se reconstruyó lo que pudo ser su segundo álbum: Sketches For My Sweetheart The Drunk. Después llegó el turno de Mystery White Boy, una compilación de registros en vivo, al que le siguió Live a LOlympia, edición de un concierto en el reconocido teatro francés; eso, sin olvidar los homenajes a Edith Piaf o Billie Holiday, puntos álgidos de sus volcánicos y arrebatados primeros conciertos, resumidos en la versión Legacy de Live at Sin-é. Se ha rescatado también Songs to No One, que recopila las grabaciones que Jeff hizo junto con el guitarrista Gary Lucas; de igual forma salió So Real: Songs From Jeff Buckley, una edición engordada del mítico Grace, The Jeff Buckley Collection, y un par de devedés que lo muestran pletórico y poderoso. Y ahora, en 2016, cuando en noviembre Jeff hubiera cumplido sus 50 años de nacimiento, aparece un nuevo álbum póstumo: You and I, que contiene diversos archivos que se encontraban bajo la custodia de Sony Music, la casa discográfica del fallecido artista.
Sus canciones favoritas.

Sus canciones favoritas.

La mayoría data de los primeros meses de 1993. Precisamente Mary Guibert, la madre de Buckley, supervisó personalmente el material, eligiendo diez tracks que van desde versiones de otros artistas hasta tomas inéditas de temas propios. Según un comunicado del propio sello, estas versiones fueron descubiertas entre los archivos de Sony Music durante la investigación para preparar una edición que celebrara el vigésimo aniversario de Grace. “Cuando empezamos a explorar cómo celebraríamos esos 20 años, el archivo nos sorprendió con un regalo increíble: este tesoro ‘perdido’ de grabaciones de estudio de aquella época”, dice en el comunicado Adam Block, presidente de Legacy Recordings. “Rápidamente nos dimos cuenta de lo importante que eran. Ofrecen una perspectiva fascinante y excepcional de un artista, en solitario, en el espacio sagrado que es el estudio. Hay una cierta intimidad y honestidad en las interpretaciones que, literalmente, te quitan el aliento. You and I se trata de una incorporación importante al legado de grabación de Jeff, y emocionará tanto a sus devotos fans de toda la vida como a los nuevos.” Y, sí: en él, Jeff se oye profundamente íntimo y personal. Casi como cantando a nuestros oídos. Y no es para menos: el disco es una colección de las canciones favoritas de Jeff, las canciones a las que acudía en busca de refugio en esos momentos de angustia y presión (ante el inusitado e inesperado éxito que tuvo en sus inicios). Arranca con una hipersensible versión de “Just like a woman” de Bob Dylan, y cierra con la emotiva y emocionante interpretación de “I know it’s over”, el tema de los Smiths. En medio, la voz de Jeff regresa para hipnotizarnos con versiones tan íntimas, profundas y personales como la adaptación de “Poor boy long way from home”, del bluesman Bukka White, o la increíble “Don’t let the sun catch you cryin”, un tema tradicional que popularizó el maestro Ray Charles. Así que éstas son las nuevas, o no tan nuevas, canciones de este tipo elegante y enigmático, sublime y excelso. Como apuntaba su madre, Mary Guibert, en una reciente charla con El País: “Jeff sabía cómo tirar de las cuerdas de tu corazón; era una persona que comprendía el amor, la vida y la expresión musical. Era absolutamente brillante, y ahora, en el cielo, estoy segura de que nos mira desde arriba, a los pobres humanos, negando con la cabeza…” En efecto: tras escuchar este disco, queda la sensación de que éste es el legado de un tipo que decidió dejar de ser hombre para volver a ser ángel.   Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @Pepedavid13   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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