Mientras los esfuerzos del cineasta estén en conseguir financiamiento y no en su arte, tendremos siempre una industria carente de dirección y en busca de más tréboles de cuatro hojas.   Por Andrés Arell-Báez Roberto Valdés está recién bajado del avión. Tuvo un vuelo de 48 horas, no exento de problemas, que lo trasladó de Pakistán a su natal México. Pero lo impulsa la energía de un niño inquieto, pues desde que abandonó su carrera en el mundo de la publicidad y se pasó al cine (al igual que hizo otro director mexicano ya muy famoso), la vida le ha sonreído más de una vez. Sin poder disimular el orgullo merecido, nos cuenta: “Algien, mi trabajo más reciente, ha ganado 3 premios internacionales: el primero en el festival de Madrid, Short of the Year; el segundo fue el Mejor Cortometraje de Ficción en el International Eurofest Film Festival, y recientemente fue el Mejor Cortometraje en el Pakistán International Mountain Film Festival.” Roberto es parte de una nueva generación de cineastas que silenciosamente se está creando su propio nombre y que heredarán el estatus que sus contemporáneos están dejándole a la industria. “Lo que veo es que hay talentos mexicanos que están siendo reconocidos, y todo se lo debemos a Como agua para chocolate, que detonó una preocupación por hacer un cine de mejor calidad. Ahora hay más producciones y mayor diversidad de temas.” Estados Unidos logró consolidar su industria del cine en menos de veinte años, pero en un mundo donde el entretenimiento audiovisual casero no existía y ningún otro país producía al mismo nivel. Hoy, la industria nacional mexicana, referencia para todo el continente, con mucha más competencia, está dando pasos de bebé gigante, pero falta para llegar a la adultez. “Actualmente, el gobierno aporta para incentivar la producción. Sin embargo, no es suficiente. Para que exista una industria tiene que haber un mecanismo que impulse a los productores, y hoy no se vislumbra un cambio a corto plazo. Los cineastas seguiremos buscando los recursos, en muchos casos, los mínimos necesarios, haciendo más desgastante el proceso de conseguir fondos que en sí la realización. El día que un director dirija, un escritor escriba, un productor produzca, un actor actúe: ese día podremos decir que tenemos una industria.” Pero el cine mexicano ha logrado crear grandes producciones que se convierten en excelentes inversiones. “Como todo negocio, el cine representa un riesgo. Con los incentivos fiscales, las empresas tienen la opción de invertir haciendo su dinero deducible de impuestos. Por otra parte, las marcas ven atractivo el product placement. Pero el productor independiente tiene dificultad para recuperar la inversión por el mecanismo existente entre distribuidores y exhibidores, ya que es el último en el eslabón en la recuperación. El cine es un buen negocio, siempre y cuando sea exhibido. Y para que eso suceda, una película debe durar tres semanas en salas y no una. Pero la taquilla en México no lo es todo: hay exhibición en el extranjero, con la venta o la transmisión en TV. Si tienes un producto de calidad y la habilidad para comercializarlo, es un buen negocio.” A pesar de eso, es claro que el gran enemigo del cine mundial es el monopolio que ejerce Hollywood, principal culpable del poco tiempo que tienen las películas nacionales en salas. “Es difícil competir. El marketing estadounidense es muy bueno, mediático y efectivo. En América Latina nos falta el mecanismo de la promoción temprana, con el que se incentiva al público desde la realización de las cintas y se les genera expectativa, pero con los pocos recursos con que se cuenta para realizar una cinta, el marketing queda relegado. Hay películas con un gran valor que el público desconoce por falta de publicidad, y eso es lamentable. Mientras no exista una industria, ¿qué nos queda? Ser creativos y buscar nuevas formas de dar a conocer nuestras obras y esforzarnos para entregar cintas de gran calidad.” Un afamado líder político decía que la competencia económica no es entre empresas, sino entre naciones. Las buenas industrias nacen en territorios con gente preparada. Roberto tiene eso muy claro: “Definitivamente, con industria respondemos a Hollywood. Con mecanismos bien regulados para producir. Hacer a un lado los egos y trabajar en equipo: iniciativa privada, gobierno y cineastas. Abrir la oportunidad a los jóvenes que tienen hambre de crear. Tener especializaciones en cada rama. Hacer que los profesionales y artistas puedan vivir con su arte y no tengan que buscar un trabajo alterno. Hay que motivar a los jóvenes a que busquen sus verdaderos sueños. Los latinos tenemos esa pasión. Una vez logrado, tendremos un cine más competitivo y una fortaleza frente a las industrias existentes.” Y es que en México, y la verdad en toda América Latina, se necesita mayor capital humano en el cine, pues todavía tenemos que construir toda la cadena de la industria y dejar de ser una sombra de Hollywood, en nuestro propio territorio. “En México se realizan más de 60 películas al año, pero en Estados Unidos más de mil. En la distribución tenemos a las compañías más importantes: 20th Century Fox, Universal, Warner Brothers. Dentro de su plan de comercialización reciben sus propias producciones y muy pocas veces apoyan cintas mexicanas. Aunque algunas buscan crear contenidos locales, son contados los casos. Ellas mantienen una estrecha relación con los exhibidores y tienen  convenios anuales para proyectar un determinado número de películas. Es por eso que para un distribuidor independiente es muy difícil conseguir un espacio. Y si lo logra, sus ganancias en taquilla se resumen a un 20% de las utilidades.” América Latina, en conjunto, es el cuarto mercado de cine detrás de India, EU y China, creando una oportunidad de hacer películas latinas para exhibición regional. Pero es algo más complicado de hacer que de decir. “Creo que no sólo es cuestión de crear un Mexiwood o un Latinwood, ya que es el mismo espectador latinoamericano quien demanda contenido Hollywood, a diferencia de China e India, que son muy receptivos a lo local. El primer paso es conformar una verdadera industria, crear un mayor número de cintas y un contenido de calidad. Ahora no se trata de juntar fuerzas para forzar al espectador a ver nuestras películas; se trata de elevar la calidad para aumentar la demanda. Latinoamérica tiene el talento para hacerlo, pero mientras los esfuerzos de los cineastas estén en conseguir financiamiento y no en su arte, estaremos siempre con una ‘industria’ carente de dirección y en busca de más tréboles de cuatro hojas.” Es válido el afán de querer crear una industria latina, pero todo artista es víctima de las circunstancias que la vida le haya puesto. Para Roberto, “cada cineasta lo que busca es poder expresar su arte, sin importar en donde sea. Si uno no encuentra la forma de hacerlo en su país, buscará dónde. Para que el arte exista tiene que realizarse sin importar dónde. Hay un dicho: ‘Uno no es profeta en su propia tierra’. Y si hay que mirar hacia el extranjero para poder lograr los sueños de un artista, adelante. Si un artista consigue realizar sus sueños en su país natal, adelante. Lo importante es no limitarse por una frontera. El cine es un arte y el arte es universal. Y un cineasta debe de ser universal”. Pero este fenómeno, de estar frente a personas luchadoras y realmente valientes, que dejan todo por el arte y en las peores condiciones logran resaltar a nivel internacional, nos da una ventaja estratégica y es, precisamente, nuestra gente. En América Latina se hace cine porque se ama. Si se deja una vida por este arte, hay que estar dispuesto a perderlo todo. Y cuando un grupo de personas apasionadas se decide a hacer algo, cosas grandes suceden. Roberto, sin duda alguna, es uno de ellos. El tiempo lo dirá.   Andrés Arell-Báez es escritor, productor y director de cine. CEO de GOW Filmes.   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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