No son pocos los escritores que atribuyen a Ernest Hemingway —novelista, periodista y ganador del Premio Nobel en 1954— la recomendación de escribir borracho y editar sobrio.

Hemingway era riguroso en el beber tanto como en el escribir. Pero no mezclaba estas artes. 

La frase mal atribuida además tendría que tomarse con sigilo. Esa borrachera apunta a un estado mental suelto, fresco, lúdico y libre de ataduras que frenen el mecanismo de volcar las ideas en palabras.

Pero ahí no es donde inicia el proceso de escritura, si se busca impacto y calidad. La metodología para crear contenidos cortos o largos demanda tiempo, planificación y rigor. 

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Escribir como acto de curiosidad

No importa si es un correo o un testamento: al escribir se contagia el mundo de tu expresión, por lo cual tendría que llevar un cuidado mínimo y una intencionalidad máxima.

El problema al desarrollar contenidos en un contexto personal o profesional es asumir que habrá quién los leerá y al tener esa premisa dada, ignorar la más delicada parte en el proceso de escritura: pensar sobre de lo que versará el texto.

Detenerse un poco a planificar el escrito no resta espontaneidad ni frescura, representa el soporte para que quien lo lea, agradezca el cuidado y tiempo empleado en él.

Esta planificación del texto implica de tres capas, al menos:

Tema y ángulo

Estructura

Conclusión y aprendizaje

Tema y ángulo

La selección temática, aunque puede parecer obvia o necia hace la diferencia para que una publicación en redes o un informe, sea leído. 

No es tener claro el “qué”, sino el “para qué”. Es pensar en el uso y el aporte del contenido a la audiencia que disfrutará o padecerá el contenido para poder tomar decisiones como el uso del vocabulario, la voz, el tono y el recorrido por el cual se invitará al lector a navegar.

Piénsalo de esta forma: ¿qué vas a aportar en un lienzo sobrepoblado de colores y formas? ¿Por qué alguien tomaría minutos de su tiempo para leer tu texto?

Estructura

Escribir es un reflejo del pensar. Es parte de la función relacional y habla del estado mental, como de las habilidades personales para estructurar y expresar los pensamientos.

Entre más complejo o intangible sea un tema, más retador será el ejercicio de estructurar. Pero si esto se estudia antes de escribir, la tarea no solo será más eficiente, sino disfrutable.

Prueba a desarrollar un mapa temático. Esto es: 

Piensa en los grandes bloques de ideas que tratará tu texto. 

Luego trata de hacer una consolidación vinculando algunas ideas parecidas o subsidiarias. 

Entonces jerarquiza y ordena esos bloques. 

Ya que tengas esto, puedes preciarte de contar con el primer mapa de tu texto que guiará tu ejercicio de escritura.

Puedes agregar un nivel de detalle más a este ejercicio: intenta sumar subniveles en cada bloque de idea para detallar el árbol estructural de la pieza. De esta manera estarás desarrollando algo semejante a una tabla de contenidos. 

Imagina cómo hubieran quedados tus textos anteriores —guiones, cartas o artículos— de haberte detenido a pensar en su estructura previa. Seguir una especie de índice, hace que cruces el río piedra por piedra. 

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Conclusión y aprendizaje

Se puede decir que todos los textos persiguen una misma meta: ser relevantes. Pero ¿qué es relevancia? De manera general, esta idea apunta a la suma de claridad, concisión, utilidad e interés en un contenido para impactar en la toma de decisiones del destinatario. 

Pero sobre la base de estos cuatro ejes, resulta indispensable comprender a quién le vas a escribir para decidir cómo se lo vas a contar. No es lo mismo redactar una carta de una página a tu jefe que un edicto notarial.

También es útil pensar desde el inicio acerca del aporte y la utilidad que revelarás con el texto. No necesitas descubrir hilo negro alguno, pero si no hay algo nuevo, ¿para qué escribir entonces?

La conclusión suele probar el argumento o hipótesis que se plantea en un inicio y para ello se eslabonan pruebas de la tesis inicial. Iniciar y terminar con contundencia dan vida al texto y provocan la química cerebral.

Una borrachera de disciplina

Escribir es aclarar organizar la mente. Por ello resulta indispensable evitar convertirse en publirrelacionista involuntario, partiendo de dudas compartidas con una óptica inquieta que se atreva a transmitir entendimiento y comprensión.

En promedio, un adulto pasa 25 horas a la semana dedicado a consumir contenidos digitales. Dicho de otro modo, hay una auténtica guerra por la atención.

El tiempo es la nueva moneda de cambio, la atención su prestanombres. A pesar de que se depositen al vacío, queda expuesta la ilusión de poder propagar lo evidente desde el asombro. Detonar curiosidad. Asumir la rigurosidad. Encontrar refugio en las palabras. Vincular. Buscar lo significativo e inesperado. Atrapar indiferentes.

Hemingway comprendía la disciplina. Sabía cuándo era momento para escribir y para beber como dos declaraciones de principios diferentes. Tal vez por eso no le gustaba conversar sobre literatura y prefería por mucho abordar temas deportivos.

La escritura es consecuencia de la elección. No hay palabra inocente.

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Contacto:

Eduardo Navarrete es Head of Content en UX Marketing, especialista en estrategias de contenido y fotógrafo de momentos decisivos.

Mail: [email protected]

Instagram: @elnavarrete

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