Ninguno de los 20 bolsillos del llamado chaleco de fotógrafo que lleva Jesús Villaseca, Premio Nacional de Periodismo 2003, está hoy en uso. Son vestigios de una época en la cual los fotoperiodistas dependían de rollos y placas. Villaseca los usaba en 1985, cuando se encargó de retratar el terremoto de magnitud 8.1 para el periódico Novedades, y también lo usó 33 años después, cuando revivió la experiencia con el de 7.1 para La Jornada. En sus 35 años de carrera profesional, este fotoperiodista de Iztapalapa, una de las zonas más densamente pobladas de Ciudad de México, es de los pocos que quedan en activo y que documentaron los sismos de los movimientos telúricos que dejaron su marca en dos versiones del 19 de septiembre. Fueron fechas en las la ciudad capital vivió, por unas horas, la secuencia que empieza con una sacudida del suelo, a la que le siguen estruendos, colapsos, nubes de polvo, griteríos y olor a gas. Nada de eso quedó plasmado en las imágenes analógicas y digitales de Villaseca. Pero sí registró el letrero del Hotel Regis doblado por la mitad sobre los escombros de los cinco pisos derrumbados por el sismo de los 80, multitudes con cascos y chalecos amarillos cargando cadáveres sobre camillas y casas reducidas a sus esqueletos. El sismo de las redes que revivió el fotoperiodismo Quienes vivieron los dos sismos coinciden en que, más allá del fenómeno y la fecha, los efectos de ambos no son comparables. Como tampoco lo son los contextos tecnológicos y sociales en los que los fotoperiodistas se lanzaron a las calles a documentar los hechos. Mientras en 1985 los fotoperiodistas eran amos de la toma y la difusión de la imagen, en 2017 es difícil encontrar personas en la calle que no estén armadas con una cámara y no tomen o publiquen alguna fotografía al día. Y esto, con el consiguiente código ético y el cambio de moral social que implica. “Pensábamos que iba a ser el terremoto de las redes sociales, pero no fue así. Nueve millones de celulares en la Ciudad de México no pudieron competir contra 300 profesionales. Renacieron los fotoperiodistas”, afirma Ulises Castellanos, quien retrató el sismo de 1985 siendo un aficionado de 17 años y vivió el del año pasado desde la redacción de El Universal, al frente de la dirección de fotografía del periódico. LEE: LAS MEJORES HISTORIAS A UN AÑO DEL 19S Castellanos representa una generación de fotógrafos capitalinos que decidieron dedicarse a la fotografía a raíz del terremoto del 85. En 2017, luego de rastrear las redes en búsqueda de material visual para ilustrar noticias, afirma que le sorprendió ver cómo estas plataformas enmudecieron, fotográficamente hablando, ante la catástrofe de magnitud 7.1. “La gente gastó la pila conectada a Twitter, comunicándose con sus familiares, o estaban rescatando o bien fueron censurados por otros. Sólo recurrimos a las redes para videos”, explica en entrevista para Forbes México. El movimiento telúrico de la era digital puso de manifiesto una paradoja: la mala relación que tenemos con la captura de la imagen en situaciones críticas, en la era de la omnipresencia del lenguaje audiovisual. “Fotógrafos entraron en zonas de derrumbe, sacaron las cámaras y, en el segundo uno, los rescatistas y voluntarios pedían respeto por las víctimas. Había letreros que decían ‘No fotos’ en los cordones alrededor de los derrumbes. Hace 33 años nadie decía nada al respecto”, afirma Castellanos. Los celulares inteligentes convirtieron a sus propietarios en potenciales periodistas ciudadanos y eso, a su modo de ver, ha reinterpretado el valor y la importancia cívica de la fotografía. “El periodismo tiene una regla: documentar lo que ves. Si llego en una zona de desastre y hay muertos por un terremoto, el tema ético no tiene relevancia. Nosotros no somos los que estamos matando a la gente”, explica. El profesional y el humano que dispara Puesto que todos hemos vivido la experiencia de tomar instantáneas, a algunos se les hace difícil congeniar con los que consiguen mantener el objetivo firme para registrar desastres humanitarios. “Es un instinto que tenemos, ni siquiera pensamos en nuestra vida y seguridad, solamente en documentar la historia. En momentos, nos colgábamos la cámara de lado y ayudábamos, aunque con los años he entendido que contribuyo más documentando”, afirma Villaseca, con una Canon colgando del cuello. El Premio Nacional de Periodismo asegura que a pesar de la frialdad que aparentan los fotógrafos, las más de doce horas diarias que invirtió disparando la cámara en el 85 y en el 17 le dejaron huella. “En el 85 recibí atención psicológica. Había momentos que no sabía si había comido ni qué hora era. Compañeros del periódico me hablaban y no contestaba, los veía pero como si no los conociera”, explica, luego de recordar cómo testimonió la caída de una losa de unos 20 centímetros de grosor del antiguo Hotel Romano, en calle Artículo 123, sobre las piernas de una transeúnte. “Estuvo consciente unos segundos mientras sus piernas quedaron como una hoja de papel. Yo me acerqué a tomar fotos y me pedía que la sacara de allí. Pero era imposible. Vi cómo los cuerpos de emergencia le cortaron las piernas con una sierra y se la llevaron. Murió en la ambulancia”, explica. No pudo recuperar ninguna de las fotos que sacó con la analógica Nikon F-3, de 135 milímetros. Pero esas imágenes le persiguieron durante días en forma de pesadillas y aún hoy le erizan la piel. “El año pasado lo reviví todo, andaba muy nervioso y creo que hasta la fecha no se me ha quitado”, asegura.   Las lecciones del 85 que se olvidaron en el 17 En el libro Memoria Viva. A 30 años del terremoto de 1985, Jesús Villaseca concluye con una imagen en la que se lee, en una pancarta con letras negras, rojas y amarillas: “MÉXICO ESTÁ EN PIE Y NOSOTROS TAMBIÉN”. Se editó en 2015 y los que padecieron aquella tragedia poco esperaban revivir esas imágenes el mismo día dos años después. La Tierra volvió a sacudir fuertemente a México en 2017, cual si quisiera poner a prueba la vigencia de las lecciones de hacía 32 años. Para Villaseca, el Estado no la superó. En ambas ocasiones, el presidente de la república tardó tres días en comparecer públicamente; la corrupción se cobró la mordida de la ayuda internacional y fondos para la reconstrucción, y hoy aún hay personas que siguen sin haber recuperado el techo que vieron derrumbarse. Por esto, y por cultura, la protagonista de las dos crónicas fotográficas fue la sociedad civil saliendo al rescate. Como su chaleco, estos cuatro hechos se mantuvieron constantes en ambos 19S, no colapsaron. Porque lo cierto es que en 2017 parte del país no se mantuvo en pie. Pero ahí estaban sus gentes, para levantarlo de nuevo.

 

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