¿Quién recuerda sus clases de Catecismo? Hace poco recibí una imagen por WhatsApp que me hizo recordarlas: una ilustración que hablaba de los siete dones del Espíritu Santo. No sé, amable lector, si tú fuiste educado como yo en el catolicismo, pero eso es lo de menos para los efectos de este artículo. La cuestión de fondo son los valores; creo que la reflexión que estamos por hacer tú y yo le atañe a todos. Se dice que la educación de valores empieza en casa, se refuerza en la escuela y nos acompaña toda la vida. 

Los dones del Espíritu Santo son cualidades que encierran valores morales y que nos ayudan a ser mejores personas. Estos valores nos ayudan en la vida adulta para tener empatía con el prójimo, para discernir una buena decisión de una mala, para buscar nuestra prosperidad sin hacer daño a nadie en el camino, especialmente cuando ocupamos posiciones de poder e influencia, como lo es estar al mando de una empresa familiar.  Quisiera hacer entonces un sencillo y ameno examen de conciencia para revisar la lista de estos siete dones y reflexionar acerca de una cosa: ¿qué tanto práctico los valores que me enseñan estos dones? ¿Qué tan cómodo me siento con cada uno de ellos? ¿Cuál es el que me cuesta más trabajo emular?

Pero antes de eso, me gustaría responder la pregunta que seguramente te estás haciendo en este momento, querido lector. ¿Por qué un consultor de empresas familiares está tocando este tema, por qué hablar de valores cristianos? Mi respuesta consiste de tres razones: 

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Porque las empresas familiares son negocios que dan trabajo a innumerables familias, y es responsabilidad de dichas empresas preservar esos empleos ejerciendo las mejores prácticas.

Porque la cultura de una empresa es un reflejo de los modos, preferencias y valores del fundador; si el fundador es tóxico, la empresa también lo será. 

Porque toda posición de poder debe ejercerse con responsabilidad, pues un líder de empresa tiene capacidad para hacer el bien o el mal. En un mundo capitalista que premia el egoísmo y la competencia, siempre es necesario un equilibrio. 

7 dones a los cuales aspirar… en el mundo empresarial

Entremos en materia. A continuación, revisemos cada definición y una pregunta para reflexionar: 

Sabiduría: Se trata de la capacidad de ver las cosas como son en vez de juzgarlas con los sesgos de nuestro corazón, como la ira o la envidia. ¿Cuántas veces al día tomamos decisiones basadas en información objetiva, y cuántas veces lo hacemos por capricho o conveniencia personal?

Entendimiento: La capacidad de entender las cosas como son, con objetividad, sin dejarnos dominar por nuestras emociones. ¿Qué tanto nos preocupamos por mantener nuestra mente abierta, por aprender nuevas cosas, por librarnos de los prejuicios y creencias limitantes que un día aprendimos?

Ciencia: Este don habla de la capacidad del ser humano de apreciar la naturaleza, y entender que hay que protegerla, custodiarla, no abusar de ella. ¿Qué estamos haciendo para tener un impacto positivo en nuestro círculo inmediato de influencia, en nuestra comunidad, en nuestro país? ¿Qué impacto tiene la labor de nuestra empresa sobre el medio ambiente?

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Fortaleza: Nos vuelve valientes para afrontar las dificultades de la vida. ¿Nos sujetamos a nuestras convicciones en tiempos difíciles o renunciamos a ellas?

Consejo: Nos ayuda a discernir las mejores opciones y tomar las mejores decisiones. Es la capacidad de construir nuestro propio criterio y confiar en él, en lugar de ¿Qué tanto confiamos en nosotros mismos, y qué hacemos para hacer crecer esa confianza? ¿Cuánto tiempo dedicamos a hacer introspección a reconocer nuestras propias limitaciones, a ser vulnerables con nosotros mismos?

Piedad: Tratar a los demás como nos gustaría ser tratados. ¿Cuidamos de nuestros colaboradores, dándoles trabajo digno, o disponemos de ellos como meros recursos financieros? ¿A mí me gustaría ser empleado de mi propia empresa?

Temor: Es confiar que nuestros valores nos llevarán por el camino correcto, incluso en momentos donde no sabemos si actuar con rectitud nos beneficiará. ¿Creemos en los valores que pregonamos? ¿Hemos construido realmente una cultura empresarial alrededor de conceptos que guían nuestra vida, o solo los hemos redactado para adornar nuestro sitio web? ¿Qué aspiramos a hacer con nuestra vida?

Todas son preguntas complicadas, retadoras. Las respuestas que uno pueda dar en este momento no son el objetivo final; quizá con algunas nos sintamos cómodos y, con las otras, nos haga falta ponernos a trabajar. El objetivo no es “sacar diez”, sino seguirnos haciendo estas preguntas durante muchos años, tratando, poco a poco, de ser mejores personas, mejores líderes y personas más felices. 

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