Cuando crecí, lo primero que vi fue como mis padres salían cada mañana a trabajar temprano, bajo la lluvia, en el frío invierno de Alemania. Vi cómo se ponían sus chaquetas y botas para mantener a una familia de inmigrantes hambrientos. 

No había lujo, no había grandes coches, ni vacaciones caras. La vida era entre la supervivencia y los simples momentos familiares en armonía. 

Cuando empecé a ir a la escuela, las marcas de ropa, los coches y los teléfonos móviles comenzaron a verse cada vez más como importantes, necesarios, y de hecho, casi imprescindibles para encajar en la sociedad. 

Conseguir todo eso, los artículos, las noches caras, se convirtieron en un must para ser parte de este estilo de vida que tanto veía, y que, confieso, me tentaba tener. Lo más lógico parecía ser estudiar muy duro, sacar buenas notas, y hacer una carrera que me permitiera comprar ese Lamborghini, ese Rolex,  ese viaje a Ibiza. Parecía la única forma de ser feliz y tener éxito en la vida. No había otra posibilidad, porque eso era lo que nos decían, lo que nos mostraban. “Trabaja 50 horas a la semana durante 50 semanas y tendrás 10 días increíbles en la playa de Tulum, bebiendo cocos y bailando con una hermosa chica mientras se sirve tu langosta.” Este era el lujo con el que soñábamos. Bueno, era lo que creíamos que era el lujo.

Pero después de unas vacaciones low cost en Mallorca ¡todo cambió! Conocí a unos chicos que estaban vendiendo entradas para el club en la playa. Se estaban divirtiendo, conocían gente nueva todos los días, se los veía LIBRES, viviendo bajo el sol. Descalzos. Me pareció fascinante. Fue ahí cuando entendí el verdadero significado del lujo.

Entonces decidí emprender un viaje. Internamente sabía que el sistema que conocía hasta el momento no era lujo, no era lo que me haría encontrar la felicidad. Necesitaba entender si podría vivir una vida simple, con los pies sobre la arena, pero sin salir de la sociedad, ni de las finanzas. 

Primero me mudé a Ibiza, trabajé un tiempo en la vida nocturna, pero de alguna manera ese lujo de ser completamente libre, de viajar y ser tu propio jefe, no llegaba.

Muchos años después, se cruzó en mi camino un nuevo y loco activo digital, el dinero de Internet que hoy ya todos conocen, y que promete cambiarlo todo: el Bitcoin. Al principio, todo me parecía indescifrable, pero si hay algo que veía, era que todas las personas que estaban inmersas en ese mundo eran muy creativas, de mente abierta, y lo más llamativo: todos los que conocí eran muy jóvenes. No parecían muy preocupados por el día de mañana, no parecían estar estresados esperando su próximo cheque de pago. Sentí que estaba más cerca del lujo que estaba buscando. El lujo de los pies descalzos.

Desde ese día, comencé a involucrarme mucho en las criptomonedas y entendí que es una mentalidad completamente diferente. Es como estar en Wall Street, Tulum y Las Vegas al mismo tiempo. Cualquier cosa puede suceder. Es silencioso pero muy emocionante. Es hermoso, pero por momentos un poco grotesco. Eres libre de hacer lo que quieras y aún estás en contacto con uno de los mercados financieros más fuertes del momento.

Finalmente entendí que el Bitcoin me ha dado a mí y a muchos otros la posibilidad de vivir, viajar y celebrar la vida sin tener que caminar a una oficina vestido de traje, sino simplemente abrir nuestras computadoras portátiles, hacer llamadas de zoom, saltar al agua, y viajar por el mundo sin tener que pedir permiso. Este para mí es el verdadero lujo descalzo, con el que, sin darme cuenta, ya soñaba desde que veía a mi padre ponerse sus grandes botas de cuero para no ensuciarse al llevar la comida a casa.

* Texto por: Immanuel Cape

 

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