Alice es heredera de Sam Walton, el fundador de Walmart y su fortuna se estima en 33,500 mdd. De un tiempo para acá, adquirió la inquietud de promover el arte y por eso construyó un museo con colecciones únicas y de acceso gratuito.   Por Clare O’Connor   Alice Walton se encuentra en el vestíbulo del Crystal Bridges Museum of American Art saludando al personal reunido para darle la bienvenida una tarde de julio. Está preocupada por encontrar vuelos baratos. No para ella, por supuesto. A pesar de la fanfarria de la apertura de este museo en 2011, sus impre­sionantes áreas verdes y una colección de arte con un valor de más de 500 millones de dólares (mdd), Crystal Bridges aún se encuentra en Ben­tonville, Arkansas, la ciudad natal de Walton —y de Walmart— difícil­mente un polo turístico. En agosto, el museo celebró su visitante un millón; un golpe para una institución de 21 meses de edad. Por eso Alice, hija de Sam Walton, sabe que tiene que firmar un acuerdo con JetBlue, Southwest u otra aerolínea con boletos económicos para crear una ruta a través del Northwest Arkansas Regional Airport y ayudar a atraer visitantes ahora que el bombo y platillo en torno al Crystal Brid­ges se han disipado. Si Alice Walton, de 63 años, quiere algo, probablemente lo conse­guirá. Durante los últimos ocho años, Walton construyó un museo de 18,500 metros cuadrados –a partir de cero– en un barranco rocoso en las montañas Ozark, y lo llenó de warhols, rothkos y pollocks, así como de costosas joyas de otros artis­tas menos conocidos. Es algo casi sin precedentes amasar un catálogo tan impresionante de obras en tan poco tiempo. Walton, sin embargo, es la segunda mujer más rica de Estados Unidos (la fortuna de Christy, su cuñada, es un poco más grande), con una fortuna de 33,500 mdd, derivada casi en su totalidad de las acciones del gigante minorista. Como si esos recursos no fueran sufi­cientes, la Walton Family Foundation, que minimiza el pago de impuestos, puso 1,200 mdd en el Crystal Bridges, y el patrocinio de Walmart de 20 mdd garantiza que la entrada sea gratuita. ArtNews agregó recientemente a Wal­ton a su lista de los diez coleccionis­tas más importantes del mundo, junto a pilares multimillonarios de las subas­tas como el inversionista Steve Cohen y el banquero Leon Black. Sam Walton lo dijo mejor cuando describió a su única hija, la menor de su descendencia, como “la más parecida a mí, una rebelde, pero aun más volátil”. De los tres hijos sobre­vivientes de Sam, Alice ha sido la que menos se ha involucrado en los asuntos de Walmart y, a pesar de que asiste a la reunión anual de la compañía, es la única que no está en el Consejo.   La heredera Pasa la mayor parte de su tiempo en su rancho, una hora al oeste de Fort Worth, Texas, en la pequeña Millsap. No ha tenido hijos, pero habla con cariño de su entrenador de caballos, de 23 años de edad, Jesse Lennox, y le encanta verlo competir. Walton obtuvo su título en Econo­mía y Finanzas en 1971 por la Univer­sidad Trinity en San Antonio, Texas, y trabajó brevemente como compradora en Walmart. Pronto se mudó a Nueva Orleans, aunque estaba claro que no necesitaba traba­jar, comenzó a administrar millones de dólares como bróker de EF Hutton. En 1974, a los 24 años, se casó con un prominente banquero de inversión de Luisiana, una unión que duró sólo dos años y medio. Poco después volvió a casarse, esta vez con el contratista que construyó su piscina. Pero ese matrimo­nio también duró poco. Alice curó sus heridas en Arkansas, ayudando a gestio­nar las inversiones de la familia. En la década de 1980, Walton se hizo cargo de la administración de las opera­ciones de inversión de Bank Arvest, pro­piedad de su familia, y creó su propio despacho de financiamiento y corretaje llamado Llama, con 19.5 mdd del dinero de la familia. Pero su forma de conducir eclipsó su labor financiera. Walton manejaba su Porsche una mañana a través de la niebla en Fayet­teville, Arkansas, y no vio a Oleta Har­din, de 50 años de edad y madre de dos, cruzar la carretera. Walton la arrolló y mató al instante. En su cumpleaños número 62, en octubre de 2011, fue detenida en Texas por un policía mientras conducía, tras negarse a hacer una prueba de alcoho­lemia. Crystal Bridges abrió menos de un mes después de su última detención. Walton había aprovechado algo que el dinero sin duda puede comprar: la opor­tunidad de reinventarse a sí mismo. Walton ha sido coleccionista desde que tenía 11 años, cuando compró una impresión de 25 centavos de Des­nudo Azul, el Picasso de 1902, en una de las tiendas Ben Franklin en las que su padre trabajaba antes de abrir Walmart. Durante esos años, los Wal­ton pasaban sus vacaciones en familia acampando en los parques nacionales de Estados Unidos. Ella y su madre, Helen, dejaban a los chicos preparando el campamento mientras ellas pintaban acuarelas de los paisajes montañosos de Yosemite y los exuberantes cañones de Yellowstone. Walton siguió pintando a medida que crecía, emulando acuarelas de los artistas que más tarde compraría: Winslow Homer, George Inness y John Singer Sargent. En esos tiempos, Walton, más que apa­recer en la pantalla del radar de la crea­ción artística, la eclipsaba. En 2005 sacó de quicio a Nueva York tras comprar Kin­dred Spirits, el paisaje del siglo XIX de Asher B. Durand, un icono de la Escuela del Río Hudson, a la Biblioteca Pública de Nueva York, por lo que se rumoró fue­ron 35 mdd.   El arte Ése fue el año que Walton anunció que había contratado al aclamado arquitecto israelí Moshe Safdie para construir su museo. Walton conoció a Safdie durante una cena en su cabaña de Bentonville, y a la mañana siguiente lo llevó a ver la futura sede de Crystal Bridges en un vehículo todo terreno. Obtuvo el contrato ese día. Las declaraciones de impuestos muestran que su firma recibió 20 mdd hasta 2011, por completar un plantel de ocho pabellones que unen dos grandes estanques alimentados por el arroyo. Incluso antes de que el museo abriera sus puertas, Walton tuvo que lidiar con su dosis de sentimientos críticos anti-Walmart, que inicialmente denuncia­ron a Crystal Bridges como una “tragedia moral”, en palabras de Jeffrey Goldberg, de Bloomberg (“Que coman arte”, añadió, en referencia a la brecha entre los altos precios de las adquisiciones de Walton y los bajos salarios de los trabajadores de Walmart). En un artículo que publicó The Wall Street Journal, el periodista de arte y conferencista Lee Rosenbaum, quien ade­más escribe en el popular blog Culture­Grrl, llamó a Walton “un buitre acechante de la cultura”. No mucho tiempo después de su com­pra en Nueva York, Walton y John Wilmer­ding, anteriormente su consigliere e histo­riador de arte de Princeton, ahora convertido en su asesor de adquisiciones, trataron de apoderarse de otra obra maestra en Filadelfia. En el otoño de 2006, Walton ofreció a la Uni­versidad Thomas Jefferson 68 mdd, en conjunto con la National Gallery of Art, para adquirir The Gross Clinic, pintada por Thomas Eakins en 1875. No lo consiguió. En su lugar compró El retrato del profesor Benjamin H. Rand, por casi 20 mdd en 2007. “Hubo mucho escepticismo sobre lo que Alice y su familia estaban haciendo, movido por la vanidad”, dice el direc­tor del museo, Don Bacigalupi, ex direc­tor del Toledo Museum of Art, en Ohio. “Despertó en Alice la conciencia de los prejuicios en contra de una pequeña ciu­dad y el sur”. Aunque Walton a menudo se presenta con VIPs y posibles donantes, también ofrece visitas guiadas a visitantes locales a través de su colección, dispuesta en orden cronológico a través de seis galerías. Entre las primeras obras que ven los visitantes, se encuentran las pinturas más antiguas: los seis retratos de una prominente familia de comerciantes de Nueva York con el nombre de Levy-Franks. Walton hizo su investigación. Una vez que comprendió cuán raros eran los retratos, los compró por un precio no revelado antes de que salieran a subasta. Luego está el Hammer and Sickle, una serigrafía color rojo san­gre del símbolo comunista pintada por Andy Warhol en 1977, y por la que pagó 3.4 mdd en Sotheby’s. Walton pasa ahora alrededor de diez días al mes en Bentonville, acude a la inauguración de cada exposición. En noviembre, Crystal Bridges dará a cono­cer la mayor victoria de Walton sobre los pesimistas: cuando la artista Georgia O’Keeffe dio su colección de 101 obras modernistas, entre ellas cuatro de su autoría, a la Universidad Fisk de Tennes­see, en 1949, estipuló que nunca debía ser vendida o fragmentada. Cuando la institución, históricamente negra, se encontraba al borde del cierre 60 años después, la venta de la llamada Colección Stieglitz a Walton parecía una solución obvia. El fiscal general de Ten­nessee trató de bloquear la venta en 2010, pero fue revocada por la Corte Suprema del Estado el año pasado. Crystal Bridges pagó 30 mdd por la mitad de la colec­ción, y Walton ofreció 1 mdd a Fisk como ofrenda de paz. Una vez que se ha terminado la gira de Walton, ahora se dirige a una reu­nión sobre la educación a distancia con representantes de Getty, el Metropoli­tan Museum of Art, el Museo del Con­dado de Los Ángeles de Arte y otros. Al salir, se vuelve a mencionar la necesi­dad de una aerolínea de bajo costo para transportar a los visitantes de museos a Bentonville. “Sólo vean”, dice la here­dera Walton, dirigiéndose a su personal, “veremos cuánto tiempo nos lleva”. museo_walton1

 

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