El desgaste de la figura presidencial es evidente. Hoy son otras las figuras que están tomando la dirección del cambio. Así, ¿cómo relanzar con éxito la marca del gobierno mexicano?   Supongamos que usted, amig@ lector(a), enfrenta varias crisis simultáneamente; tiene ante si enormes retos; se le presentan profundas transformaciones; los resultados que prometió no llegan; muy pocos le creen; menos aún l@ toman en serio; está en su peor momento de acuerdo con las encuestas; el entorno internacional no le ayuda; la relación con su pareja no es la mejor; usted se promete a si mism@ que va a cambiar; pide disculpas por los errores de interpretación y promete su relanzamiento y el de su empresa, sus productos, su trabajo, sus colaboradores, sus marcas, su imagen. Sin embargo, cuando usted se propone reinventarse requiere de actitudes, valores, recursos tales como una motivación, fortaleza, disciplina y constancia para lograrlo. Cuando algo así ocurre a nivel de gobierno, para que la intención no quede en mera demagogia se necesita de un sistema estratégico de decisión y cambio que debe operar y permear en la comunicación política, las estructuras sociales, la cultura, los programas, la administración y las políticas públicas. Hagamos, entonces, una revisión al inventario para lograr un relanzamiento efectivo de la marca del gobierno mexicano desde la perspectiva metodológica y estratégica.
  1. Oportunidad. El sentido del tiempo, la capacidad para reaccionar y ser sensible a lo que sucede a nivel ciudadano. Cuando se relanza en el punto más bajo de mercado, se corre el riesgo de que la sociedad perciba que los ajustes no fructificarán (quedan sólo 3 años); es un reconocimiento implícito de graves fallas (los primeros 3 años no dieron los resultados esperados); los cambios llegan tarde (¿por qué no se hicieron antes?). La ciudadanía está ahora no sólo escéptica sino desanimada, se ha mermado su confianza, es un@ amante herid@, espera el 2018 menos con esperanza y más con un sentido de ajuste de cuentas, seguramente va a expresar su impaciencia y molestia.
  2. Liderazgo. Debe haber una fuerza moral, contarse con el activo de la visión y la motivación para alinear las distintas fuerzas sociales; recomponer el tejido de alianzas; comprometer a todas las fuerzas políticas; darle certidumbre a la sociedad de que el rumbo es el correcto; establecer un compromiso recíproco de trabajo, unidad y esfuerzo. El desgaste de la figura presidencial es evidente. Los propios ciudadanos, los movimientos y las tendencias… son otras las figuras que están tomando la dirección del cambio. Hace tiempo que esas fuerzas no gravitan en torno de un presidente, y no hay argumentos contundentes para que retornen a esas condiciones. La coyuntura hacia adelante es, además, de pronóstico reservado. Hace falta una mano firme que soporte la tormenta. Toda cercanía tiene un origen, un sentido y un efecto; a veces se sienten, pero no se ven o no se dicen.
  3. Objetivos. ¿Relanzar, para qué?, ¿hacia dónde?, ¿cuál es la meta a seguir? Estas preguntas deberían ser parte de un consenso mayoritario, de una perspectiva democrática. Palabras como crecimiento, desarrollo, empleo, seguridad, estabilidad… se han vaciado de significado. Además, es imprescindible desterrar las que han imperado, como corrupción, ineficacia, complicidad, impunidad.
  4. Comunicación. Uno de los cambios sustantivos más urgentes. Algo está muy mal cuando se tiene el gobierno que más ha gastado en imagen y es el peor percibido. Todo el mundo sabe que la reputación, el respeto, la credibilidad, no se ganan con golpes de dinero. El cariño pagado es efímero, la exposición desgasta y un relanzamiento implica una relación renovada, un nuevo método de intercambio, de transmisión, de coordinación y de alineamiento de mensajes. Hace un rato que el gobierno perdió los titulares positivos; sólo ocupa esos espacios en negativo. El discurso no impacta ni trasciende. En esas circunstancias, ninguna mejora ni cambio de actitudes ni los balances favorables pueden permear en sus audiencias.
  5. Prioridades. Relanzar implica cambiar el enfoque, el centro de las acciones y programas, darle espacio a lo sustantivo para dejar lo efímero y banal de lado. Lo que verdaderamente aprecia la ciudadanía son los resultados. Los récords de falacia no cuentan. Los números que la gente analiza están en el costo de la gasolina, la tasa de cambio, lo que puede comprar con su salario, lo que paga de impuestos, cuánto cuesta una vivienda, un auto, la ropa, la comida, medicinas, escuelas, y qué posibilidades tiene para adquirir estos bienes.
  6. Ajustes a las estructuras. ¿Quién se encarga de relanzar un gobierno? Nuevos titulares en posiciones clave no alcanzarán los resultados óptimos si no se plantean también nuevos procedimientos, organización y cultura de la administración pública. Ante la falta de un sistema de carrera, los cambios en el gabinete no permearan en las primeras líneas de atención a los problemas sociales sino hasta –probablemente– principios de 2016, tiempo valioso perdido, pero más importante es el ajuste a la cultura de corrupción, servilismo y dependencia que deben erradicarse de tajo. Todo relanzamiento también es una oportunidad para rendir cuentas y acatar lo que las leyes señalan.
  7. El ámbito externo. En un mundo globalizado, la marca de un país cuenta. Más que nunca se requiere de diplomacia, de una revisión a lo que se dice de México, de su gobierno, de un activismo eficaz en todos los foros, una lucha intensa por generar el reconocimiento con base en resultados; por lo menos buena vibra, menos escándalos, más justicia, menos impunidad, un recuento de logros más que de daños, y ponerle un hasta aquí a los detractores. Si algo verdaderamente mueve y transforma a México está en sus ciudadan@s. Su orgullo, su fe y su trabajo se mantienen y se relanzan todos los días, aun a pesar de los que lo fastidian. Cerrarle el paso al uso electorero de nuestro México con coraje, pero con hechos contundentes, con la verdad en la mano.
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