La documentación de la conducta humana pareciera ser un ejercicio simple y objetivo, pero en la manera de registrar siempre existe un afán creativo o una intención que yace implícita, algo que impide la inalcanzable objetividad total. El videoartista italiano Yuri Ancarani es un riguroso observador del mundo, en la línea de documentalistas como Frederick Wiseman o James Benning, hábiles en no interferir en el registro de sus piezas documentales y al mismo tiempo, contar con una voz tan singular que es fácilmente identificable. En vista de que el FICUNAM realizará una retrospectiva de su trabajo, comentamos la trilogía documental que el cineasta italiano ubicó alrededor del trabajo en contextos diametralmente opuestos, pero con una línea de conexión evidente: la dicotomía hombre/máquina. Il Capo (2010). Situado en Monte Bettogli, Carrara, zona conocida por su importante aportación de mármol al mundo, Il Capo presenta a un cantero que dirige y coordina las labores de otros trabajadores y de maquinaria pesada usando únicamente gestos y señas. El “capo” o jefe de este documental se convierte en un artesano que dirige, cual maestro de orquesta, una bruta sinfonía de tierra y toneladas de piedra, no muy distinto de los que modelan el mármol para crear esculturas o piezas artísticas. Ancarani inicia su reflexión con el trabajo poniendo énfasis en su virilidad, más como una cuestión identitaria que de género, de una manera similar en la que la cineasta venezolana Margot Benacerraf mostró a los trabajadores de una salina en Araya (1959), remarcando la sofisticación e inesperada delicadeza que puede existir en un entorno tan rudo y la reevaluación del trabajo como una experiencia estética. El trabajador dirigiendo a la máquina. Plataforma Luna (2011). De las ruidosas canteras de Ferrara, Ancarani nos lleva al ruido sordo de una cabina hiperbárica en las profundidades del océano en la que un grupo de seis buceadores vive por un período de tres semanas y llevan a cabo operaciones submarinas a bordo de la Plataforma Luna. Ancarani explora en esta ocasión lo cotidiano dentro de una labor fuera de lo ordinario. Distante de cualquier espectacularidad o pirotecnia a la que podría prestarse una película de Hollywood de gran estudio, el acercamiento del cineasta italiano es, a pesar de su breve duración-apenas 25 minutos- un trabajo de antropología moderna: la vida del trabajador, ingerido por la máquina Da Vinci (2012). Para el capítulo final, Ancarani nos lleva a una sala quirúrgica en la que los cirujanos utilizan un dispositivo bautizado como Da Vinci que impide que el cuerpo y los órganos del paciente no sean tocados por las manos del médico, sino por unos delgados brazos robóticos. Las imágenes arrojadas por el monitor presentan la peculiar belleza que existe dentro del cuerpo y cuya salud es restaurada, en este caso, por elegantes e invasivos robots. ¿Qué papel juega el médico? A diferencia del capo del primer documental de esta trilogía usa sus manos para dirigir las máquinas, los cirujanos se despojan de lo artesanal, de lo tangible de la sangre y las vísceras para mantener sus guantes limpios. Ancarani termina su reflexión sobre el trabajo con una idea escalofriante y bella: la máquina convirtiéndose en inteligencia que hace irrelevante al ser humano, algo similar a lo expuesto, por mencionar un ejemplo reciente, en la fascinante serie de HBO, Westworld. Del ilusionismo de un capo cantero a la perfección técnica y estética de una máquina bautizada como el artista más célebre de la historia, Yuri Ancarani presenta el trabajo no desde una perspectiva sociológica, sino artística, no muy distante de las reflexiones del mismo que hizo Charles Chaplin en Tiempos modernos (1936), y aunque en esta ocasión estamos hablando de tiempos híper modernos, realmente poco ha cambiado.   Contacto: Twitter: @jjnegretec Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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